Monday, January 8, 2024
*Anne DiBernardo
Cuando era niña, el clásico cuento del pajarillo errante, "¿Eres tú mi madre?", de P.D. Eastman, era mi historia favorita a la hora de dormir. Como madre joven, se lo leí a mis hijos. La vibrante imagen de la mamá pajarilla con su pañuelo de lunares rojos y blancos, buscando comida para llevarle a su bebé, está grabada para siempre en mi memoria.
Lo que no esperaba era cómo este cuento, tan sencillo en apariencia, me ayudaría en momentos particularmente difíciles de mi vida.
Para quienes no estén familiarizados con la historia, "¿Eres tú mi madre?" trata de un pajarillo cuya madre, pensando que su huevo se quedará en el nido, lo deja solo y sale volando en busca de comida. Mientras tanto, la cría de pájaro sale del cascarón. Como no ve a su madre, va a buscarla. Cae un largo trecho fuera del nido y, en su búsqueda, pregunta a distintos animales e incluso a un barco y a un avión hasta que por fin, convencido de haber encontrado a su madre, se sube a los dientes de una enorme pala mecánica, que "resopla" con fuerza por el tubo de escape. Esta pala gigante lleva finalmente al pajarillo de vuelta a su nido justo cuando su madre está llegando.
Sentí que Dios me recordaba la historia durante el encierro provocado por el covid. Una tarde, mientras caminaba por mi calle, hipnotizada por el dosel de árboles que se había convertido en un capullo espiritual para mí durante ese tiempo, sentí como si Dios me hablara directamente al corazón, desvelando un misterio oculto tras la historia del pajarillo y su frustrante búsqueda para encontrar a su madre.
Muchos de nosotros podemos identificarnos con la angustia del pajarillo. Era inmaduro, impaciente y curioso. No se daba cuenta de que aún no podía volar, y abandonó prematuramente el nido. Además, ni siquiera sabía qué aspecto tenía su madre, y por eso, le pasó por el lado en una ocasión.
Pensé en la frecuencia con la que pasamos frente a una iglesia católica sin reconocer a Jesús en el Santísimo Sacramento. ¿Cuántas oportunidades hemos pasado por alto porque estábamos preocupados o nos cegaban nuestras inclinaciones pecaminosas y nuestros intereses egoístas?
Como el pajarillo, quizá "emprendemos vuelo" y abandonamos el nido prematuramente sin "alimento" para el viaje, la formación espiritual para reconocer a los impostores. Tal vez no comprendamos cómo las decisiones que tomamos cuando éramos más jóvenes, que en su momento pudieron parecer carentes de sentido, cambiaron la trayectoria de nuestra vida, instigando una vida llena de dificultades que Dios nunca deseó.
La mayoría de nosotros podemos identificarnos con la falta de paciencia y la sensación de desesperación del pajarillo mientras buscamos lo que parece faltar en nuestras vidas. Pedimos, buscamos y llamamos. Tanto si buscamos un trabajo como un cónyuge, parece que nuestros frenéticos esfuerzos por satisfacer ese deseo pueden inutilizar nuestra capacidad para reconocer las situaciones que no nos sirven. A veces podemos sentir que la vida es cruel. A menudo nos hacemos ilusiones cuando creemos haber encontrado lo que buscábamos, sólo para verlas frustradas.
En el cuento, la pala, que eleva con delicadeza al pájaro hasta su nido, es una fuerza misteriosa que rescata al pájaro cuando está en su momento más débil, más vulnerable. El pájaro regresa a su nido de una forma que no habría podido imaginar.
¿Acaso no nos dice Jesús que su gracia nos basta, y que su poder se perfecciona en nuestra debilidad? (2 Corintios 12,9) ¿No se jactaba San Pablo de su debilidad porque le acercaba a Jesús? (2 Corintios 11,30)
Probablemente P.D. Eastman no pensaba en la Iglesia católica cuando escribió esta historia sencilla, pero llena de significado. Sin embargo, quizá no sea una idea exagerada contemplar esta historia a través del simbolismo más profundo de un nido de pájaros que rinde homenaje al pesebre del Rey recién nacido.
En "La Infancia de Jesús", de la serie "Jesús de Nazaret", el Papa Benedicto XVI cita la visión del pesebre que tenía San Agustín, como el lugar donde encontramos "el verdadero pan bajado del cielo, el verdadero alimento que necesitamos para ser plenamente nosotros mismos. Es el alimento que nos da la verdadera vida, la vida eterna. Así, el pesebre se convierte en una referencia a la mesa de Dios, a la que se nos invita a recibir el pan de Dios. De la pobreza del nacimiento de Jesús surge el milagro en el que se realiza misteriosamente la redención del hombre".
La mamá pajarilla podría simbolizar a nuestra Santísima Madre, que siempre nos conduce a Jesús, cuya carne es el verdadero alimento. No es de extrañar que nuestra ave madre también estuviera vestida con lunares rojos y blancos para simbolizar el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo, nuestro Señor, el alimento eucarístico que es "fuente y cumbre" de nuestra vida. Porque Jesús nos dice: "Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes" (Juan 6,53).
El nido del pajarillo, como el pesebre, también puede ser el símbolo más humilde de la Santa Madre Iglesia, donde el verdadero pan desciende del cielo.
Jesucristo de Nazaret, que nació en una humilde cueva de Belén, desea que le busquemos y consumamos su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, con esa misma intensidad feroz del pajarillo que busca a su madre. A través de nuestra relación con su propia madre, ella nos lo trae directamente.