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La noche se le hace larga y el frío intenso no deja dormir al "Hermano Marcelo", en el muy corto tiempo que el austero régimen de la Cartuja de Farneta dedica al descanso nocturno. Los requerimientos de la vida comunitaria y la frugalidad de la alimentación han ido minando su salud, tanto que antes de los nueve meses que ha vivido dentro de la estricta clausura, penitencias, oración y sacrificios en la silenciosa Orden fundada por San Bruno en el siglo XII, el prior del monasterio lo obligará a regresar a Caracas para recuperarse.

José Gregorio Hernández vuelve a Venezuela el 21 de abril de 1909 y allí consigue ingresar en el Seminario de Santa Rosa de Lima, pero su anhelo por la vida monacal lo lleva a buscar una vez más la cercanía de la vida conventual y decide prepararse mejor para regresar más tarde al monasterio; viaja a Roma para seguir cursos teológicos en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano, pero el clima de la Ciudad Eterna provoca en él una enfermedad pulmonar que lo obliga regresar a Caracas. Ya no intentará más ingresar en la vida religiosa; ve claro que su camino y su vocación está en asumir plenamente la vocación al apostolado laical, desde su ministerio en el campo de la medicina; allí es donde el Señor le propone el reto de la santidad, como médico al servicio de Dios y de los hermanos, especialmente de los más pobres y necesitados.  

El Venerable Dr. José Gregorio Hernández

Fotógrafo:

El Venerable Dr. José Gregorio Hernández

En mayo de 1909 retoma su actividad docente en la Universidad de Caracas, como catedrático de patología práctica donde fundó la cátedra de Bacteriología. 

Como becado de la presidencia de la república, había hecho estudios en la Universidad de París, donde se especializó en microscopia, histología normal, patología y fisiología experimental. Más tarde, en Berlín, prosigue sus estudios de histología y amplía sus conocimientos en bacteriología. A su regreso a Venezuela desde París trae consigo nuevos equipos médicos para fundar un gabinete fisiológico en la Universidad Central de Venezuela; es él quien introduce el uso y el conocimiento del microscopio en los medios científicos venezolanos.  

José Gregorio Hernández nació en la cordillera de los Andes venezolanos, el 26 de octubre de 1864, en Inotú, un pequeño pueblo del estado Trujillo, de padre colombiano y madre canaria; ella fue una mujer muy devota, de profunda religiosidad, que falleció cuando José Gregorio tenía apenas 8 años de edad. Él quiso ser abogado, pero su padre lo orientó hacia la medicina, una carrera que él asumió por completo y en la que descubrió un medio muy eficaz para ayudar a los pobres y necesitados.

En Caracas inició sus estudios en el prestigioso Colegio Villegas, donde fue un estudiante extraordinario e hizo de la lectura su mejor actividad. Asiduo a los clásicos, pronto adquirió una cultura enciclopédica. Sus calificaciones fueron de excelencia, por lo que recibió continuas distinciones y premios. A los 17 años ingresó en la Universidad Central de Venezuela donde siguió cosechando sobresalientes y el reconocimiento de ser el mejor estudiante de medicina en la facultad. Además, sabía música, dominaba el inglés, el francés, el portugués, el alemán, italiano y latín; entendía el hebreo, y poseía un gran conocimiento de teología y filosofía. Fue un hombre afable, delgado, de rostro ovalado y de tez muy blanca; poseía una mirada limpia y penetrante y sus ojos profundamente oscuros miraban siempre de frente, e inspiraban confianza a todos los que acudían a él. Vestía formalmente, siempre de negro, y usaba un sobrio sombrero; una imagen que transparentaba humildad, nobleza y sinceridad al vivir las virtudes cristianas.  

Como laico ejemplar participó de la espiritualidad franciscana y vivió enamorado del carisma del Pobre de Asís. Su actividad docente y profesional fue el mejor camino para reconocer en el enfermo al Cristo sufriente, a quien sirvió con abnegación en la persona de sus pacientes, sin importarle las horas dedicadas a atenderlos, sanarlos y confortarlos. Cada día, como era su costumbre, José Gregorio se levantaba antes de la cinco de la mañana y después de rezar el Ángelus se dirigía al cercano templo de la Divina Pastora para la Misa diaria, donde comulgaba diariamente.

La mañana del 29 de junio de 1919 fue sumamente fría; al salir de la misa, luego de saludar a todos los que encontró por el camino, José Gregorio se fue a atender a los enfermos más pobres del vecindario. Regresó a su casa a las siete y treinta, desayunó, y luego de atender a los pacientes de ese día, se fue al Asilo de Huérfanos de la Divina Providencia y a consolar a sus pacientes en el hospital Vargas.

 Al mediodía, un vecino acudió a la casa de José Gregorio preocupado por una pobrísima anciana, paciente del Doctor, que estaba muy enferma. Enseguida el médico tomó el maletín que siempre lo acompañaba y rápidamente se encaminó a la casa de la enferma; luego, también de prisa, fue a la botica cercana a comprarle las medicinas porque su paciente no tenía medios ni recursos para obtenerlas. El boticario preparó enseguida la fórmula y la entregó al médico, que, con la prisa de entregar la medicina, no vio el automóvil que doblaba la curva a toda velocidad. A consecuencia de la fuerza del impacto, que lo lanzó por el aire, su cabeza dio contra el borde de la acera y solo alcanzó a gritar: “¡Virgen Santísima!” antes de morir.

Por su conocida reputación de hombre santo, devoto, caritativo, lleno de Dios, el pueblo comenzó espontáneamente a extender su fama de santidad. Su trágica muerte tocó y llenó de dolor a todas las esferas de la sociedad caraqueña. Por la enorme confluencia de personas, no pudo ser velado en su domicilio y fue necesario llevar su cuerpo al paraninfo de la Universidad Central, para que una gran muchedumbre agradecida pudiera expresar su admiración y rendir testimonio de la vida del santo doctor que había pasado a la Casa del Padre. Para las exequias hubo parálisis total en la ciudad; el cortejo que, a las cuatro de la tarde había salido hacia el cementerio, solo pudo llegar a la sepultura a las nueve de la noche; una montaña de flores cubrió su tumba por completo, como un perfumado testimonio de veneración. 

El clamor popular movió el inicio de su causa de canonización, iniciada ya en 1949; en 1957 se hizo el proceso rogatorial en la Ciudad de la Habana, presidido por el primer cardenal de Latinoamérica, Manuel Arteaga y Betancourt, quien de joven había estudiado con José Gregorio Hernández en Caracas.  Los restos del Siervo de Dios fueron trasladados en 1975 a la parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria y en 1986, San Juan Pablo II reconoció solemnemente la heroicidad de sus virtudes cristianas y le otorgó el título de Venerable, el paso previo para la beatificación, para la que solo falta el reconocimiento de un milagro obtenido por la mediación del Venerable José Gregorio.

Comments from readers

Rogelio Zelada - 11/22/2018 11:07 AM
Estimado Alfredo, gracias por su comentario. Obviamente, por motivos de espacio siempre me veo obligado a sintetizar situaciones, dejando lo fundamental.Por supuesto todo lo que podr�a decirse del Venerable Jos� Gregorio no cabr�a en el espacio que tengo asignado. Perdone ese inconveniente. Sin embargo el art�culo no dice que un anciano vino a buscar al Dr. sino un "vecino" cuya edad ignoro. Gracias. R. Zelada
Alfredo G�mez - 11/20/2018 01:39 PM
Bueno el art�culo del Venerable solo un detalle no es cierto que un anciano vino a buscar a al Dr. Hern�ndez para que atendiera una anciana que estaba enferma fue una llamada telef�nica que recibi� en su casa solicitando sus sus servicios su hermana tomo la llamada y como era d�a de fiesta prefiri� llamar a su hermano Jos� Benigno y a su sobrino Tem�stocles (Ambos m�dicos) para que atendiera a la la enferma y as� librar al Dr. de esa situaci�n para que descansara pero <> no pudieron atender a la enferma y JGH se vi� obligado a prestar sus servicios. (Tomado del libro de su Sobrino Ernesto Hern�ndez Brice�o "Nuestro t�o Jos� Gregorio" 1958)

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