Ilegal es a inmigrante, como no deseado es a ...
Monday, January 21, 2019
* Ana Rodriguez Soto
Quizás se deba a que en la universidad me especialicé en inglés —y quise ser periodista desde el quinto grado— que siempre me encantó la sección de artes del lenguaje en las pruebas estandarizadas. Una sección particularmente favorita era la de las analogías en pruebas como el SAT (un examen de admisión aceptado por las universidades de los Estados Unidos). Me refiero a analogías como esta: “Blanco es al arroz, como azul es al ____ (respuesta: cielo)”.
En tiempos recientes, al leer las noticias, me han llegado a la mente otras comparaciones más perturbadoras, por ejemplo:
- Ilegal es a inmigrante, como no deseado es a niño.
- Extranjero es a inmigrante, como feto es a bebé.
- Caravana es a refugiado, como masa de células es a niño por nacer.
- Migración en cadena es a inmigrantes, como sobrepoblación es a niños.
Los pro vida siempre han lamentado cómo los que están a favor del aborto cambiaron el lenguaje para deshumanizar a los no nacidos, a fin de normalizar lo impensable: que una madre mate a su propio hijo en el útero.
Cambiar el lenguaje resultó ser un precursor esencial para cambiar las leyes. El debate pasó del derecho a la vida de un niño por nacer, al derecho de una mujer a elegir qué hacer con “su propio” cuerpo. Tal lenguaje funciona también para ocultar los hechos científicos sobre el embarazo y el desarrollo fetal porque eleva los derechos de una persona por encima de otra.
Lamentablemente, veo que lo mismo sucede con la inmigración. Este no es un argumento sobre la equivalencia moral entre el aborto y la inmigración legal o ilegal. Es un argumento contra el uso de un lenguaje que deshumaniza al otro, que eleva la dignidad de una persona sobre la de “los otros”: los no deseados, los no amados, los extranjeros. Es un lenguaje que puede descender por una pendiente muy resbaladiza, como sucedió en un pasado no muy lejano.
Con la intención de hacer lo mejor por su país, los políticos y las personas de buena fe pueden sostener debates civilizados sobre las formas más efectivas de regular la inmigración: los métodos, los puntos de control, las leyes. Pero incluso el tema de “proteger” las fronteras evoca el vocabulario de la guerra. ¿De qué necesitamos protección? ¿De una invasión? ¿Igual que un niño por nacer “invade” el vientre de su madre?
En tiempos recientes, se ha caracterizado con frecuencia a inmigrantes y refugiados como invasores, ladrones, plaga, hordas, merodeadores empeñados en hacer daño a nuestra nación o a nuestra forma americana de vivir. ¿No les recuerda las razones que se repiten a favor del aborto? ¿Para preservar a las mujeres de la pobreza y todos los otros “males” que acompañan al embarazo y al parto?
Por eso, tengamos cuidado con la manera en que hablamos sobre inmigración antes de que nuestra discusión se envilezca más. Si de verdad somos pro vida, si de verdad creemos y defendemos las enseñanzas de la iglesia católica, tenemos que predicar con el ejemplo.
Las personas, como los bebés, nunca pueden ser ilegales. Los seres humanos nunca pueden ser comparados con infestaciones o invasiones. Como dice con frecuencia el arzobispo Thomas Wenski, las personas no son problemas, mucho menos problemas de los que tenemos que “deshacernos”, estén fuera de nuestras fronteras o dentro del útero.
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