Jimmy y el Patriarca en Navidad
Monday, December 30, 2024
*George Weigel
El calendario litúrgico postnavideño puede parecer un poco como el de Scrooge, ya que a la alegría inocente y centrada en los niños de la Natividad le siguen rápidamente tres fiestas de carácter diferente, incluso aleccionador.
La primera, el 26 de diciembre: San Esteban Protomártir, apedreado hasta la muerte a las afueras de Jerusalén por una turba que clamaba por su sangre (véase Hechos 7:54-60). Después, el 27 de diciembre: San Juan, el visionario apocalíptico del Apocalipsis 18:2 - “¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia!” - cuyos enemigos, según una tradición conservada en la Basílica de San Juan ante la Puerta Latina, intentaron hervirlo en aceite antes de exiliarlo a Patmos. Por último, el 28 de diciembre: los Santos Inocentes, masacrados en masa a causa de la paranoia de Herodes el Grande (que no tuvo reparos en asesinar a tres de sus propios hijos).
Los relatos de la infancia de Jesús del Evangelio de Lucas nos dan la clave para comprender que esta aparentemente extraña yuxtaposición litúrgica -Navidad y martirio - encarna una profunda verdad de la fe cristiana. Pues inmediatamente después de que Lucas describa el nacimiento de Jesús y su inserción ritual en el Pueblo de Israel “al cabo de ocho días” (Lc 2,21), el evangelista avanza rápidamente hasta la presentación del niño Jesús en el Templo de Jerusalén, donde el anciano Simeón profetiza que este niño será “signo de contradicción” y el alma de su madre será “atravesada por una espada” (Lc 2,34-35).
La Encarnación y la Natividad son a la vez sublimemente bellas y poderosamente perturbadoras. Los “principados y potestades” (Efesios 6:12) no ven con buenos ojos al Rey del Universo, cuyo nacimiento en el tiempo histórico desafía su hegemonía. Por eso, durante dos años del ciclo leccionario, la Iglesia lee los relatos de la Pasión de Juan y Lucas en la solemnidad de Cristo Rey: la Encarnación y la Natividad conducen inevitablemente a la Cruz, expresión más plena de la entrega del Señor para la salvación del mundo. El rosario lleva el mismo mensaje, pues el tercer y cuarto misterios gozosos conducen inexorablemente al quinto misterio doloroso, y después a los misterios gloriosos.
La Navidad inicia el camino hacia la Cruz y la Pascua, y la celebración de los mártires durante la Octava de Navidad refuerza esta idea. Desde los comienzos de la Iglesia, los cristianos vieron en el testimonio de los mártires - los “mártires rojos” muertos por causa del Nombre, y los “mártires blancos” que sufrieron mucho por el Evangelio - el modelo cristocéntrico y cruciforme de la salvación. Porque fue a través de su propia entrega “hasta los límites del amor” que el Señor Jesús redimió al mundo, como escribe Servais Pinckaers, OP. El Padre Pinckaers sugiere así que el martirio es la máxima expresión de las Bienaventuranzas, esas ocho facetas de un autorretrato del Hijo de Dios encarnado, cuyo ejemplo sus discípulos se esfuerzan por seguir.
Lo que nos trae a la memoria, en esta Navidad, a dos extraordinarios testigos del Rey nacido en Belén de Judea “cuando Quirino era gobernador de Siria” (Lucas 2, 2).
Jimmy Lai esta en su cuarto año de confinamiento solitario en una prisión de Hong Kong, injustamente perseguido por defender los derechos humanos cuyas raíces más profundas se encuentran en lo que la Biblia enseña sobre la dignidad humana. El hecho de que este defensor de la verdad aterrorice a las autoridades de Hong Kong - en deuda con el régimen de Pekín, con el que el Vaticano juega vergonzosamente al “Hagamos un trato” - se manifiesta en las cadenas que Jimmy lleva cuando sale en público, en la desmesurada presencia policial en su juicio - espectáculo estalinesco y en la rabiosa respuesta del gobierno de Hong Kong a cualquier protesta en su favor. Hace algún tiempo, Jimmy me envió una escena de la Crucifixión que había dibujado en su celda, con lápiz de color sobre papel pautado. Sostenido como Tomás Moro por su fe católica, Jimmy Lai sabe que la Navidad y la Cruz están entrelazadas, y conducen a la Pascua y a la gloria.
Los greco-católicos de Ucrania y la diáspora ucraniana en todo el mundo llaman “Patriarca” al líder de su Iglesia, el Arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk, como debe ser, a pesar de los protocolos de la nomenclatura romana. En los últimos dos años y medio, ningún otro obispo en el mundo ha sido más padre para su pueblo que Sviatoslav Shevchuk. En medio de una guerra genocida en la que sus sacerdotes son asesinados y torturados, y su pueblo brutalmente bombardeado y asesinado a sangre fría, él ha sido un magnífico testigo de la esperanza: un obispo que ha convertido los horrores de la guerra en una oportunidad para alentar, consolar, catequizar y santificar a su rebaño.
Es escandaloso que el heroico jefe de la mayor Iglesia católica oriental haya sido descartado diez veces para el cardenalato. Sin embargo, esa parodia está en el libro de cuentas de otra persona. Mientras su pueblo celebra el nacimiento del Rey, el Patriarca sigue adelante en la fe y la caridad, sabiendo que la Navidad y los mártires están entrelazados en el plan cruciforme de salvación de Dios.