Efemérides alegres en tiempos tristes
Monday, December 21, 2020
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
No es menester subrayar que desde el mes de marzo la humanidad vive tiempos preocupantes merced a la proliferación de la pandemia COVID-19.
Cuando llega el otoño se avecinan las fechas festivas. En Estados Unidos el ambiente celebratorio comienza con Halloween, octubre 31, fiesta ambigua, caracterizada por disfraces de gusto desigual.
Luego el cuarto jueves de noviembre cumple siempre con el Día de Acción de Gracias (Thanksgiving Day), celebración que no todos entienden como ocasión para dar gracias a Dios. Para muchos se trata de una oportunidad para compartir una opípara cena familiar centrada en pavo horneado acompañado de guarniciones características del festejo más postres y bebidas selectas.
Las fiestas principales se concentran a finales de diciembre y principios de enero con la Navidad, el Año Nuevo, y la Epifanía o día de los Reyes Magos. Todas ellas piden comidas, postres y bebidas típicas de cada región.
Probablemente muchos piensen que este año el horno no está para galleticas, es decir, que el 2020 no se presta para celebrar fiestas.
Pero sería un error dejarse vencer por las circunstancias adversas y abstenerse de las celebraciones. Basta con reducir cautelarmente el número de participantes en los eventos festivos, limitándolos a los núcleos familiares más íntimos; pero nunca dejar de celebrar lo que merece celebrarse. Además, el ser humano necesita descansos y fiestas.
Con la llegada de Jesucristo al mundo llegó la “plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4). Siempre hay que celebrar la venida del Salvador. El 25 de diciembre solemniza el evento más decisivo para la historia humana; nada lo supera. Jesucristo imprime al mundo una dirección victoriosa, especialmente tras su gloriosa Pascua. Cierto que la historia tiene sus altibajos, pero fundamentalmente el universo se encamina hacia una meta triunfal.
Con espíritu de fe se pueden encajar las contrariedades que encontramos en nuestra peregrinación terrena. La divina revelación nos ofrece sólidas rocas sobre las cuales edificar nuestra esperanza y nuestra alegría. Recordemos las consoladoras palabras de San Pablo: “Considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará” (Rom 8,18). No menos reconfortantes son las palabras que el mismo capítulo trae unos versículos más abajo: “En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (v. 28).
Y si estos meses de fin de año encuentran a alguien en situación de muy precaria salud, ¿debe por eso dejar de celebrar las fiestas? Pues no. Acudamos una vez más a San Pablo: “Aunque nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. La leve tribulación de un momento, nos procura, sobre toda medida, un caudal incalculable de gloria eterna” (2Cor 4,16-17). La auténtica alegría interior puede encontrar expresión exterior al participar de algún modo en las fiestas.
Por supuesto que se necesita fe de muchos quilates para contemplar un futuro absoluto feliz desde sufrimientos extremos. Pero esa fe firme existe. Nunca han faltado los que viven sus últimos momentos de peregrinación terrena haciendo suya la felicidad del salmista: “¡Qué alegría cuando me dijeron: ‘Vamos a la casa del Señor!’” (Salmo 122).
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