Sutilezas lit�rgicas
Monday, August 20, 2018
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
La celebración de la Santa Misa contiene muchos detalles que, por inadvertencia, a veces se pueden soslayar.
Comencemos por la llegada del celebrante al altar. No basta con hacer inclinación. Se debe besar el altar como signo de amor al Señor. El V prefacio de Pascua llama a Cristo, “sacerdote, víctima y altar”.
Después de la señal de la cruz, el celebrante pronuncia el saludo litúrgico. Los “Buenos días” y las “Buenas tardes” no cualifican como saludo litúrgico. Hay varias fórmulas litúrgicas de salutación.
El acto penitencial también ofrece muchas opciones, según los diferentes tiempos litúrgicos. No se debe privar a los feligreses de tan variados y ricos textos.
Las lecturas se proclaman desde el ambón, que es la mesa de la Palabra. En lo posible, y por respeto a la Divina Revelación, deben usarse los leccionarios grandes de tapa dura, y no folletos o misalitos.
La homilía la predica el obispo, el presbítero o el diácono; nadie más. Obliga en domingo y días de precepto; debe basarse en los textos litúrgicos. Entre semana la homilía se considera opcional. Si no se ha preparado bien, mejor sentarse unos minutos para interiorizar lo escuchado.
Las preces en la oración de los fieles quedan mejor formuladas si se llevan escritas. Las peticiones se presentan a partir de lo más universal, dejando para el final las intenciones locales y personales.
La presentación de las ofrendas contiene dos oraciones diferentes, una para el pan y otra para el vino. No hay por qué fusionarlas. Al rezarlas, el celebrante eleva ligeramente sobre el altar la patena primero y luego el cáliz. No se alzan alto como después de la consagración.
Antes de la Oración sobre las Ofrendas hay una invitación a orar, el antiguo “Orate Fratres”, que dice: “...para que este sacrificio mío y de Ustedes sea agradable a Dios Padre todopoderoso”. Algunos se preguntan si quedaría mejor decir, “este sacrificio nuestro”. No, se debe conservar el “mío y de Ustedes”, porque expresa la diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio bautismal. El Concilio Vaticano II enseña que la diferencia no es sólo de grado, sino de esencia (cfr. LG 10b).
La liturgia de la Eucaristía comienza con el prefacio. Las tres primeras plegarias eucarísticas admiten selección de prefacios. No así la cuarta plegaria ni las demás. Éstas llevan su prefacio propio inextricablemente unido al resto de la plegaria. El Misal Romano en español trae trece plegarias eucarísticas. El inglés tiene diez. Tal variedad implica una invitación a rotarlas, en vez de usar siempre la misma.
Cuando el celebrante predica, está bien que mire hacia los feligreses, pero cuando se dirige a Dios en oración, no debe pasear la mirada sobre los presentes.
Para la consagración del pan, no hay que ejecutar los pasos de la narración de la institución. Cuando dice, “lo partió”, no es el momento para fraccionarlo. Como tampoco al decir, “y lo dio a sus discípulos”, se reparten las hostias sin consagrar; sería algo absurdo.
La consagración del cáliz termina diciendo en inglés, “do this in memory of me”, y en español, “hagan esto en conmemoración mía”. Tanto “memory” como “conmemoración” se refieren al memorial (anámnesis) sacramental. No se deben usar sinónimos que sólo signifiquen la facultad mental de recordar. Estamos ante el memorial del misterio pascual, la actualización de lo acaecido una vez para siempre.
No está prescrito que los feligreses formen una cadena con las manos unidas durante el Padre Nuestro. Esa praxis de agarrarse las manos tiene sus inconvenientes.
Para el momento de la paz, el celebrante sólo da la señal de paz a los que tiene en torno al altar; no se desplaza por todo el templo dando el saludo de paz. Tampoco los feligreses deben salir de sus asientos para dar la paz a los que están lejos.
Después de la Comunión, conviene dejar un tiempo de silencio para la oración de acción de gracias. No siempre es necesario dar avisos. Pero cuando lo fuere, que sean sobrios y no sobre asuntos banales.
Es muy necesario que los sacerdotes recién ordenados lean cuidadosamente las prescripciones con letrica roja que traen los misales. Se llaman “rúbricas”; y tienen la finalidad del proteger al Pueblo de Dios contra el subjetivismo del clero.
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