El matrimonio, el divorcio y la comuni�n
Monday, July 20, 2015
*Msgr. Michael Souckar
Existe una equivocación muy propagada de que un católico que se divorcia de su cónyuge pierde el derecho a recibir la Comunión. Algunos hasta piensan que los católicos divorciados o los que no se casan por la Iglesia están excomulgados. Tal vez conozcan a alguien que ya no asiste a la misa, o se haya alejado de la Iglesia Católica, debido a su estado civil. Si bien estos pueden ser asuntos complicados y la situación de cada persona es única, creo que es mi deber presentar unas enseñanzas importantes sobre el matrimonio y la libertad de los católicos para recibir la Comunión.
La Iglesia Católica enseña que el matrimonio — instituido por Dios — es un bien natural abierto a hombres y mujeres que profesan o no una fe. La Iglesia reconoce los matrimonios de quienes no son católicos, y no pretende determinar la forma en que se van a casar, sea en una ceremonia religiosa o civil. Por ejemplo, la Iglesia Católica considera válido el matrimonio de dos metodistas que se casan ante un juez, o el de un hombre judío y una mujer bautista que se casan ante un ministro bautista.
Sin embargo, cuando al menos hay un católico en un matrimonio, la Iglesia sí dice que, para ser válido, el matrimonio debe ser celebrado de acuerdo con las normas de la Iglesia. Por lo general, esto implica una ceremonia matrimonial en una iglesia o capilla católica, oficiada por un sacerdote católico o diácono, con dos testigos presentes. (El obispo puede conceder excepciones, pero por las limitaciones de espacio, no puedo entrar en esos detalles.)
Por lo tanto, no se considera válido el matrimonio de los católicos — incluso cuando se casan con alguien que no es católico — que se casan solamente por lo civil o ante un ministro que no es católico (sin el permiso del obispo). Al estar viviendo como marido y mujer y compartiendo las intimidades propias del matrimonio, se presenta un obstáculo moral para recibir la Comunión. (Lo mismo se aplicaría a un católico que cohabita sin el beneficio del matrimonio.)
Sin embargo, esto no significa que sean menos católicos, o que son rechazados por la Iglesia o, mucho menos, excomulgados. De hecho, estos católicos también son miembros de la Iglesia, y tienen la misma libertad y la obligación de participar en la misa dominical como lo hacen todos los católicos. En la misa se benefician de recibir la palabra de Dios a través de las Escrituras, y de unirse a la comunidad de los fieles al ofrecer oración, adoración y alabanza a Dios. A pesar de que no son libres para recibir la Comunión, se les invita a hacer una "comunión espiritual" en su oración personal con Dios Todopoderoso.
La Iglesia Católica no reconoce la autoridad de los funcionarios civiles (jueces) para romper el vínculo matrimonial por el divorcio. Sin embargo, hay situaciones donde la separación de los cónyuges es inevitable o hasta necesaria, como en el caso de abuso conyugal.
Un católico que se ha divorciado por lo civil no deja de ser parte de la Iglesia ni tiene prohibido recibir la comunión o los otros sacramentos sólo por ese hecho. Los católicos que están separados o divorciados tienen la obligación moral de mantener a sus hijos menores de edad, y cumplir con otras obligaciones justas impuestas por el tribunal civil (por ejemplo, una pensión alimenticia justa). También deben llevar una vida casta.
La Iglesia Católica ama y acoge a todos sus hijos. Todos necesitamos la misericordia de Dios, y ninguno de nosotros tiene libertad para juzgar al otro, especialmente su conciencia.
Sin dejar de lado o diluir la verdadera naturaleza del matrimonio y sus derechos y obligaciones, la Iglesia reconoce, con el corazón del Buen Pastor, que un buen número de sus hijos e hijas se encuentra en situaciones matrimoniales difíciles. Lejos de rechazar a estos seres queridos, la Iglesia y las parroquias pueden y deben ser siempre un lugar para su sanación, reconciliación y paz.
Como ha dicho el Papa Francisco: “Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie”. (La Alegría del Evangelio, 23)
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