Gracias, Dios, por este momento
Monday, November 23, 2020
* Ana Rodriguez Soto
Esto puede sonar chocante, pero debo decir que extraño la cuarentena.
Sé que se supone que aún deberíamos estar en algún tipo de cuarentena, pero extraño los días de marzo y abril cuando el mundo pareció detenerse. También fue una época loca, en el sentido de que mi trabajo no se detuvo. Se incrementó.
Pero mi vida sí cambió. Empecé a trabajar desde la casa todos los días en vez de hacerlo ocasionalmente. Eso fue agradable. Ya no tenía prisa por prepararme. No más tensión por combatir el tráfico. Se acabó el apuro por llegar a casa en la noche.
Alrededor de las cuatro de la tarde, hacía una pausa en mi trabajo. Mi esposo, ya retirado, y yo nos sentábamos en el patio a tomarnos una bebida, nuestro “happy hour”. Nos sentábamos fuera, mirando el lago detrás de nuestra casa, con un refrigerio, maní o aceitunas. Disfrutábamos la brisa, ver los patos y gansos cruzando el patio, seguidos de largas filas de sus pequeñas crías. Afuera no parecía que hiciera tanto calor o fuera insoportable. Era agradable.
Luego volvíamos a entrar, trabajaba un poco más y después comenzaba a cocinar. Nuestros hijos ya no están en casa, así que sólo cocino para dos. Cuando los niños eran pequeños, parecía que tenía que cocinar a la carrera. Regresaba a la casa. Iba de un lado a otro. Cocinaba. Limpiaba. Pero durante la cuarentena me sentía mucho más relajada. De hecho, me gustaba cocinar.
También comenzamos la costumbre de caminar cada mañana. Al principio sólo era aproximadamente una milla alrededor de nuestra cuadra. Luego comenzamos a caminar hacia un Starbucks cercano, en un viaje de ida y vuelta de tres millas. Poco a poco fuimos ampliando nuestras caminatas, especialmente los fines de semana cuando no necesitaba trabajar. A veces caminamos hasta seis o siete millas solo con entrar por cada callejón sin salida o explorar los vecindarios cercanos.
Lo bueno es que lo hemos mantenido más allá de la pandemia. Nos levantamos a las seis de la mañana, salimos y empezamos a caminar. Se siente muy bien regresar a casa y darnos cuenta de que a las ocho de la mañana ya he alcanzado la mayoría de mis 10,000 pasos diarios.
Pero, aunque de vez en cuando sigo trabajando desde la casa, me parece que lo que más extraño es la sensación de que el tiempo se ha detenido. De hecho, encontramos tiempo para sentarnos en ese patio, el mismo patio en la misma casa donde hemos vivido durante 38 años, y que sólo utilizábamos para las cenas de Acción de Gracias una vez al año. Tal vez lo usábamos con más frecuencia cuando los niños eran bebés y yo estaba en la casa con ellos. Pero eso sólo duró tres o cuatro años.
Y definitivamente que en ese entonces no había tiempo para sentarse. La cuarentena fue cuando, por primera vez, la vida no se sentía agitada. No necesitaba salir corriendo para conducir hacia algún lugar. No tenía compromisos fuera de la casa. No tenía que encontrarme en ningún sitio, excepto allí, justo donde estaba.
Por eso, sí, fue agradable. Y quiero aferrarme a esa sensación de que el tiempo se detiene. La única manera de hacerlo al reanudar la vida normal, por supuesto, es recordarme a mí misma que debo permanecer en este momento. No estar aquí pensando en lo que voy a hacer en la próxima hora o en el próximo mes. Si empiezo a hacerlo, intento sorprenderme a mí misma y me digo: “Oye, deja de pensar. Estás aquí. Ahora mismo. En este momento”.
Gracias, Dios, por este momento.
Esta reflexión fue compartida con el grupo de “Cafecito with Jesus”, del Centro de Renovación MorningStar, que se reúne vía Zoom de lunes a viernes al mediodía para orar por cinco minutos (en inglés). Pueden participar en https://www.morningstarrenewal.org/.
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