Redescubrir el bautismo en tiempos de plaga
Monday, April 27, 2020
*George Weigel
El 29 de abril de 1951, el Padre Thomas Love, S.J. me bautizó en la iglesia de Sts. Philip and James, cerca de la Universidad de Johns Hopkins, en Baltimore. La leyenda familiar dice que causé tanto furor durante el proceso, que mi prima Judy se escondió en un confesionario. Hay fotos del bautismo, y hace unos años encontré una bonita carta que el Padre Love (a quien nunca conocí) me escribió poco después. Pero no puedo decir que tomé en serio la fecha de mi bautizo hasta que recibí motivaciones en los años 80 para que tuviera una mayor conciencia bautismal.
La primera motivación consistió en trabajar con protestantes evangélicos, que cuando se presentaban a los extraños en una reunión, típicamente decían: "Soy [tal y tal] y nací de nuevo en [tal y tal fecha]". Eso me hizo pensar en cuándo, precisamente, había nacido de nuevo; así que el 29 de abril comenzó a destacarse en mi calendario mental de fechas importantes. La segunda motivación la recibí al escribir sobre Juan Pablo II. Durante su peregrinación a Polonia en junio de 1979, el Papa fue directamente al baptisterio de su antigua iglesia parroquial en Wadowice, se arrodilló y besó la fuente bautismal. ¿Por qué? Porque, según me di cuenta, él sabía que el día de su bautismo fue el más importante de su vida, pues fue el que hizo posible su vida en Cristo, y supo que tenía el significado más profundo de su existencia.
Desde entonces, he motivado a mis compañeros católicos para que celebren el día de su bautismo. Así que permítanme exhortarles de nuevo: aprovechen este tiempo de plaga y cuarentena como una ocasión para sacar el "documento católico" de sus registros, encontrar su certificado de bautismo, y aprender la fecha. Luego, con una celebración apropiada, reflexionen sobre lo que les sucedió ese día.
La Iglesia católica ha entendido durante dos milenios que el bautismo es mucho, mucho más que un rito de bienvenida: el bautismo produce un cambio fundamental en lo que somos, en lo que podemos "ver" y en lo que debemos hacer.
Al nacer de nuevo por el agua y el Espíritu Santo en el bautismo, nos convertimos en mucho más que [su nombre] de una cierta familia, dirección y nacionalidad. Nos convertimos en células vivas en el Cuerpo Místico de Cristo: miembros del Nuevo Israel, la comunidad amada de la Nueva Alianza, destinada a la vida eterna en el Trono de Gracia donde los santos celebran lo que el Libro del Apocalipsis llama la Fiesta de las Bodas del Cordero en la Nueva Jerusalén (Apocalipsis 19:7, 21:2). Nos convertimos en el pueblo en el que las mayores esperanzas de la humanidad, incapaces de realizarse por nuestros propios medios, se realizarán.
Al haber sido purificados en las aguas del bautismo e instruidos en las verdades de la fe, podemos "ver" con más claridad las maravillas que Dios ha hecho en la historia. Así, el bautismo, en cierto sentido, recrea de manera sacramental la experiencia pascual de María Magdalena en el capítulo 20 del evangelio de Juan. Al principio, María piensa que el Señor Resucitado es un jardinero. Luego, después de que él la llama por su nombre, ella se aferra a sus pies. Pero eso es aferrarse al pasado, a lo que era Jesús, y por eso él le dice: "Suéltame" (Juan 20:17). Finalmente, María comienza a comprender que el Jesús que una vez conoció, el Jesús bajo cuya cruz ella estuvo, había sido elevado a una dimensión completamente nueva de la existencia humana, una vida que ya no estaba ensombrecida por la muerte, una vida más allá de la muerte. Y así se convirtió en la primera mensajera del Evangelio al hacer un acto radical de fe ante los otros amigos de Jesús: "¡He visto al Señor!" (Juan 20:18)
Lo que nos lleva a lo que nosotros, los bautizados, debemos hacer.
En el bautismo, morimos con Cristo, el Señor Resucitado que vive en la presencia de Dios y entre sus hermanos y hermanas en la Iglesia. Que Jesús esté presente tanto en la eternidad como en la historia significa que sus hermanos pueden vivir –de manera anticipada, aquí y ahora– en la eternidad de Dios. Es un gran regalo, y ser digno de él significa compartirlo.
Así que nosotros, los bautizados, también hemos sido comisionados. El día de nuestro bautismo, cada uno de nosotros recibió una comisión como discípulo misionero. Cada uno de nosotros escuchó (por sí mismo, como adultos, o a través de nuestros padres y abuelos, si éramos bebés o niños) la Gran Comisión de Mateo 28:19: "Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos". Todos en la Iglesia son misioneros; dondequiera que vayamos es territorio de misión.
Vivir así es poseer la verdad de nuestro bautismo en su totalidad.
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