Por qué fue necesario el Vaticano II
Monday, October 24, 2022
*George Weigel
Escribir mi nuevo libro, To Sanctify the World: The Vital Legacy of Vatican II (Santificar el Mundo: El Legado Vital del Vaticano II, Basic Books), me ha brindado la oportunidad de profundizar en los 16 textos del Concilio y en los comentarios numerosos y excelentes sobre ellos. También me hizo reflexionar sobre por qué el Concilio fue necesario. Esta cuestión hoy la plantean a menudo los jóvenes católicos que, inquietos por las excesivas turbulencias eclesiásticas de la última década y generalmente mal informados sobre la Iglesia preconciliar, imaginan que todo en el catolicismo era excelente hasta que Juan XXIII cometió el error fatal de convocar un concilio ecuménico. Sin embargo, esa no era la opinión de algunos líderes católicos bastante ortodoxos en la década anterior al Vaticano II.
Monseñor Giuseppe De Luca era un clérigo incondicional que había redactado el decreto del Santo Oficio que incluía los libros del Premio Nobel de 1947, André Gide, en el Índice de Libros Prohibidos. En 1953, sin embargo, encontró insufrible el ambiente en el Santo Oficio, la Suprema entre las oficinas curiales. Así que expresó sus frustraciones a Monseñor Giovanni Battista Montini (el futuro Papa Pablo VI) en estos términos tan sencillos: "En esta atmósfera sofocante de imbecilidad untuosa y arrogante, tal vez un grito, caótico pero cristiano, haría algún bien".
También está el polímata-teólogo suizo Hans Urs von Balthasar. En 1952, publicó un pequeño libro en alemán, Razing the Bastions: On the Church in This Age (Abatir los Bastiones: Sobre la Iglesia en Esta Época), en el que se preocupaba de que la gran tradición católica se hubiera fosilizado y se hubiera "deslizado fuera del centro vivo de santidad [de la Iglesia]". La "gran operación de salvamento" de la Contrarreforma había sido necesaria, argumentaba Balthasar, pero había concluido, y la Iglesia tenía que salir de su posición defensiva y continuar ofreciendo a la humanidad la verdad de Dios en Cristo.
En los años inmediatos al Concilio, Joseph Ratzinger (el futuro Papa Benedicto XVI), uno de los tres teólogos más influyentes del Vaticano II, sabía que la recepción del Concilio era imperfecta y su aplicación más imperfecta aún. No obstante, identificó otras razones por las que el Vaticano II fue necesario y por las que su enseñanza era esencial para la vida de la Iglesia en el futuro:
"[El] Concilio reinsertó en la Iglesia entera una doctrina de la primacía [papal] que estaba peligrosamente aislada; integró en el único mysterium del Cuerpo de Cristo una concepción demasiado aislada de la jerarquía; devolvió a la unidad ordenada de la fe una mariología aislada; dio a la palabra bíblica todo su valor; hizo que la liturgia volviera a ser accesible; y, además, dio un valiente paso adelante hacia la unidad de todos los cristianos".
Así, el Concilio tuvo muchos logros teológicos y doctrinales en su haber. Estos fueron cruciales para reavivar esa fe radical, Cristocéntrica, que sería la fuente de una misión católica revitalizada para convertir el mundo moderno. Del mismo modo, el rechazo del triunfalismo católico por parte del Concilio fue bueno en sí mismo y necesario para su misión: "Fue necesario y positivo que el Concilio pusiera fin a las formas falsas que la Iglesia utiliza para glorificarse a sí misma en la tierra, y que, suprimiendo su tendencia compulsiva a defender su historia pasada, eliminara su falsa justificación de sí misma".
Sin embargo, Ratzinger creía que la flagelación continua y obsesiva ponía otro obstáculo en el camino de la evangelización y la misión. Desbloquear la promesa del Concilio Vaticano II significaba renovar nuestra fe en la promesa del Señor de "estar siempre con ustedes" (Mateo 28:20). Así, el futuro Papa concluyó que "es hora... de despertar nuestro gozo en la realidad de una comunidad de fe íntegra en Jesucristo. Debemos redescubrir ese rastro luminoso que es la historia de los santos y de lo hermoso, una historia en la que la alegría del Evangelio se ha expresado de manera irrefutable a lo largo de los siglos".
Esa referencia a "los santos y lo hermoso" nos ayuda a comprender otra razón por la que el Vaticano II fue necesario. El anuncio y la apologética de la Iglesia antes del Concilio tenían un componente sólido de lógica. Pero un mundo que se había vuelto irreligioso —no pagano, pues el paganismo tenía un sentido de la inclusión de este mundo en una realidad mayor, pero irreligiosa, sorda a los rumores de ángeles— no se iba a convertir, en general, por demostraciones lógicas. Se convertiría por la santidad, manifestada en la vida de los que se habían hecho amigos del Señor Jesucristo y se habían unido a su causa. Se convertiría porque la Iglesia ofrece más hermosura de la que el mundo puede crear.
Donde el catolicismo está vivo hoy, y el Vaticano II es bien recibido y aplicado, se debe a que las iglesias locales han abrazado la santidad y la hermosura como caminos evangélicos y catequéticos hacia un futuro cristocéntrico.
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