Pescar como un pelícano
Monday, July 27, 2020
*Fr. Matthew Gomez
Cuando estaba en la escuela superior, asistí al retiro de Encuentros Juveniles y eso cambió mi vida. Hice mía la fe, y pude comenzar a vivir la fe que mis padres nos habían inculcado a mis hermanos y a mí. Al continuar en el movimiento de los Encuentros Juveniles, conocí el simbolismo del pelícano, su mascota (a falta de una palabra mejor).
Rápidamente le tomé cariño al pelícano. En primer lugar, por ser un antiguo símbolo de Cristo, visto en muchas iglesias antiguas e incluso en algunas catacumbas. Una leyenda dice que cuando una madre pelícano no puede encontrar comida para sus crías, picotea su propio pecho y alimenta a sus hijos con su sangre.
Espero que eso les suene familiar.
Todos los días nos alimentamos en el altar, no con la sangre de la madre pelícano, sino con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, tenemos el simbolismo del pelícano como Cristo. Por si fuera poco, el pelícano es un excelente pescador. El nivel de éxito de las especies de pelícanos que se zambullen en busca de peces es enorme.
Recientemente, mientras estaba de vacaciones con mi familia, tuve la oportunidad de ver cómo estas aves se zambullían. Muchos pelícanos estaban pasando el rato en la playa con nosotros. Cuando llegó la hora del almuerzo, comenzaron a volar, uno por uno. Se elevaban y alejaban del agua, se dejaban caer en picado y se deslizaban a pocas pulgadas sobre el Océano Atlántico, sin mover sus alas por metros y metros. Finalmente, cuando sus ojos alcanzaban a ver el almuerzo, tomaban un movimiento ascendente, y hasta en medio de una ola se daban una zambullida y desaparecían por un instante, para reaparecer con la cabeza echada hacia atrás, señal de un viaje de pesca exitoso.
Se preguntarán: “¿Por qué el Padre Matthew escribe tanto sobre los pelícanos? Le deben gustar mucho esas aves”. Sí, me gustan los pelícanos, pero siento más que admiración. Estas majestuosas criaturas me enseñaron algo muy valioso.
Al comenzar este nuevo ministerio como director de vocaciones de la Arquidiócesis, los pelícanos me enseñaron a pescar. Pero no sólo a mí; es una lección para todos nosotros.
Los pelícanos estaban pasando el rato en la playa, pero si iban a comer, no podían sentarse sobre el agua a esperar que los peces entraran en sus bocas. No, los pelícanos tenían que salir a pescar. Tenían que esperar el momento adecuado en el que pudieran deslizarse y, con los ojos abiertos, buscar su objetivo antes de atacar.
Debemos reconocer que todos estamos juntos en esta pastoral vocacional. Tenemos que tomar vuelo y recorrer la orilla en busca de peces. Debemos tomar vuelo y buscar en nuestros ministerios, grupos juveniles, monaguillos, escuelas. Puede que las condiciones de las olas y del viento nunca sean perfectas, pero incluso en esa imperfección, Dios sigue llamando y nuestra necesidad de sacerdotes continúa siendo real. Frente a las olas y el viento, ¡debemos dar esa zambullida!
Inspirémonos en los dones y talentos que Dios ha concedido a los jóvenes que llama para ser sus sacerdotes. Demos la zambullida e invitemos a esos jóvenes a considerar una vocación al sacerdocio. Vayamos a pescar de todo corazón y con valentía, como un pelícano.
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