Artesanos de la cultura de la vida
Monday, October 23, 2023
*Sr. Constance Veit
Cada mes de octubre, la Iglesia católica de los Estados Unidos celebra el Mes del Respeto a la Vida para dedicar su atención a la protección del precioso don divino de la vida humana. El tema del mes varía de un año a otro, pero suele concentrar nuestra atención en la cuestión del aborto.
El tema de este año es Vivamos la Solidaridad Radical. El Obispo Michael F. Burbidge, presidente del Comité de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos, explica: "Si bien poner fin al aborto legalizado sigue siendo nuestra prioridad preeminente, la forma más inmediata de salvar a los bebés y las madres del aborto es rodear completamente a las madres necesitadas con apoyo vital y acompañamiento personal. Esto es solidaridad radical".
El Obispo Burbidge señaló: "Estar en solidaridad radical con las mujeres que están embarazadas o criando hijos en circunstancias difíciles significa poner nuestro amor por ellas en acción y poner sus necesidades antes que las nuestras".
El Obispo citó al Papa Francisco, quien ha subrayado que tal solidaridad radical presupone una transformación del corazón y la creación de una nueva mentalidad.
Considero que esta nueva mentalidad, y nuestra credibilidad como Pueblo de Vida, debe surgir de una profunda comprensión de la dignidad inviolable de cada vida humana a lo largo de todas las etapas de la vida, con atención especial a quienes son más frágiles o se encuentran en situaciones de mayor vulnerabilidad.
Aunque el aborto es una cuestión de urgencia máxima, no podemos limitar nuestro entusiasmo provida sólo a esta cuestión. Nuestro compromiso con la vida humana debe ser global, o no será creíble en absoluto.
Con frecuencia, el Papa Francisco expresa esta preocupación global por la vida humana.
En una rueda de prensa tras su reciente viaje a Marsella, Francia, el Papa habló tanto del inicio como del término de la vida. "Con la vida no se juega, ni al principio ni al final. Con ella no se juega", insistió.
Al referirse a la crisis de los refugiados en el Mediterráneo, el Papa dijo: "El cielo nos bendecirá si en la tierra y en el mar sabremos cuidar de los más débiles, si sabremos superar la parálisis del miedo y el desinterés que condena a muerte con guantes de seda".
Habló de la mentalidad que requiere la solidaridad radical: "Comencemos de nuevo, Iglesia y comunidad civil, de la escucha de los pobres, que 'se abrazan, no se cuentan', porque son rostros, no números. El cambio de tono en nuestras comunidades radica en tratarlos como hermanos cuyas historias debemos conocer y no como problemas fastidiosos, expulsándolos, mandándolos de regreso a casa; ese cambio radica en acogerlos, no en esconderlos; en integrarlos, no en desalojarlos; en darles dignidad".
El verdadero mal social de nuestro mundo actual, observó el Papa, no es tanto el aumento de los problemas, sino el menoscabo en la preocupación. "¿Quién se hace cercano hoy en día a los jóvenes abandonados a su suerte, presa fácil de la delincuencia y la prostitución? ... ¿Quién está cerca de las personas esclavizadas por un trabajo que debería hacerlas más libres? ¿Quién se ocupa de las familias asustadas, temerosas del futuro y de traer nuevas criaturas al mundo? ¿Quién escucha los gemidos de los ancianos solos que, en lugar de ser valorados, son aparcados, con la perspectiva falsamente digna de una muerte 'dulce', pero que en realidad es más 'salada' que las aguas del mar? ¿Quién piensa en los niños no nacidos, rechazados en nombre de un falso derecho al progreso, que es en cambio un retroceso en las necesidades del individuo?".
Estas contundentes palabras del Papa Francisco presentan muchas áreas de acción que reclaman nuestras convicciones y nuestro compromiso provida.
Una solidaridad creíble y verdaderamente radical surgirá cuando nos involucremos en toda la amplitud de situaciones que necesitan nuestra atención y compromiso.
Cada miembro del Cuerpo de Cristo tiene dones y capacidades únicos, e intereses y convicciones diferentes. Cada uno de nosotros tiene una misión irrepetible, dada por Dios, pero todos estamos llamados a ser artesanos de la cultura de la vida.
A través de nuestras oraciones, palabras y acciones, todos estamos llamados a proclamar que la vida humana es siempre valiosa. ¡No se juega con ella!
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