El Padre Apla�s
Monday, December 4, 2017
*Rogelio Zelada
En la humedad de la noche el chirriar de los grillos apagó su monótono diapasón y el silencio invadió todo el entorno de la casa parroquial de Santiago Apóstol. Como pisando en el aire, premonición de muerte y vileza, tres sicarios enmascarados buscaban al padre Apla’s, un misionero venido de Oklahoma, para incluirlo en la lista con otros nueve sacerdotes, víctimas de la guerra civil que ensangrentó la tierra guatemalteca con cientos de miles de católicos asesinados o desaparecidos.
El padre Stanley Francis Rother llegó a tierra de misión en Guatemala, en respuesta al pedido de misioneros para Centro y Suramérica, que, hacia el año 1960, San Juan XXIII hizo a la iglesia norteamericana. Estudiaba él entonces en el Seminario de Monte de Santa María en Maryland.
Stanley Francis nació el 27 de marzo de 1935, en Okarche, Oklahoma, una pequeña comunidad agrícola de origen alemán. En la granja familiar Stanley trabajaba el campo junto con sus padres y sus hermanos; practicaba deportes y servía como monaguillo en la parroquia del pueblo. Creció en un ambiente sano y tranquilo donde la fe, la iglesia, la familia, la buena educación y el duro trabajo compartido formaron el carácter del joven.
Al terminar la enseñanza secundaria entró al seminario de la Asunción, en San Antonio, Texas. Allí se enfrentó con un gran obstáculo ya que no pudo dominar el latín, una lengua muerta que entonces era del todo necesario aprender porque en todos los seminarios de la Iglesia Católica, textos y clases empleaban ese idioma. Una antigua profesora suya lo animó a seguir con su proyecto sacerdotal y le recordó el ejemplo de San Juan Vianney, patrón de los sacerdotes, que tuvo idénticos problemas para acceder a la ordenación.
Su obispo lo animó a buscar una segunda oportunidad en el Seminario de Monte Santa María, en Maryland. A pesar de sus dificultades académicas terminó sus estudios y recibió la ordenación sacerdotal el 25 de mayo de 1963.
Los primeros misioneros enviados por la Iglesia de Oklahoma llegaron en 1964 a la comunidad indígena de Santiago Atitlán, que ya llevaba más de un siglo sin la presencia de sacerdotes en la zona. Una tierra donde abundan los volcanes y los terremotos y donde los Mayas Tz’utujil, en medio de un impresionante paisaje, cultivan café y maíz. La misión estaba rodeada de una extrema penuria; sus feligreses vivían en pobrísimas chozas y se mantenían de lo que podían cultivar en unas pequeñas parcelas junto a ellas.
El padre Rother se incorporó el equipo unos años después de establecida la misión. Al llegar sólo conocía unas diez palabras en español, y a pesar de que no había podido comprender el latín, no sólo aprendió español, sino que, para poder comunicarse con la población indígena, dominó perfectamente el Tz’utujil, un idioma considerado dificilísimo de conocer, y logró traducir a ese idioma maya, que hasta ese momento no era una lengua escrita, todo el Nuevo Testamento, la liturgia de la celebración de la Eucaristía, el Leccionario, y el libro de Oraciones para el pueblo. Como “Stanley” era intraducible a la lengua local, los indígenas decidieron usar su segundo nombre, “Francisco”, que en Tz’utujil suena como Apla’s y así lo llamaron: Padre Apla’s o simplemente Apla’s.
El padre Apla’s conectó inmediatamente con la gente; vivía con sencillez y cercanía, visitaba sus chozas, compartía su pobreza y aquel hombre alto, de roja barba y ojos de azul brillante, que contagiaba alegría y entusiasmo, lo mismo compartía las tortillas que le ofrecían sentado en el suelo de un bohío que manejaba un tractor, reparaba camiones o celebraba la Eucaristía cada domingo en cuatro poblados diferentes.
Hizo florecer la parroquia acometiendo incansablemente diversos proyectos. Su carácter amable y su alegría; su disponibilidad a compartir el trabajo y el pan con su gente hizo que fuera “nuestro padre” para toda la comunidad. Su experiencia como trabajador agrícola en Oklahoma le sirvió mas que los textos de teología; enseñó nuevas técnicas y nuevos cultivos y cómo construir útiles sistemas de riego. Con los agricultores formó una cooperativa; construyó un colegio, un centro de nutrición y distribución de alimentos a los pobres, un hospital y una clínica que actualmente atienden a más de 70,000 indígenas, y para extender la obra catequética, levantó la primera estación radial católica de la zona.
Malos tiempos llegaron a Santiago Atitlán; la guerra civil, que fue cubriendo a Guatemala de violencia, sangre y sufrimiento, extendió sus zarpas al humilde poblado; pronto, líderes campesinos, trabajadores de la estación de radio católica, catequistas o simples feligreses comenzaron a desaparecer y a engrosar la lista de los cientos de miles de católicos asesinados. La labor de promoción de los indígenas y la catequesis y educación de los pobres campesinos emprendida por los misioneros de la Iglesia Católica la hizo sospechosa y la atrapó en medio del conflicto entre guerrilleros y militares.
En la lista de condenados a muerte aparecía una y otra vez el padre Apla’s. Era muy mal visto porque por caminos y cunetas buscaba los cuerpos de los asesinados para darle cristiana sepultura y porque procuró alimento y ayuda para las viudas y los huérfanos de los muertos y de los desaparecidos.
En la Navidad de 1980, el periódico de la diócesis publicó la última carta del P. Rother dirigida a sus feligreses: “El pastor no puede correr a la primera señal de peligro. Rueguen por nosotros para que podamos ser signos del amor de Cristo para nuestra gente; que nuestra presencia entre ellos los fortifique para que puedan soportar estos sufrimientos en preparación para la venida del Reino de Dios que ya llega”.
Bajo gran presión y amenazado directamente de muerte, se vio obligado a salir de Guatemala, pero regresó en abril de 1981 a su querido Santiago Atitlán para celebrar la Semana Santa con su pueblo.
El Padre Stanley Francis Rother, el Padre Apla’s, fue asesinado en su habitación de la casa parroquial el 28 de julio de 1981. Dos disparos lo dejaron tendido en un gran charco de sangre que su asistente recogió en un frasco “porque de tan valiosa que era no debía quedar en el suelo”.
Su cuerpo fue enviado a su tierra natal, en Oklahoma, pero su corazón permanece en el templo parroquial junto a la genta que tanto quiso y sirvió. Su habitación es un sitio venerado y visitado constantemente. Allí está la memoria del legado de este sacerdote que no abandonó a su rebaño.
El 2 de diciembre de 2016, el Papa Francisco reconoció oficialmente el martirio del P. Rother y su solemne beatificación fue celebrada en Oklahoma City, el 23 de septiembre de 2017. Se convierte así en el primer mártir nacido en los Estados Unidos. Un hombre sencillo que hizo de una vida ordinaria cosas grandes por el Reino de Dios, un testigo iluminador del hasta dónde puede llegar la fe si se acoge a plenitud en todas las circunstancias. Sacerdote y mártir para Guatemala y para la Iglesia de los Estados Unidos de Norteamérica.
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