Una reflexión Vicentina ante el coronavirus
Monday, April 20, 2020
*Victor Martell
Mi hermano Jose R. Diaz-Torremocha, desde España, me hizo llegar unas reflexiones que yo he tomado como mías porque son necesarias en este momento que estamos viviendo. Leyendo el Evangelio: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: ‘Va a hacer bochorno,’ y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y el cielo ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?” (Lucas 12, 54-59)
Esto me daba qué pensar ante las circunstancias que nos rodean en estos días: el coronavirus, la obligación de recluirnos en nuestras casas, de respetar las distancias, de aumentar nuestra higiene. ¿Estamos sabiendo interpretar, como Él nos dice, lo que está sucediendo?
Esta pandemia debería hacernos pensar a todos en el defecto de solidaridad que nos acucia, en el olvido de la caridad y el descuido de nuestro amor al prójimo que tanto nos separa, a pesar de vivir tan juntos y de depender tanto los unos de los otros.
Ahora que una relativa soledad, en la obligada reclusión, nos deja tiempo para reflexionar en lo que somos y en lo que nos necesitamos, en lo que pasaría si la enfermedad nos ataca y no encontramos a quien recurrir o con quien compartir las dificultades que se nos planteen, ¡ahora pensamos en el prójimo!
En ese prójimo al que hemos olvidado, ese compañero de humanidad, de vida, de sociedad, de cultura y de fe en Nuestro Señor, se asoma a nuestro egoísmo desde la distancia con la que le hemos excluido largamente. Todo ello me exige “juzgarme a mí mismo ante lo que debo hacer”.
No hemos sabido prever lo que puede acontecer en nuestras vidas: demasiado vivir el presente y poco prepararnos para lo que el futuro puede depararnos.
¡Me pongo en marcha! Soy miembro de la Sociedad de San Vicente de Paul; he de acercarme (con las debidas precauciones que la obligación sanitaria exige) a buscar a mis hermanos en la fe para ponernos a trabajar por los que sufren, por los que van a tener que soportar el dolor de haber perdido a un ser querido, por los que no tengan quien les acerque la comida, medicamentos o necesiten una mano en lo doméstico.
Seamos nosotros, los humildes servidores del amor, quienes los acompañemos a aliviar su soledad y les llevemos, cuando se pueda, la presencia de Dios con nuestra visita, porque Él estará en medio y ayudará con la paz que su amor pone en los hombres.
Y yo estoy aquí para eso. No sé si he entendido bien lo que estaba leyendo en el Evangelio, pero siento que esas palabras, que son las Suyas, me obligan a hacer, a entregarme más, ahora que tanta gente puede necesitar ayuda humana y la paz de Dios.
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