De los tiempos de la cristiandad a los tiempos apostólicos
Monday, March 1, 2021
*George Weigel
Hace treinta años, el 22 de enero de 1991, se publicó la octava encíclica del Papa Juan Pablo II, Redemptoris Missio (La Misión del Redentor). En un pontificado tan rico en ideas cuya enseñanza sólo ha comenzado a ser digerida, la Redemptoris Missio se destaca como un proyecto para el futuro católico. Las partes dinámicas de la Iglesia mundial están viviendo la visión del discipulado misionero al que nos llama la encíclica. Las partes moribundas de la Iglesia mundial aún no han captado el mensaje o, al malinterpretarlo, lo han rechazado, y por eso están muriendo.
Redemptoris Missio presentó un desafío directo y formidable a los católicos cómodos: miren a su alrededor y reconozcan que los nuestros son tiempos apostólicos, no tiempos de cristiandad. Como dijo Fulton Sheen en 1974, la cristiandad ha terminado.
"Cristiandad" conlleva una situación en la que los códigos culturales de la sociedad y el modo de vida que respaldan ayudan a transmitir "la fe que Dios entregó una vez para siempre a sus santos" (Judas 1:3). Lugares así existieron dentro del recuerdo vivo; yo crecí en los últimos y fugaces momentos de uno, en la cultura católica urbana del Baltimore de los años 50. Esa forma de "cristiandad" ya ha desaparecido. En todo el mundo occidental actual, el ambiente cultural que vivimos no transmite la fe ni es neutral con respecto a ella; el ambiente cultural es hostil a la fe. Y cuando esa hostilidad alcanza las cimas de la política, busca marginar la fe de forma agresiva. (Por ejemplo, eso es lo que ocurre cuando los gobiernos tratan de imponer la ideología LGBTQ y de género a la sociedad, penalizando a quienes, por razones de convicción, no se pliegan a la noción dañina de la plasticidad infinita de la humanidad: se criminaliza la idea bíblica y cristiana de la persona humana. Los que imaginan que "esto no puede ocurrir aquí" deberían leer la Orden Ejecutiva sobre "identidad de género" firmada por el presidente Biden pocas horas después de su toma de posesión).
Los "tiempos apostólicos" nos llaman a revivir la experiencia de la Iglesia primitiva, descrita claramente en los Hechos de los Apóstoles. Allí encontramos a los amigos del Señor Jesús resucitado inflamados de pasión por la misión. La "buena nueva" que Jesús proclamó antes de su muerte había sido confirmada sin lugar a dudas por su resurrección de entre los muertos y sus apariciones a sus amigos en su humanidad transformada y glorificada. No era una buena noticia para unos pocos; era una buena nueva que exigía ser compartida con todos.
Así pues, un grupo de desconocidos procedentes de los márgenes de lo que se consideraba el mundo civilizado se dispuso a convertir ese mundo a la fe en Jesucristo como Señor. Se enfrentaron al ridículo; algunos los consideraron borrachos, "llenos de vino nuevo" (Hechos 2:13). Otros los tachaban de charlatanes, como descubrió San Pablo en el Areópago de Atenas (Hechos 17:18). Y otros los consideraron locos, como cuando el gobernador romano Festo exclamó a Pablo: "Tus muchos estudios te han trastornado la mente" (Hechos 26:24). Pero perseveraron. Manifestaron un modo de vida más noble y compasivo. Algunos murieron como mártires. Y para el año 300 d.C. habían convertido una parte considerable del imperio romano para Cristo.
En los tiempos de la cristiandad, un "misionero" es alguien que abandona una zona de seguridad cultural y va a proclamar el Evangelio donde no se ha escuchado antes. Como enseña la Redemptoris Missio, en los tiempos apostólicos todo católico es un misionero que ha recibido el mandato de ir y hacer "que todos los pueblos sean mis discípulos" (Mateo 28:19). En tiempos apostólicos, el "territorio de misión" no es un destino de viaje exótico; está en todas partes. El territorio de la misión es la mesa de la cocina, el barrio y el lugar de trabajo; la misión se extiende a nuestras vidas como consumidores y ciudadanos. Los católicos laicos, escribió Juan Pablo, tienen una obligación especial de ser misioneros en la cultura, los negocios y la política, ya que el testimonio de los laicos en esos lugares tiene una credibilidad especial.
Al ser una Iglesia de discípulos misioneros, debemos utilizar el método de la libertad. Como escribió Juan Pablo II en la Redemptoris Missio, enfatizando sus palabras: "La Iglesia propone, no impone nada". Pero debemos proponer, debemos invitar, debemos dar testimonio del gran don que se nos ha dado: la amistad con el Señor Jesucristo y la incorporación a su cuerpo, la Iglesia. Como dijo el propio Señor en Mateo 10:8, "lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar".
La Iglesia católica del siglo XXI está llamada a pasar del mantenimiento a la misión, lo que significa la transformación de nuestras instituciones en plataformas de lanzamiento para la evangelización. La calidad de nuestro discipulado se medirá por lo bien que respondamos a ese llamado a compartir el don con el que hemos sido bendecidos.
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