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La alimentación pertenece a los derechos humanos fundamentales. El derecho a comer prevalece sobre el derecho a la propiedad. En muchos países la legislación protege el llamado “hurto famélico”: El hambriento tiene derecho a hurtar para comer. Recuérdese que hurtar no implica violencia como robar.

El reverso de la moneda corresponde al deber de comer. Quien se abstiene de ingerir alimento por largo tiempo transgrede el quinto mandamiento de la ley de Dios, “No matarás”. Quien se niegue rotundamente a comer, incurre en el pecado de suicidio. Hay huelgas de hambre prolongadas que despiertan simpatías por su motivación política o de otra índole, pero carecen de justificación moral.

Naturalmente, la mayoría de las personas procuran comer bien y lo hacen muy a gusto. El apetito estomacal y las papilas gustativas cooperan con el instinto de conservación.  Quede claro que el placer de comer es en sí un don de Dios. De ahí la práctica de los creyentes de no comenzar a comer sin rezar una oración de bendición y acción de gracias. Lo que se debe evitar es ese vicio en torno al comer y beber que se conoce como gula. Se cae en la gula tanto por la cantidad como por la calidad de lo que se come y bebe. Hay que practicar celosa vigilancia sobre los deseos.

La gastronomía ha experimentado un impresionante desarrollo en los últimos tiempos. La calidad y el sabor de los alimentos han llegado a ese refinamiento y exquisitez que se designan con palabras como “gourmet” o “délicatesse”.

La espiritualidad alimentaria procura frenar la propensión al sibaritismo desmedido. Quien dé riendas sueltas a su afición desordenada por las comidas opíparas y exquisitas debilita su vida espiritual.

Ayuda recordar que hay mucha hambre en el mundo. Si decidiéramos comer menos y aprovechar las sobras, quizás los alimentos se abaratarían y estarían más al alcance del bolsillo de los pobres.   

En su manual para retiros, “Ejercicios Espirituales”, San Ignacio de Loyola trae unas orientaciones conocidas como Reglas para Ordenarse en el Comer. La séptima regla exhorta a “ser señor de sí mismo”, y no esclavo del apetito. Se ejerce ese señorío comiendo despacio y en cantidades moderadas.

La persona espiritual debe mantenerse alerta al mecanismo de la saciedad. Antes de que el hipotálamo le avise que ha comido lo suficiente, el comensal debe dejar de comer. Nunca coma hasta la saciedad máxima. Eso daña la salud espiritual, y por supuesto, la salud corporal. En los países desarrollados hay epidemia de obesidad por sobrealimentación. Se tenga en cuenta que no todo obeso come excesivamente; hay desórdenes hormonales o de metabolismo que contribuyen al sobrepeso.

Quien necesite comer más abundantemente debido a su complexión y a los trabajos fuertes que realiza, se le recomienda comer más de los alimentos corrientes y comer menos de los alimentos finos, los que San Ignacio llama “manjares”.

Enseña el Santo que el control en el comer hasta el punto de practicar el ayuno fomenta la devoción o consolación espiritual. También aconseja que cuando uno coma no deje que el buen sabor de los alimentos le acapare o absorba toda la atención; se deben procurar pensamientos elevados y, si hay compañía, conversaciones sobre temas de provecho para no dejarse envolver completamente por el placer gustativo.

Este artículo se publicó primero en la edición de junio de 2021 de La Voz Católica.

Comments from readers

Jose Ignacio Jimenez - 07/05/2021 10:46 AM
Thank you for this article Father. I agree that society's interest in gastronomy has resulted in diners talking about food and restaurants at dinner as if that was the objective of the dining experience. We would do well to remember that that the dining experience should center around the relationships of the people at the dinner table with each other, the world we live in, and especially with the Creator who made the meal and our presence at it possible. If delicious food can help us achieve those objectives, that's wonderful, as long as it doesn't dominate them.
Rodolfo G - 07/05/2021 10:28 AM
¡Muchas gracias Padre por el muy oportuno y buen artículo! Dios nos bendiga con la Gracia de entenderlo y practicarlo. Amén

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