¡Que 'venga tu reino' y se vayan los nuestros!
Monday, December 16, 2019
*Tony Magliano
Cuando rezamos el Padre Nuestro, la oración individual más importante del cristianismo, ¿en realidad tratamos de entender y meditar sobre el desafío de sus palabras, especialmente “venga a nosotros tu reino”?
¿Qué es este reino de Dios que le pedimos al Padre que produzca en la tierra? ¿Y cuál es nuestro papel?
Para ponerlo en las palabras de Jesús, “¿A qué es semejante el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas’”.
Dándonos otro ejemplo, Jesús agregó: “Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo”.
El reino de Dios continúa creciendo desde sus inicios pequeños, como el de una pequeña semilla de mostaza que se convierte en un arbusto que puede alcanzar nueve pies de altura, y un poco de levadura que estimula la masa a expandirse varias veces su tamaño original.
Por lo tanto, no necesitamos ser personas ricas y poderosas para edificar el reino de Dios.
Pero entrar, vivir, y trabajar para hacer avanzar el desarrollo del reino de Dios requiere mucha oración y un gran esfuerzo de nuestra parte. Sin embargo, no debemos desanimarnos ante una tarea tan enorme y difícil.
Un buen proverbio chino nos alienta de esta manera: “Un viaje de mil millas comienza con un solo paso”. Un gran logro, un objetivo ambicioso, no se alcanza con facilidad; requiere mucho esfuerzo. Pero se puede alcanzar con el tiempo.
Sin embargo, nunca sucederá si no hay ningún esfuerzo para comenzar. Nunca se logrará si no se toma el primer paso. Pero es alentador saber que solo se necesita un paso para iniciar el gran logro, el objetivo ambicioso, el viaje de mil millas.
El mayor logro, la meta más ambiciosa que podemos perseguir, es hacer nuestro mejor esfuerzo para entrar cada vez con más profundidad en el reino de Dios y avanzar su maravillosa presencia en nuestro mundo herido.
Innumerables seres humanos padecen un enorme sufrimiento en un mundo que es, en gran medida, indiferente a sus lamentos, desde el aborto hasta la guerra —y la industria de armas que la alimenta—; desde la pobreza hasta la enfermedad; desde la trata de personas hasta el trabajo infantil; desde las personas sin hogar en nuestras calles hasta los refugiados que huyen en nuestras fronteras; desde la contaminación hasta el cambio climático; desde la codicia corporativa hasta el nacionalismo militarista.
Pero, contrario a esta indiferencia, quienes anhelamos vivir en el reino de Dios necesitamos crecer en los frutos de su Espíritu Santo —caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza— y de forma activa utilizar estos frutos para poner fin al sufrimiento por la carga pesada que llevan nuestras hermanas y hermanos. Y necesitamos trabajar incansablemente para que las estructuras del pecado —como las llamó San Juan Pablo II— que existen en nuestra cultura, gobierno y corporaciones se transformen en estructuras que ayudan a la construcción del reino de Dios.
Debemos dejar nuestros reinos egocéntricos para que el reino de Dios pueda crecer.
Que en la misa dominical y en cualquier otro momento que recemos el Padre Nuestro, oremos con un deseo cada vez más convincente: “¡Venga tu reino!”
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