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Homilies | Tuesday, March 19, 2024

Hoy dedicamos la labor de manos humanas para un propósito sagrado

Homilía del Arzobispo Thomas Wenski en la consagración de la nueva iglesia de la Misión Santa Ana, en Naranja

El Arzobispo Thomas Wenski predica su homilía durante la celebración de la Misa de dedicación de la nueva iglesia de la Misión St. Ana, en Naranja, el 19 de marzo de 2024.

Fotógrafo: TOM TRACY | FC

El Arzobispo Thomas Wenski predica su homilía durante la celebración de la Misa de dedicación de la nueva iglesia de la Misión St. Ana, en Naranja, el 19 de marzo de 2024.

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía en la Misa en la que dedicó y consagró la nueva iglesia de la Misión Santa Ana en Naranja, el 19 de marzo de 2024.

Hoy, con una solemne ceremonia de consagración terminamos la construcción de este templo— y de un nuevo altar. Durante este tiempo sagrado de Cuaresma no era conveniente celebrar la dedicación de un nuevo templo en los días penitenciales de la Cuaresma. Sin embargo, hoy hacemos un paréntesis en la observancia Cuaresmal al celebrar la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María, y yerno de Santa Ana, la patrona de esta misión.

Felicidades al Padre Cos y a todos los feligreses de esta misión de Santa Ana.  Desde hace mucho tiempo ya era obvio que el antiguo templo no era el más adecuado para las necesidades de esta comunidad. Y que haya llegado este día es una respuesta a muchas oraciones. ¡Todo es posible para Dios!

Sin embargo, Dios no necesitaba este templo: la tierra y todo lo que contiene es su templo. El culto agradable a Dios se puede ofrecer en cualquier lugar.  Dios no necesitaba esta iglesia. Pero ustedes, sí, la necesitaban.  El pueblo que esta misión sirve necesitaba este nuevo templo. Era necesario llevar toda la planta al siglo XXI. Necesitaban un lugar de culto digno y más espacioso. Se necesitaban muchas mejoras −necesarias en las instalaciones de la misión.  Pero, la Iglesia no son los edificios, son ustedes, el pueblo de Dios; ustedes son las piedras vivas del templo del Señor.

Así, al dedicar este templo y este altar, volvamos también a dedicarnos de nuevo— como individuos y como una comunidad de fe, amor y esperanza — para trabajar juntos para el reino de Dios. Que no simplemente escuchemos la Palabra de Dios, sino que la cumplamos. Que hagamos nuestro ese “sí” de Santa Ana, ese “sí” de María, su hija, ese “sí” de José, su yerno. Lo que debemos hacer es ponernos en su lugar; lo que significa, en el lugar de la obediencia a la palabra de Dios, de la responsabilidad, de la fe, de la esperanza y del trabajo. Solo así estaremos donde tenemos que estar. Solo así haremos lo que tenemos que hacer. Solo así contribuiremos como fieles a la historia de salvación que opera Dios en el mundo con su gracia y su evangelio.

Y así, hoy, la solemnidad de San José es un día ideal para que consagremos este templo para la gloria de Dios y el bien de su pueblo. Como los feligreses de esta misión, San José fue obrero, un hombre humilde, que encontró la presencia de Dios en el trabajo humano. Los callos de sus manos eran una gran muestra y testimonio de la dignidad de lo que es ganarse la vida con el sudor y esfuerzo del trabajo físico honesto. San José, un varón justo, nos recuerda que aquellos quienes aparecen escondidos o en la sombra pueden desempeñar un papel incomparable en la historia de la salvación.

Hoy, dedicamos la labor de manos humanas para un propósito sagrado. El Sacrificio de la Nueva Alianza será ofrecido aquí. Aquí Dios convive con su pueblo. Este altar es como el umbral de una puerta. A través de este umbral “pasamos” de lo mundano a lo sagrado, de lo terrenal a lo divino. Aquí nos encontramos con Dios, quien nos abre las puertas del cielo.

Este nuevo templo es un lugar hermoso y digno para que esta comunidad celebre el misterio Eucarístico. En la celebración Eucarística, en nuestra comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor, el futuro se hace presente. Cuando Cristo fue sacrificado en el Calvario, el pecado fue derrotado. El dolor se transformó en alegría. En este altar, ese mismo sacrificio se nos hace presente cada día, para que su victoria sobre el pecado, la muerte y el maligno, sea también la nuestra.

Nuestras vidas — al igual que las de María y José— pueden ser marcadas con tribulaciones y dificultades — pero al igual que las vidas de Ana y Joaquín, de María y José, encontraremos nuestro destino final y felicidad en Dios.

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