By Ana Rodriguez Soto - The Archdiocese of Miami
Por el P. José HernandoHe conocido al Padre José María Paz por más de 50 años. Se había ordenado de sacerdote el 31 de mayo del 1952 en el Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona. Él fue uno de los 820 nuevos sacerdotes españoles ordenados en el mismo día y en una única ceremonia en el Estadio de Montjuit, Barcelona � algo único en la historia de la Iglesia Católica en el mundo.
Ejerció su ministerio sacerdotal por cuatro años en Galicia, su tierra natal. En el año 1956 se ofreció voluntariamente a ir de misionero a Latinoamérica, formando parte de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA) por la que vinieron a Hispanoamérica cientos de sacerdotes diocesanos españoles. Varios de ellos estuvieron y aún quedan algunos en distintas diócesis del Estado de La Florida. En ese mismo año el P. Paz fue enviado a Cuba, a la Arquidiócesis de Santiago, donde fue párroco de Manatí por cinco años, hasta que en el año 1961 se fue de la Isla debido al régimen revolucionario de Cuba.
El P. Paz fue enviado entonces a la Diócesis de Miami en el año 1961, y aquí ha trabajado por 57 años, gran parte de sus 66 de sacerdote. Deja una huella difícil de borrar, superar u olvidar. Entre tantas cosas lindas de su larga vida sobresalen su amor a Dios y a su Iglesia, su dedicación como pastor, su entusiasmo, su sabiduría, su serenidad, su buen humor, su amistad, su cercanía con la gente.
Fue sacerdote dedicado a todos sin distinción de raza, procedencia, lengua o clase social. No hace mucho me confesaba que fue en Cuna, en Manatí, donde aprendió a ser “cura de pueblo”, haciéndose siempre sencillo, cercano a todos, siempre con buen humor. Ciertamente que hacía honor a su apellido de Paz, pues no cabe duda que creaba y daba paz, en todo momento, sobre todo en situaciones difíciles y complicadas. Hablar con él era contagiarse de su serenidad y sosiego, que salía de sus palabras, siempre acertadas y convincentes. Ese sosiego se percibía en su gran humanidad, de cuerpo y de alma.
Como sacerdote, el P. Paz era un hombre de Dios, compasivo, paciente, siempre abierto de mente y corazón para comprender y animar; siempre optimista y lleno de una esperanza que le daba a uno seguridad. Para él no había problemas que no se pudieran resolver con la gracia de Dios y los medios humanos.
El P. Paz también era un maestro, sabio, práctico e inteligente. Le venía de familia. Su mamá fue maestra también; ella y su esposo formaron una bella familia, superando tiempo duros y difíciles, sobre todo en los años de la Guerra Civil española (1936-1939) y la posguerra. Como maestro enseñaba y predicaba con claridad y transparencia, dándose a entender perfectamente al explicar los misterios de nuestra fe. Y como sacerdote y maestro creía y quería la educación católica, como lo demostró apoyando y atendiendo los colegios católicos que tuvo a su cargo en varias parroquias. Lo saben muy bien los maestros y alumnos de tantas generaciones.
Como misionero el P. Paz recorrió los campos y poblados en sus parroquias de Cuba. Después organizó misiones para evangelizar en los barrios populares de Miami. Siendo párroco de la Misión de St. Ann en Naranja atendió y acompañó en su fe a cientos de trabajadores emigrantes de los campos de Naranja, Homestead, Perrine.
Dice la canción que “en el mar la vida es más sabrosa”, pero no lo es para todos; si no lo creen piensen en los marineros y trabajadores de cruceros y cargueros, que dejan sus familias y están trabajando de día y de noche en una rutina interminable. Gracias al P. Paz muchos de estos trabajadores del mar, cuando llegaban al Puerto de Miami, sentían que su vida adquiría un nuevo sabor y colorido. Sabían que en el Puerto de Miami había un edificio llamado “Stella Maris”, en honor de La Virgen María, Estrella de los Mares. Allí había seglares que les acogían, les facilitaban teléfonos para ponerse en contacto con sus familias, disfrutaban de un ambiente de acogida y bienvenida. Y sobre todo sabían que allí estaba el P. Paz que les escuchaba, les confesaba, les animaba, les evangelizaba, les celebraba la Eucaristía. El P. Paz fue quien fundo el Apostolado del Mar, al que dedicó tantas horas y con tanto entusiasmo, mientras era párroco de la Iglesia de St. Michael, en Miami.
De la misma tierra bañada por el Atlántico y el Cantábrico le venía su amor al mar, a la pesquería, a los mariscos, que tanto abundan en las costas de Galicia. Esto le llevaba a ser un cocinero experto en preparar y cocinar mariscos; también degustaba y disfrutaba con gran entusiasmo y siempre en ambiente de familia. Hablar con el P. Paz era como disfrutar de los alimentos de una mesa. En su conversación todas las palabras quedaban condimentadas con su agudeza y su humorismo gallegos, que no todos entendían, precisamente por ser gallego. Pocas palabras, pero exactas, certeras y convincentes, le bastaban para definir una situación o una personalidad o un incidente. Siempre me quedaba con ganas de más, por eso a veces, con cierta picardía, le invitaba a repetir algún cuento o historia que para mí eran ya clásicos.
No sabemos lo que hemos perdido, aunque damos a Dios muchas gracias por haberle tenido por tantos años. Se nos fue inesperadamente, tan rápido y tan callado que no pudimos decirle adiós, o “hasta luego”. El P. Paz como buen gallego le dio muchas veces a la imagen del Apóstol Santiago el abrazo tradicional de los peregrinos, cuando se acercan a la tumba que guarda los restos del Apóstol en la Catedral Compostelana. Yo espero que ya haya podido sentir el calor y la emoción del abrazo de bienvenida del Apóstol Santiago, y sobre todo de nuestro Maestro, el Señor Jesús, diciéndole las mismas palabras de la Escritura: “Ven, siervo bueno y fiel, siéntate y disfruta del gozo y de la mesa de tu Señor”.
El P. Hernando, ya retirado, fue párroco de la iglesia St. Agnes en Key Biscayne, y por muchos años escribió una columna para La Voz Católica.