La oraci�n lit�rgica
Monday, April 30, 2018
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
No escasean formas de orar. Todo cristiano bien catequizado reza de memoria las oraciones vocales básicas; muchos poseen devocionarios ricos en preces para todas las ocasiones. Gozan de amplia aceptación algunos ejercicios piadosos como el rosario y el via crucis. Hay, además, quienes profundizan en el trato con Dios mediante la oración mental, llámese meditación, contemplación o “lectio divina”.
Pero ocupa un lugar privilegiado en la Iglesia la oración oficial y pública que se conoce como Liturgia.
Jesucristo, maestro y pastor, también prolonga su sumo y eterno sacerdocio en la tierra mediante la sagrada liturgia. El Concilio Vaticano II enseñó la primacía de la Liturgia con estas palabras: “Toda celebración litúrgica, por ser obra de Jesucristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala otra acción de la Iglesia” (SC Nº7). Y añade: “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC Nº10),
Los siete sacramentos pertenecen a la Liturgia de la Iglesia. Algunos se reciben una sola vez en la vida, pero otros se celebran con frecuencia, especialmente la Eucaristía. En todas las parroquias y oratorios se congregan a diario muchos fieles que han hecho de la Santa Misa su pan nuestro de cada día.
La celebración de los sacramentos exige un ministro ordinario, a saber, obispo, presbítero o diácono, que actúa en nombre de Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico. El Bautismo admite ministro extraordinario. En el Matrimonio, un clérigo con Órdenes Mayores asiste como testigo cualificado. Quien preside las liturgias debe cumplir con las normas prescritas, respetando especialmente los textos aprobados; no es lícito mutilar, añadir o cambiar las palabras de las oraciones. También importa la activa participación de la feligresía. Los feligreses deben participar devota y activamente. De ahí que a esas celebraciones se les llame “acciones litúrgicas”. Todos los participantes se mantienen activos en la celebración, cada cual desde su estado y función eclesial.
La celebración de los sacramentos consta de Liturgia de la Palabra, es decir, lecturas bíblicas con homilía, y luego Liturgia del Sacramento. En todo actúa Cristo, como también enseñó el último Concilio Ecuménico: “Cristo está presente en la persona del ministro; cuando alguien bautiza es Cristo quien bautiza; cuando se lee la Sagrada Escritura es Él quien habla...” (SC Nº7). Por la Liturgia se hacen presentes los misterios de la salvación. De ahí que se hable de un “hoy” litúrgico. Lo sucedido “una vez para siempre” (Heb 7,27) se actualiza aquí y ahora.
Las liturgias no deben degenerar en espectáculos divertidos (show business), pero tampoco deben carecer de valor estético. Todo debe contribuir a elevar a la unión con Dios. De ahí que tenga importancia la arquitectura de los templos, incluyendo altar, ambón y baptisterio. También sean de buen gusto las vestiduras, los vasos sagrados, la mantelería, los candelabros y demás objetos dedicados al culto divino. Lo bello de la Liturgia evoca la frase de Dostoievsky, “la belleza salvará al mundo”, siendo Dios el “pulchrum” (bello) por excelencia. La Constitución conciliar sobre la Liturgia dedicó un capítulo, el sexto, a la música sagrada, y el séptimo, al arte y los objetos sagrados (SC, 112-130).
Existe también una oración oficial llamada Liturgia de las Horas. Obliga a los clérigos, pero aumentan los laicos que la rezan, sobre todo Laudes y Vísperas.
Las Liturgias de la Misa y de las Horas se rigen por el Año Litúrgico. Éste tiene como centro la Pascua del Señor, y se celebra de acuerdo a cuatro tiempos fuertes que son Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. También existe otro tiempo, llamado Ordinario, que actualiza las palabras y acciones de Jesús durante su vida pública.
Sin menospreciar los ejercicios de la religiosidad popular, tales como procesiones y novenas, los católicos bien formados darán prioridad a la oración litúrgica.
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