Las fuertes lecciones del incidente McCarrick
Monday, January 4, 2021
*George Weigel
Desde el día en que se anunció que el Vaticano llevaría a cabo una investigación sobre la carrera del ex cardenal-arzobispo de Washington Theodore McCarrick (obligado a renunciar a su cardenalato y posteriormente laicizado por abuso sexual y abuso de poder), parecía poco probable que el Informe McCarrick pudiera complacer totalmente a nadie. Tal intuición se intensificó cuando pasaron dos años sin ningún informe. Durante ese período, también llegué a la conclusión de que, independientemente de los detalles que indicara el informe, no se alteraría el esquema básico de este cuento de mal gusto: Theodore McCarrick es un narcisista, un mentiroso patológico; los mentirosos patológicos engañan a la gente; Theodore McCarrick engañó a mucha gente.
Resulta que el Informe McCarrick no le agradó a todo el mundo, incluso cuando la prensa mundial lo convirtió de manera extraña en un asalto a Juan Pablo II. Pero sin duda destacó que McCarrick era un embaucador consumado.
Entre los que engañó había mucha gente muy inteligente, más que unos pocos santos, y muchos del mundo católico progresista de los Estados Unidos, para los que fue a la vez héroe y recaudador de fondos, de la misma manera que el igualmente desgraciado Marcial Maciel engañó durante décadas a muchos católicos de inclinación tradicional. En el espectro de la opinión católica no hay un refugio seguro donde las percepciones y juicios de uno estén protegidos contra los impostores. Su maldad es una manifestación del trabajo del Gran Engañador, a quien San Juan describió como "el seductor del mundo entero" (Apocalipsis 12:9). Sería bueno tener en cuenta en el futuro esta vulnerabilidad común al engaño y cómo algunos, por desgracia, tratan de usar el Informe McCarrick como munición en varias luchas católicas internas.
Sin embargo, la vergonzosa historia de Theodore McCarrick ilustra más que el poder demoníaco del engaño. Las decepciones de McCarrick operaron dentro de una matriz cultural que le permitió evitar las consecuencias de sus depredaciones durante décadas. Esa cultura disfuncional —un sistema de castas clericales que es una traición a la integridad del sacerdocio y el episcopado— debe ser confrontada y erradicada, mientras la Iglesia se purifica del pecado de abuso sexual clerical para poder continuar con la misión de evangelización.
Theodore McCarrick conocía el sistema de castas clericales a fondo y lo usaba asiduamente. Lo usó porque sabía que sería protegido por hombres decentes que no podían imaginar que un sacerdote u obispo se comportara como él. Lo usó consciente de la renuencia de los seminaristas víctimas a poner en riesgo sus esperanzas de ordenación sacerdotal por hacer público su comportamiento repulsivo. Lo usó a sabiendas de que muchos obispos consideraban que el "escándalo" público era más perjudicial para la Iglesia que la depredación sexual. Lo usó porque sabía que otros clérigos se avergonzaban de cómo se habían desviado y no tenían valor para enfrentarse a otros, incluso después de haber cooperado con la gracia de Dios y haber vuelto a la integridad de la vida. Lo usó porque sabía que el presbiterio de Nueva York al que pertenecía y el episcopado americano que intentó dominar (sin éxito) funcionaban a menudo como asociaciones de hombres en las que uno simplemente no denunciaba a los demás miembros ni en privado ni en público. Lo usó pues conocía la renuencia del Vaticano a tomar medidas disciplinarias contra los cardenales.
Mientras manipulaba el sistema al subir la escala jerárquica, también desplegó su excepcional capacidad de promoverse a sí mismo. Nunca fue la gran "persona con influencia" que creía ser. Pero estaba muy dispuesto a usar esa percepción (que cultivaba) como protección, así como la afirmación tan falsa de que era una especie de agente diplomático secreto del Vaticano y, por lo tanto, estaba protegido en Roma, un mito inventado hace mucho tiempo por él, y que el Informe McCarrick destruyó, sobre todo en lo que respecta a China.
La respuesta evangélica a la profunda reforma del sistema de castas clericales viene del mismo Señor: "Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. … Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad". (Mateo 18:15-17)
Esa ética de desafío fraternal y corrección debe ser inculcada a los futuros sacerdotes en los seminarios. Los obispos deben insistir en ello con sus presbiterios, dejando claro que la corrección evangélica y fraternal se extiende a los sacerdotes que desafían al obispo cuando la conciencia y el bien de la Iglesia lo exigen. Y esa ética debe ser vivida dentro del propio episcopado. Sin ella, la "colegialidad" es un lema hueco que permite traicionar a Cristo y a su pueblo, a quienes los pastores están llamados a proteger del Gran Engañador y sus cómplices.
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