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Los oídos y los corazones se sienten acariciados cuando se predica la infinita misericordia de Dios. Ningún atributo divino nos consuela tanto como el de su amor misericordioso.

Ahora bien, nunca se deben olvidar otros atributos de Dios como su justicia, su sabiduría, y la inescrutabilidad de sus designios. En cuanto el totalmente Otro y en cuanto Misterio insondable se nos revela incomprensible. ¡Qué bien lo dijo por medio del profeta!: “Cuanto aventajan los cielos a la tierra así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros” (Is 55,9).

Hoy en día la predicación sobre el Infierno encuentra rechazo. La lógica humana afirma que Dios no puede permitir que un hijo suyo sufra eternamente. De donde se sigue que todos se salvan aunque hayan sido los peores criminales de su generación. Habría que borrar de la Escritura las conminatorias palabras de San Pablo: “No se engañen. Ni impuros, ni idólatras, ni adúlteros, ni homosexuales, ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni ultrajadores, ni explotadores heredarán el Reino de Dios” (1Cor 6, 9-10).

Contribuye al repudio del infierno que su enseñanza viene envuelta en el género literario apocalíptico. Los evangelios hablan de horno de fuego, llanto, rechinar de diente, fuego inextinguible y otras imágenes terroríficas que convierten el infierno en una cámara de torturas. La lectura fundamentalista de esos textos ignora que el mensaje se refiere solamente a la pérdida eterna de la comunión beatificante con Dios.

También hay textos evangélicos más sobrios y esencialistas. “Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida y los que hayan hecho el mal para una resurrección de juicio” (Jn 5, 28-29).

El influyente libro La Imitación de Cristo, de Kempis, acoge la interpretación literal de las imágenes bíblicas sobre el infierno llegando a atribuir castigos corporales específicos para cada tipo de pecador: “Los perezosos serán punzados con aguijones ardientes, los golosos serán atormentados con gravísima hambre y sed, los lujuriosos serán rociados con ardiente pez y hediondo azufre y los envidiosos aullarán como rabiosos perros. No hay vicio que no tenga su propio tormento” (Libro I, cap. 24).

Esa visión tremendista encontró eco en la meditación sobre el infierno que presenta San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales. Hoy no se suprime la meditación, sino que se expone según la enseñanza esencial que trae el Catecismo de la Iglesia Católica.

“Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y los bienaventurados es lo que se designa con la palabra ‘infierno’” (Cat. #1033).

Nótese que se trata de un estado transcendente y no de un lugar. Y añade: “La Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad...La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira” (Cat. #1035).

Una manera sutil de negar la existencia del infierno es afirmar que se trata sólo de una posibilidad, pero que en realidad nadie se ha condenado. Habría que reflexionar sobre el significado de las sombrías palabras del Señor: “Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (Lc 13, 24).

El mensaje de la condenación pertenece al mensaje sobre la salvación. Si no existe condenación, entonces queda sin respuesta la pregunta, “¿de qué vino Jesús a salvarnos?” Si el pecado no tiene importancia y si no hay condenación para el pecador endurecido e impenitente, entonces el sacrificio de Cristo insultado, escupido, flagelado, coronado de espinas y crucificado queda como algo innecesario o como una exageración mayúscula.

Si no existe pecado grave, tampoco existe virtud heroica. Si todos se salvan independientemente de sus decisiones morales, los santos serían solamente aquellos que crecieron en un ambiente propicio a las buenas obras; mientras los malos serían los que carecieron de buenos ejemplos y virtuosas enseñanzas. Desaparecería el libro albedrío, y todos estaríamos robotizados por los condicionamientos ambientales.

Comments from readers

Rafael María Calvo Forte - 02/20/2023 01:03 PM
Qué oportuno comentario, padre. Un religioso, allende los mares, dijo categóricamente, y lo repitió otras veces: Sí todos no se salvan, la muerte de Jesús fue un fracaso…! Le respondí algo parecido a lo expuesto por ud.; y me añadió: “ la salvación es para todos” , y si no todos se salva… Corté la respuesta con una pregunta: Estudió filosofía? Y dejé la conversación.

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