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Hace cincuenta años, el 30 de noviembre de 1969, la Iglesia católica marcó el Primer Domingo de Adviento con la aplicación universal de la revisión del Rito Romano de la Misa, aprobada por el Papa Pablo VI en respuesta a la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia.

Y estallaron las guerras litúrgicas.

Desde entonces, no han disminuido. En todo caso, se han intensificado en los últimos años.

A medida que continúan estos debates, es útil recordar que el Movimiento Litúrgico de mediados del siglo XX, que condujo a “los cambios” aprobados por el Papa Pío XII antes de llevar a “los cambios” aprobados por el Papa Pablo VI, creía que la renovación del culto de la Iglesia fomentaría tanto la santidad como la misión, incluyendo el testimonio social de la Iglesia. Para los principales reformadores litúrgicos, como el Padre Virgil Michel, OSB, de la abadía de St. John, en Collegeville, Minnesota, la renovación litúrgica, el celo evangélico y un compromiso de vivir la doctrina social católica iban de la mano. Los obispos del Vaticano II (que impusieron la Constitución sobre la Sagrada Liturgia por un voto de 2,174 a 4) estuvieron de acuerdo. Permítanme citar un pasaje de mi nuevo libro, The Irony of Modern Catholic History [La Ironía de la Historia Católica Moderna]:

“... el Concilio, basándose en y desarrollando la enseñanza de la encíclica de Pío XII, Mediator Dei, buscó recuperar un entendimiento de la liturgia como la participación de toda la Iglesia en el misterio de la presencia de Dios a través de los sacramentos, después de un período en el que ‘liturgia’ significaba, principalmente, realizar ritos en los cuales los laicos eran espectadores que asistían por obligación legal. Tanto el Movimiento Litúrgico como los padres del Concilio esperaban que dicha participación fuera un estimulante para la misión, porque en el centro de la liturgia está Cristo, y es Cristo quien envía a su pueblo como heraldos del Evangelio. O, como comenzaron los padres del Concilio [la Constitución sobre la Sagrada Liturgia]: “Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana… y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia”.

Esa era la intención. Hasta la fecha, no hay duda de que los resultados han sido decididamente mixtos.

Es un error fundamental de lógica pensar que todo lo que ocurrió después del Vaticano II sucedió a causa del Vaticano II. Pero incluso los defensores de la liturgia reformada, entre los que me cuento, deben proponer alguna clase de conexión entre lo que sucedió 50 años atrás y dos inquietantes fenómenos: La merma en la asistencia semanal a la Misa, y una falta de convicción de que, en la Eucaristía, los católicos encuentran la presencia real del Señor Jesucristo, cuerpo y sangre, alma y divinidad. Tal vez era inevitable que los ácidos culturales de la modernidad tardía también causarían que muchos católicos del siglo 21 pensaran en la Misa dominical como una opción recreativa de fin de semana en lugar de un momento privilegiado de encuentro con el Señor, en el que el culto nos prepara espiritualmente para la misión. Pero aun si eso fuera cierto, los defensores de la liturgia reformada deben reconocer que “los cambios” no frenaron el éxodo católico del culto dominical. Tampoco mitigan la ignorancia católica sobre la realidad de la Eucaristía.

Pero luego está el otro lado de la moneda. Yo crecí con la liturgia preconciliar. No era una Missa Brevis de Mozart ni un latín sonoro todos los domingos; era un latín con frecuencia mal pronunciado (y a menudo murmurado), y música pietista execrable (cuando había). Por supuesto, había celebraciones dignas y hermosas de lo que ahora conocemos como la forma extraordinaria de la Misa, y al vivir en la parroquia de la catedral tuve el privilegio de participar en ellas como monaguillo y niño del coro. Pero no eran la norma en el catolicismo estadounidense. La nostalgia por un pasado imaginario no es una guía confiable para el futuro.

Hace unas semanas discutía los últimos giros y vueltas en las guerras litúrgicas con un sabio observador de los asuntos cristianos en los Estados Unidos, que se convirtió del luteranismo confesional al catolicismo. Cuando le pregunté qué creía que buscaban los tradicionalistas milenarios en la “Misa antigua”, respondió de inmediato: “El asombro”. Probablemente eso es cierto. También es cierto que la forma ordinaria del Rito Romano se puede celebrar para que el asombro y la maravilla de la presencia divina sean ​​palpables.

Por ejemplo, visiten smcgvl.org y busquen “Mass Video” para experimentar la belleza de la liturgia reformada en la iglesia católica de St. Mary's, en Greenville, Carolina del Sur, una parroquia que también es un ejemplo próspero de la Nueva Evangelización, que representa la esperanza de que la reforma litúrgica, mejorada, pueda dinamizar la misión y fortalecer a discípulos misioneros.

Comments from readers

HECTOR GONZALEZ - 12/02/2019 08:12 PM
The Origin of our Catholic Mass was the Last Supper of Jesus with his 12 disciples at Jerusalem on Holy Thursday.. the language spoken was Aramean a dialect of the Hebrew Language.. Latin was the language of the Roman Conquerors of Holy Land. The Roman and their condemning edict in Latin was Jesus Rex Judaeorum.. If we got to look for the Real Original Mass we should learn and use Aramean... great devotion will follow... Latin was the Language of those who killed Jesus.
Gustavo - 12/02/2019 03:17 PM
I forgot to mention in my last post that in the same Pew research study 75 % of Novus Ordo mass attendees don’t believe in the real presence of our Lord in the Eucharist. Lex orandi, lex credendi :the law of what is to be prayed [is] the law of what is to be believed. The TLM is indestructible no matter how much people like Weigel and church leaders try to suppress it.
Gustavo - 12/02/2019 12:59 PM
Now let’s get down to the facts. From a recent PEW research Center. I have abbreviated NOM (to stand for Novus Ordo Mass and TLM to stand Traditional Latin Mass. Here are the findings: 2% of TLM-attending Catholics approved of contraception vs. 89% of NOM Catholics. 1% of TLM Catholics approved of abortion compared to 51% of NOM attendees. 99% of TLM Catholics said they attend Mass weekly vs. 22% of NOM. 2% of TLM goers approved of “gay marriage” as opposed to 67% of NOM. Need more evidence: here is what Pope Benedict the XVI said of the new mass: The liturgical reform, in its concrete realization, has distanced itself even more from its origin. The result has not been a reanimation, but devastation. In place of the liturgy, fruit of a continual development, they have placed a *fabricated liturgy*. They have deserted a vital process of growth and becoming in order to substitute a fabrication. They did not want to continue the development, the organic maturing of something living through the centuries, and they replaced it, in the manner of technical production, by a fabrication, a *banal product* of the moment. (Ratzinger in Revue Theologisches, Vol. 20, Feb. 1990, pgs. 103-104)

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