Encontrar los obispos que necesitamos
Monday, January 2, 2023
*George Weigel
El verano pasado, hubo un considerable entusiasmo en algunos sectores cuando el Papa Francisco nombró a tres mujeres como miembros del Dicasterio para los Obispos, la oficina en el Vaticano que hace recomendaciones al Papa para los nombramientos episcopales en gran parte del catolicismo del rito latino. Queda por ver si esta innovación marcará alguna diferencia significativa en la fase final de un proceso largo y complejo; dadas las formas bizantinas de la Curia Romana (y su atmósfera y dinámica de club de hombres), tengo mis dudas. Pero ya veremos.
En cualquier caso, una reforma profunda del proceso de selección de obispos en la Iglesia de rito latino empezaría por incorporar a las mujeres, por no hablar de los laicos, en una fase mucho más temprana del proceso.
Los nuncios y delegados apostólicos —representantes oficiales de la Santa Sede en el extranjero— deben, en teoría, consultar ampliamente al inquirir sobre los candidatos al episcopado cuyos nombres envían para consideración del Dicasterio para los Obispos. En la práctica, sin embargo, esa consulta sobre la idoneidad de un hombre determinado para el cargo de obispo se limita casi siempre a consultas entre obispos y sacerdotes. Esas consultas tienen un valor real, pero corren el riesgo de filtrar a candidatos que pueden estar dotados de un talento evangélico y apostólico que incomoda a sus colegas del clero más plácidos y menos enérgicos. Y el hecho de que un hombre sea "elegible" no debería ser un factor determinante para su posible candidatura al episcopado.
En todo el mundo occidental actual, la Iglesia se encuentra en una situación misionera de facto. La cultura ya no ayuda a transmitir y sostener "la fe que Dios entregó una vez para siempre a sus santos" (Judas 1:3). Por el contrario, esa fe está bajo constante asalto cultural y, en algunos casos, legal. En estas circunstancias, el liderazgo católico que se centra principalmente en el mantenimiento institucional —mantener la maquinaria de las parroquias, escuelas y demás en funcionamiento, pero no hacer crecer la Iglesia— conduce inevitablemente a una "decadencia manejada".
Esta frase, que ahora se escucha en más de una diócesis del noreste y del Rust Belt (“cinturón de óxido”) de los Estados Unidos, refleja una lectura melancólica de los signos de los tiempos eclesiásticos, a menudo causados por graves problemas financieros. Esos problemas son bastante reales debido a la crisis de los abusos sexuales, a los abogados depredadores y a los efectos de dos años de la Época de la Plaga en la práctica católica. Pero que los líderes de la Iglesia imaginen que su papel es "manejar la decadencia", puede reflejar también una falta de confianza en el poder del Evangelio hoy en día para ganar corazones, mentes y almas.
En un mundo occidental cada vez más poscristiano, la Iglesia del siglo XXI necesita un episcopado de apóstoles. La administración es importante. Pero la tarea principal del obispo es llevar a la gente a Cristo y fortalecer la fe de los que ya se han aliado con el Señor Jesús y su causa. Así lo enseñó el Concilio Vaticano II en su Constitución dogmática sobre la Iglesia y en su Decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos en la Iglesia.
Un apóstol enérgico y eficaz siempre puede encontrar la ayuda que necesita para administrar la parte de la Iglesia que se le ha confiado. Pero si no vive su episcopado como testigo apostólico, maestro y santificador —si no es eficaz en animar a todos en su diócesis a ser los discípulos misioneros para los que fueron bautizados, y si no apoya a sus hermanos sacerdotes en su potenciación de un laicado vibrante desde el punto de vista evangélico— toda la capacidad administrativa del mundo no evitará que su diócesis se deslice por la resbaladiza pendiente de la "decadencia manejada".
Los católicos laicos pueden ayudar a identificar a posibles obispos con ese celo apostólico, y con las cualidades y habilidades personales necesarias para ser un líder al que los demás estén deseosos de seguir. Los laicos ven cosas en sus pastores que sus compañeros sacerdotes pueden no ver o no tomar muy en serio. Por ello, una consulta seria con laicos comprometidos (y discretos) a nivel local ayuda a evitar que el episcopado se convierta en un club que se autoperpetúa, o peor aún, en una casta clerical superior.
Los obispos deberían llevar a cabo este tipo de consulta cuando se preparan para las reuniones provinciales en las que se discuten los candidatos al episcopado. Los nuncios y delegados apostólicos también deberían estar muy bien informados para conocer a los católicos laicos en los que se puede confiar para brindar evaluaciones honestas, no ideológicas y apolíticas de la aptitud de un sacerdote para el cargo de obispo.
Ser obispo en el mundo occidental de hoy en día es un trabajo muy, muy duro, y es por eso que no son pocos los sacerdotes que rechazan un nombramiento episcopal cuando se les ofrece. Encontrar esa clase de hombres que puedan ser verdaderos apóstoles del siglo XXI empieza en el ámbito local. Ahí es donde comenzará una profunda reforma en el proceso de dar a la Iglesia los obispos que necesita.
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