Vivir los misterios del rosario
Monday, May 2, 2022
*Dolores Hanley McDiarmid
Cuando tenía siete años y me preparaba para mi primera Comunión, aprendí que el mes de mayo es el mes de María, en el que se nos motiva a rezar el rosario y a meditar en la vida de Jesús.
Mi madre sintió una gran devoción por la Virgen durante toda su vida. Recuerdo haber visto un par de cuentas plateadas del rosario en diferentes lugares de la casa, un indicio de que con mucha probabilidad, ella rezaba el rosario mientras yo estaba en la escuela.
Todos los que sentimos devoción por nuestra Madre celestial tenemos una historia sobre el comienzo de nuestra propia relación especial con María. Para mi hermano, George, y para mí, nuestra relación con ella se volvió más personal cuando éramos jóvenes adultos y nuestra madre enfermó de gravedad.
En el otoño de 1994, mi hermano y yo iniciamos una jornada en la que aprenderíamos sobre el poder del rezo del rosario; la manera en que María intercede por nosotros al llevar nuestras oraciones a su hijo, Jesús; y cómo Dios continúa obrando milagros en nuestras vidas. Lo sabemos porque nuestra madre recibió muchos. Tanto mi hermano como yo creemos que quienes reciben un milagro o la curación de Dios, tienen la responsabilidad de compartirlo para la gloria de Él, lo cual es la razón para este escrito, que debió escribirse hace tiempo.
En octubre de 1994, nuestra madre, Helen, que entonces tenía 79 años, ingresó en el hospital y estuvo en la unidad de cuidados intensivos (UCI) durante tres meses. Nos pidió que rezáramos el rosario todos los días por ella. Estaba conectada a un ventilador y no podía hablar. Todos sus órganos estaban colapsando. Nos dijeron que no debíamos esperar que regresara a la casa. Estábamos viviendo los misterios dolorosos. Nos sentíamos como si estuviéramos en el Huerto de Getsemaní, pidiendo a nuestro Padre Celestial que dejara pasar este dolor.
Al mismo tiempo, nuestra madre insistía en que regresaría a la casa y haría una gran fiesta. Continuaba comunicándose con nosotros al escribir en un cuaderno de papel, y nosotros seguíamos rezando el rosario.
Durante este tiempo de sufrimiento, Dios nos brindó un consuelo. El 13 de enero de 1995, mientras Helen continuaba luchando por su vida en la UCI del hospital de Broward General, yo me encontraba en un lugar de alegadas apariciones marianas, y le pedía a la Virgen que por favor acudiera donde mi madre, que le diera consuelo y sanación en ese momento en que sufría mucho.
Cuando llegué a la UCI para ver a mi madre, me dijo que la Virgen se le había aparecido esa mañana. Vio que María, vestida de blanco radiante, la miraba. Mi madre le dijo a María: "María, hoy es tu día. Por favor, no me falles". Mi madre escribió en su cuaderno: "Ella me miró y me regaló una gran sonrisa". María había respondido a mi oración antes de que yo se lo pidiera.
Esperábamos que la salud de mi madre mejorara, pero se agravó. Mi madre nos dijo que continuáramos orando. Para sorpresa de los médicos y las enfermeras, su salud finalmente mejoró, y no podían explicar cómo había sucedido. Durante ese tiempo, vivimos los misterios gozosos, al comparar el nacimiento de nuestro Señor con la recuperación de la salud de nuestra madre.
Enviaron a Helen a otro hospital para desconectarla del respirador, pero en aquel tiempo mi hermano y yo no sabíamos que la mayoría de la gente no sale viva de ese hospital.
Todos los días me sentaba a los pies de la cama de mi madre a rezar el rosario. Fue una jornada inolvidable, llena de oportunidades para que mi madre, mi hermano y yo evangelizáramos. Fue una época de un sufrimiento horrible para los tres. Una mejor descripción sería que fue un infierno. Durante más de tres meses volvimos a vivir los misterios dolorosos, y lo comparamos con la crucifixión de nuestro Señor. Por la gracia de Dios, pudimos ver cómo Él obraba en nuestras vidas.
Por fin, en mayo de 1995, nuestra madre salió del hospital, volvió a la casa y celebró una gran fiesta, tal como nos había dicho que haría. Después de seis meses, vivimos los misterios gloriosos y celebramos el regreso de nuestra madre a la buena salud y a una nueva vida.
Los tres no podíamos evitar ser transformados después de vivir tales pruebas y sufrimientos. Para nosotros, nuestra fe creció, al igual que nuestro amor por Jesús y su madre, María. Ellos recorrieron todo el camino con nosotros.
Helen vivió cinco años más, y regresó a morar con el Señor en la fiesta de Corpus Christi. El día de su funeral en la iglesia de Nativity, en Hollywood, colocamos de manera muy apropiada una rosa en la mano de la imagen de María de la Sonrisa para darle las gracias por otros cinco maravillosos años con nuestra madre.
Ya han pasado 26 años, y mi hermano y yo continuamos rezando el rosario cada día, con la confianza de que nuestra Santísima Madre nos escucha, y nuestras oraciones serán respondidas según la voluntad de Dios.
Mi hermano y yo les invitamos a que se dirijan a la Virgen, recen el rosario, y pidan a María y al Señor que les ayuden en sus momentos de prueba. Recuerden: los milagros de Dios continúan, pero tenemos que pedir y tener fe.
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