Mis recuerdos de Semana Santa
Monday, April 3, 2023
*Victor Martell
La Semana Santa me ha traído siempre muchos recuerdos porque como naci en una familia católica siempre se respetaba y se tomaba en consideración la liturgia —no solo de la Iglesia sino la que imponía mi abuela.
Domingo de Ramos
Desde temprano mi mamá me vestía y nos íbamos a la casa de la abuela, yo casi dormido porque a ella le gustaba ir a la primera Misa, que era a las 7 de la mañana. Lo que más me gustaba era que recibíamos el guano bendito. A mí me gustaba jugar con él y lo que recibía eran pellizcos de mi abuela por estar moviéndome dentro de la iglesia. Terminada la Misa nos regresábamos a casa de la abuela porque más tarde, en el intermedio de Misas, dos o tres sacerdotes amigos de la familia venían a desayunar. Siempre recuerdo a un cura viejo y gordo porque se comía todos los pastelitos.
En la narración de la pasión, los viejos se dormían, pero si yo lo hacía, allí iba el pellizco, y si lloraba era peor. Tenía que aguantar callado, por lo que me dormía hasta que moría el Señor. Me despertaba porque sonaban unos golpes como zapatazos que hacían los monaguillos escondidos.
La procesión era increíble, porque todos querían ir al frente y mi abuela me empujaba para ella tomar los primeros puestos. Ya más adolescente, viviendo en La Habana, un domingo me aparecí en la casa con el guano enrollado en el cuello y casi me matan. Me acuerdo que la gente hacían unos trabajos artesanales increíbles y lo usaban de juguetes para los niños y para adornos en la casa. Recuerden que había que guardar el guano bendito por todo el año hasta el Miércoles de Ceniza siguiente, porque nos enseñaban que deshacerse del guano era pecado.
Lunes Santo
No se podía hacer nada, cuidadito de ir a la playa o preparar algún viaje. Me acuerdo que ya siendo mayor, organicé un paseo con mis amigos porque no teníamos clases. Tuve que suspenderlo porque mi madre me hizo creer que si me iba al paseo tenía que renunciar a la fe católica. Todas las fiestas del pueblo se suspendían, la “zona rosa” se cerraba y la venta de licores era prohibida; las parejas en el parque hablaban en voz baja y nada de besitos.
Martes Santo
Nuevamente, temprano, para la iglesia porque era el día de la confesión. Y creo que tenía que confesar en la casa primero mis pecados, porque, aunque joven, me hacían confesar si le di una trompada al gordito de la escuela o fui yo el que le tiré al profesor “un taco” por la espalda mientras escribía en la pizarra. Nada de comer carne, solamente pescado, y los mayores tenían que hacer ayuno. Se notaba tristeza en la casa porque no se escuchaba música, únicamente alguna que otra novela en la radio.
Miércoles Santo
Recuerdo una procesión del Nazareno. Íbamos temprano a la iglesia con mi abuela para ayudar a la preparación y engalamiento de El Monumento. Nuestra parroquia era la catedral, pero todas las iglesias competían para ver cuál era la mejor. Como no había clases todos estábamos en la casa, pero cuidadito de jugar en la calle. Había que respetar esos días.
Jueves Santo
Ese era el día de la visita a los monumentos. Yo creo que visitábamos todas las iglesias del pueblo. Que lindo: montones de cirios encendidos, paños colgando y flores. A mi papá le lavaban los pies y nada menos que el cura que bajaba del altar especialmente, aunque en toda mi vida a mí nunca me los han lavado. Por la mañana temprano había una Misa especial del obispo con todos los sacerdotes del pueblo.
Viernes Santo
Huy... Ese día sí que era triste. En mi casa no se prendía el fogón. En la iglesia se hacia el Vía Crucis caminando por todos los cuadritos chicos que estaban puestos alrededor del templo. La gente casi ni se hablaba. No me dejaban jugar con mis soldaditos porque era cosa de guerra. Se rezaba un rosario, creo que se llamaba el Rosario del Pésame, y lo que menos me gustaba, el famoso Sermón de las Siete Palabras, para el cual siempre buscaban a un sacerdote muy especial que hacía llorar a los escuchas. Yo también lloraba, pero por las ganas de irme a casa. Nada de visitas; todo el mundo para su casa.
Sábado Santo
Desde temprano todo el mundo preparándose para ir a los bailes del Sábado de Gloria que se ofrecían por todo el pueblo, en los salones más ricos y en los más pobres. Todo el mundo a bailar y a tomar trago porque se reanudaba la venta de licores y las fiestas. Recuerdo que ese día no había Misa, así que no me levantaban temprano para ir a la iglesia.
Domingo de Resurrección
¡Que fiesta! Todos se saludaban en la Misa, regresaba la música, todos se felicitaban y repetían la frase “Jesús, está vivo”. El altar cuajado de flores bellísimas y todo el mundo vestido con su mejor ropa. Después de Misa, íbamos para casa de mi abuela al famoso almuerzo de Resurrección. Una mesa larga en el patio, llena de gente, algunos familia y otros que decían cuando llegaban, “Mi familia,” y se sentaban.
Pero lo que me llamaba mucho la atención, aun siendo tan pequeño, es que mi abuela se traía tres o cuatro de los que pedían limosna en las afueras de la iglesia y así, malolientes y todo, se sentaban a la mesa con nosotros. Esto se me quedó grabado toda mi vida. Quizás por eso mi vocación por los pobres, porque ella me enseñó que eran Jesús en persona.
Hoy todo esto ha cambiado mucho. Aunque en términos generales sigue siendo nuestra gran tradición de Iglesia, mi deseo es que ojalá nunca hubiese cambiado y hubiéramos seguido con todas las tradiciones, porque hoy un viejo añoro aquellos años y doy gracias a Dios y a mi Iglesia de haberlos vivido.
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