Como ni�os
Monday, January 1, 2018
*Rogelio Zelada
En la Sociedad donde vivió Jesús, los niños menores de edad carecían prácticamente de todo reconocimiento social y eran considerados al mismo nivel que un esclavo; constituían no sólo la parte más indefensa y vulnerable, sino además, la última. Por eso no resulta difícil de entender que los discípulos de Jesús, que no le han impedido a ciegos, cojos, leprosos, pecadores públicos, paganos y prostitutas, acercarse a su maestro, ahora aparten con firmeza a un grupo de madres que traen a sus hijos para que Jesús los bendiga.
Ellas esperan recibir de Jesús una protección especial para sus hijos, siempre amenazados por la enfermedad y la muerte. La escena parece dibujar a un grupo de mujeres de extracción campesina que comúnmente perdían a sus hijos antes de cumplir el primer año. Entonces, de los niños nacidos vivos, la tercera parte moría en los primeros meses, otro 30 por ciento antes de los seis años y unos pocos llegaban a cumplir los 16 años.
La escena da pie a Jesús para una de sus más reveladoras afirmaciones: “No les impidan que vengan a mí, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos”.
Los más débiles y menos reconocidos por la sociedad ya están en el camino hacia el Reino de Dios. Se trata de una total inversión de valores, donde los “últimos serán los primeros”; donde los niños son quienes sirven de modelo y vía; porque “si no se hacen como niños, no podrán entrar en el reino de Dios”.
Las palabras de Jesús debieron causar gran asombro a los discípulos; llamar “niño” a una persona era entonces un serio insulto, porque carecían de sabiduría y conocimiento, y todavía no sabían comportarse de manera adecuada. Éstos, que para la mentalidad farisea estaban excluidos de la salvación, reciben de Jesús reconocimiento y acogida, porque en su Reino no hay ni habrá diferencia alguna entre adultos e infantes; ni tampoco entre hombres y mujeres.
No se trata de la capacidad de entender, ni de profundizar, sino de la actitud de total confianza y seguridad que tiene el niño con su padre; imagen perfecta de la que debe poseer todo creyente con su Padre de los cielos.
En la disputa de los discípulos acerca del primer puesto que cada uno pretende ocupar cuando llegue el Reino, Jesús ha colocado en medio de ellos a un niño y les aclara, tal vez sin que lo entiendan por completo: “Quien se haga pequeño como este niño será el más grande en el reino de los cielos”.
El “pequeño” se convierte en el paradigma de la gente sencilla, de poca importancia, de aquellos que acogen con fe profunda la palabra de Jesús. Lo mismo que un niño llama con toda familiaridad “Abba” (papi, papito) a su padre de la tierra, los discípulos, al igual que Jesús, deberán colocarse en la misma cercanía, espontaneidad y confianza ante el Señor Dios y Padre.
La actitud de Jesús con los niños no busca enternecernos ante la inocencia y pureza de éstos. Mas bien es una invitación a lo fundamental de la vida cristiana, porque sólo con sencillez, honestidad, espontaneidad, confianza, franqueza y alegría se pude acoger el mensaje de Jesús.
Sólo los pequeños y humildes están llamados a descubrir y a ver realmente el rostro de Dios, como los pastores que en la alborada de la Navidad fueron convocados al portal de Belén, a ver el pequeño gran signo de un recién nacido, envuelto en pañales sobre las pajas de un pesebre de animales.
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