�Por muchos� en el nuevo Misal Romano
Monday, December 17, 2018
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
Desde el año 2011, la Iglesia en Estados Unidos cuenta con la versión inglesa de la tercera edición típica vaticana del Misal Romano, aprobado en el año 2000, y publicado en el 2002.
La versión española demoró mucho más. Salió a la luz en España en el 2017. Aquí en Estados Unidos se imprimió un Misal Romano en español muy semejante al mejicano. Aunque su impresión se hizo en mayo de 2018, entró en pleno vigor el pasado 2 de diciembre, primer domingo de Adviento.
A ciertos feligreses les han sorprendido las palabras del nuevo Misal para la consagración del vino. Les parece una novedad que diga, “sangre derramada por ustedes y por muchos”, cuando hasta ahora las plegarias eucarísticas decían, “por ustedes y por todos los hombres”.
En realidad, la formulación actual no es una novedad, sino un retorno al texto que se estuvo utilizando antes del Concilio Vaticano II. Ese Misal, promulgado por San Pío V en 1570, decía, “pro vobis et pro multis”, o sea, “por ustedes y por muchos”. Todavía el primer misal postconciliar, promulgado por S.S. Pablo VI en 1969, decía “por muchos”.
Con fecha 17 de octubre del 2006, el Cardenal Francis Arinze, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, dio instrucciones a las conferencias episcopales para que las nuevas traducciones dijesen “por muchos”.
La mayoría de las ediciones posteriores a 1969 decían “por todos los hombres”. Ese cambio se inspiraba quizás en una obra de Joachim Jeremias de 1935. El insigne exegeta decía que “muchos” es un semitismo que no excluye la totalidad. Pero el Papa Benedicto XVI, en carta a los obispos alemanes del 14 de abril de 2012, rechazó que “muchos” y “todos” fuesen intercambiables. Escribir “todos” no sería fiel traducción, sino interpretación.
El pueblo se pregunta: “¿En qué quedamos? ¿Murió Jesucristo por todos o sólo por muchos?” La pregunta es válida.
No se puede dudar de la voluntad salvífica universal de Dios, como enseña el Apóstol: “Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad... Jesús se entregó en rescate por todos” (1Tim 2, 3.4.6).
Sin embargo, según San Marcos, Jesús también dijo que “vino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (10,45). De manera que hay base escriturística a favor de que Jesús murió por todos y por muchos.
La frase “por muchos” subraya una gran verdad que algunos soslayan, a saber, que aunque el Señor murió por todos, los que acogen la salvación son muchos, pero no todos. Ya el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, con su claridad característica, dijo que “la Pasión de Cristo (su sangre derramada) fue suficiente para todos y de su eficacia se aprovecharon muchos”.
Desde el punto de vista litúrgico, es un hecho que la sangre que Jesús derramó por todos en la cruz llega en el cáliz de la Misa a muchos, no a todos. Y la Comunión comunica la gracia santificante solamente a los muchos bien preparados para comulgar: “Quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente es reo del cuerpo y de la sangre del Señor” (1Cor 11,27).
Hay tendencia a subrayar unilateralmente la misericordia divina sin tener en cuenta su justicia y la libertad humana. La salvación es un don propuesto, no impuesto. La eficacia de la sangre de Cristo derramada en sacrificio depende de la libre acogida humana. En el cuarto evangelio, la recepción humana se expresa en términos de fe: “Esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 40).
En los evangelios sinópticos también se insiste en la necesidad de la cooperación humana en orden a la salvación eterna. Recordemos el capítulo final del Sermón de la Montaña: “No todo el que dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21). Esta gran verdad también se expresa bajo la imagen de la puerta estrecha: “¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida! Y pocos son los que lo encuentran” (Mt 7, 14).
En nombre de la compasión se dificulta aceptar la condenación eterna. Pero la fe de la Iglesia es clara al respecto. Ya el Papa Benedicto XII, año 1336, escribía: “Definimos que las almas de los que salen del mundo en pecado mortal, inmediatamente después de su muerte van al infierno”. El actual catecismo enseña la misma doctrina: “Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección” (Cat. Nº 1033).
Se ha llegado al extremo de aceptar la realidad del infierno, pero negando su eternidad, basándose en una interpretación subjetiva de la “apokatástasis”. Hay un verso en los Hechos de los Apóstoles con esa palabra: “...al Mesías que debe recibir el cielo hasta el tiempo de la restauración universal (apokatástasis)” (3, 21). La Iglesia enseña que los condenados permanecen eternamente así. “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad” (Cat. Nº 1035).
La misión apostólica de la Iglesia exige predicar incansablemente que los humanos debemos ser responsables. Lo que pensamos, decimos, hacemos o dejamos de hacer nos convierten en buenos o malos, y eso tiene consecuencias eternas.
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