Teología del tiempo libre
Monday, January 11, 2021
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
La pandemia actual afecta agudamente a las personas habituadas a la laboriosidad y productividad. Sienten desasosiego moral al encontrarse con tanto tiempo libre entre las manos.
Les podría ayudar una reflexión teológica sobre el ocio. Las primeras páginas de la Biblia presentan a Dios trabajando durante seis días y descansando el séptimo (Ver Génesis 1-2). En la última contemplación de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio matiza la revelación de Dios que trabaja y descansa al aclarar que Él “habet se ad modum laborantis”, o sea, se revela como quien trabaja. Es una manera de indicar que a Dios no le podemos atribuir exactamente lo propio de los humanos.
El caso de Santo Tomás de Aquino ilumina el quehacer teológico. Un buen día el gran teólogo y filósofo tuvo una experiencia mística muy fuerte de Dios. A partir de ese momento no quiso escribir más, pues cayó en la cuenta de que la realidad divina supera las explicaciones de los mejores teólogos.
Ahora bien, quede claro lo que Dios quiso revelar, a saber, que el hombre, creado a imagen y semejanza suya, no sólo tiene obligación de trabajar, sino también de descansar.
Si saltamos hasta la etapa final de la historia de la salvación, llamada “plenitud de los tiempos” por San Pablo, vemos que el Verbo encarnado alternaba el trabajo con el descanso. Leemos que la Sagrada Familia iba de fiesta a Jerusalén una vez al año, actividad nada productiva para el carpintero José (ver Lc. 2,41ss).
Al comenzar su vida pública Jesús no rechazó la invitación a un banquete de bodas en Caná por considerarlo una pérdida de precioso tiempo (ver Jn 2, 1-12). Jesús y sus apóstoles participaron en el festín, contribuyendo incluso a que se agotase el vino (!)
Cuando Jesús vio que el ministerio suyo y de los apóstoles mermaba las fuerzas físicas de todos, les dijo: “Vengan Ustedes a solas a un lugar desierto para descansar un poco” (Mc. 6,31).
Por naturaleza, el “homo sapiens” no es sólo “homo faber” (trabajador), sino también “homo ludens” (juguetón). El hombre necesita juegos y pasatiempos divertidos. La pandemia brinda en bandeja oportunidades para matar el tiempo con una partida de dominó o una película o salir fuera de casa, en lo posible, para ejercicios físicos. Ninguna de esas actividades tiene fines lucrativos. Se practican por descansar la mente, agobiada de preocupaciones.
No olvidemos el mejor de los pasatiempos, la lectura. No es el perro el mejor amigo del hombre, sino el libro. Con la lecturas recreativas se matan dos pájaros de un tiro. Sirven de descanso, y al mismo tiempo nos proporcionan bienes que el dinero no puede comprar. El lector se enriquece cultural y espiritualmente. Subrayemos que hay autores de ficción que comunican realidades trascendentales con más acierto que muchos teólogos. Vienen a la memoria las obras maestras de Shakespeare, Cervantes, Dostoyevsky, Bernanos, Mauriac, A.J. Cronin, Flannery O’Connor y tantos más.
Dios ha suscitado grandes santos y santas para que nos sirvan de intercesores y también de modelos de vida. Pues bien, cuando San John Henry Newman llegaba a una ciudad, preguntaba si había parque zoológico. A él, un santo, le descansaba contemplar faunas exóticas. Se sabe que San Felipe Neri fue uno de los santos más graciosos que ha habido. No le va en zaga San Juan XXIII. De ambos abundan las anéctodas jocosas.
La voluntad de Dios es que seamos laboriosos para mantenernos y poder hacer obras de caridad, pero no hasta el punto de temer pronunciar la más mínima palabra ociosa o gastar un minuto en alguna actividad placentera carente de utilitarismo. No hay nada malo en detenernos del todo para mirar y admirar lo que nos rodea. A veces debemos ceder al deseo de no hacer nada, lo que los italianos llaman “il dolce far niente”.
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