Raices de los abusos sexuales en la Iglesia
Monday, March 18, 2019
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
Del 21 al 24 de febrero el Papa Francisco se reunió en Roma con los presidentes de las conferencias episcopales, superiores(as) religosos(as) más otros invitados, 190 en total, para estudiar cómo proteger mejor a los menores, pues han proliferado los casos vergonzosos de abuso sexual
1) El clericalismo. Ése es un factor en la crisis, entendido principalmente como abuso de poder, pero no es la raíz más profunda. De hecho, la Iglesia es menos clerical ahora que hace sesenta años. Antes del Concilio Vaticano II, dividían a la Iglesia en “docente” (el clero) y “discente” (el laicado). Con el tiempo los laicos han ido asumiendo más protagonismo en la Iglesia. Hay muchas teólogas y teólogos laicos enseñando en seminarios y universidades católicas, y también escribiendo libros doctrinales. También hay laicos que ocupan cargos de responsablidad en las curias parroquiales, episcopales e incluso en dicasterios de la Curia Romana.
En cierto sentido, el clericalismo ha bajado tanto que hay laicos que se quejan de que sus sacerdotes no son suficientemente clérigos. Se refieren a que no muestran el debido respeto por su condición sagrada; los feligreses critican a ciertos pastores por sus automóviles, tipo de vacaciones, modo de vestir, comer, beber, etc. En fin, dicen que algunos eclesiásticos no son tan piadosos ni austeros, que parecen laicos por el estilo de vida secularizado.
El 29 de junio de 1972 el Papa Pablo VI hizo una afirmación escalofriante: “El humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia”. Se refería a la serie de errores y deficiencias que comenzaban a manifestarse ya en aquellos años postconciliares.
2) La homosexualidad. Desde hace tiempo se insiste en no admitir homosexuales al seminario. El año pasado, por ejemplo, el Papa dijo a los obispos italianos que no admitiesen a “jóvenes con tendencias homosexuales muy arraigadas o que practiquen la homosexualidad” (Vaticano, 21 de mayo de 2018). La presencia de hombres con tendencia homosexual en el clero es otro factor de importancia. Pero no del todo determinante, pues no hay evidencia de que las personas con tendencia homosexual sean necesariamente más lujuriosas que las heterosexuales.
3) Déficit de santidad. El 24 de febrero, al clausurar la reunión vaticana, el Papa señaló la necesidad “de un renovado y perenne empeño hacia la santidad de los pastores”. Ahí sí se llega a la raíz más profunda de la crisis. No se resuelve el problema con medidas disciplinares de corte detectivesco o policíaco. Hay que llegar a las conciencias.
Nadie puede ser buen sacerdote y obispo sin vivir el amor a Dios que pide el evangelio: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37). Todos los santos y santas han amado apasionadamente a Dios y se han esmerado en cumplir su santa voluntad, cuya expresión incluye los mandamientos. Las personas santas viven la castidad (sexto mandamiento) con especial fidelidad. Por sus biografías sabemos que el lema de muchos santos y santas era, “antes morir que pecar”. Como escribió San Juan de la Cruz, “En el atardecer de la vida seremos juzgados en el amor”. Y, ¿qué decir del complementario y saludable temor de Dios? Como afirma la Escritura: “El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor” (Prov. 1,7). Pero parece que la fe se debilita hasta el punto de no temer el juicio divino. La doctrina no puede ser más clara: “Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección” (Catecismo 1033).
Cuando se descubre que ha habido eclesiásticos viviendo una doble vida, cayendo frecuentemente en pecados de lujuria, cualquiera se pregunta dónde quedó el amor a Dios y el santo temor de Dios. Probablemente les fue bien durante la formación seminarística, pero luego olvidaron que los dones de la gracia no se acumulan; hay que renovarlos a diario. Cuando comenzaron a descuidar los ejercicios de piedad, a llevar una vida poco disciplinada en cuanto al uso del tiempo, y a hacerle concesión a los sentidos, se encontraron sin fuerzas para vencer las tentaciones. ¡Cúantos ungidos del Señor acaban como funcionarios que ejecutan fríamente las liturgias! ¡Cuántos han perdido el celo pastoral negándose con frecuencia a servir a sus feligreses! ¡Cuántos han caído en los pecados que la Iglesia deplora!
No se puede exagerar la importancia de la vida espiritual y penitencial en orden a la santidad, a la vida casta. Y si alguien ha caído muy bajo, no desespere de poder levantarse con la ayuda de Dios. En las Letanías de los Santos, una de las preces dice, “Del espíritu de la fornicación, líbranos Señor”. Ese mal espíritu es como aquel demonio que los discípulos de Jesús no pudieron expulsar. El Señor les explicó que esa especie de demonio “sólo sale a fuerza de oración y ayuno” (Mc 9, 29).
Comments from readers