Jesucristo: �Rey o presidente del universo?
Monday, November 20, 2017
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
Se acerca el último domingo del Tiempo Ordinario del Año Litúrgico, la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo; esta vez cae el 26 de noviembre.
Seguro que habrá cristianos de mentalidad moderna, democrática y republicana, en sentido anti-monárquico, que se sientan incómodos con el título de “rey” aplicado al humilde maestro de Nazareth.
Un superficial conocimiento de la Historia Universal explica la alergia a las monarquías. La mayoría de los reyes actuaron como gobernantes arrogantes más interesados en servirse del pueblo que en servirlo. Sin embargo, no se puede olvidar que hubo excepciones, hasta el punto que la Iglesia ha canonizado a unos cuantos monarcas. Vienen a la memoria, entre otros, San Luis rey de Francia, San Eduardo rey de Inglaterra y San Enrique emperador.
Actualmente las monarquías no están en su apogeo. Las más tolerables se conocen como constitucionales, y se caracterizan por aquello de que “el rey reina pero no gobierna”.
Como la Iglesia tiene en cuenta los signos de los tiempos, algunos creyentes se preguntan si habrá llegado ya la hora de honrar a Jesucristo no como a rey, sino como a presidente del universo.
La verdad es que el título “rey” llegó para quedarse. Jesucristo no puede dejar de llamarse rey, porque no vino al mundo por vía de elecciones presidenciales, sino como don del Dios uno y trino.
Se impone, sin embargo, purificar el concepto “rey” de las connotaciones políticas, militares y fastuosas que suelen rodear a esos jefes de Estado. Entre los símbolos principales del rango regio descuellan el trono majestuoso y la corona de oro y piedras preciosas. Pues bien, Jesucristo sólo quiso reinar coronado de espinas desde el trono de la cruz.
El Salvador vino al mundo con la triple misión de sumo sacerdote, profeta-maestro, y rey-pastor. Si consideramos que Jesús desempeñaba su función real al modo de un buen pastor, comienzan a diluirse las objeciones contra el título de rey.
El Hijo eterno “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Llegó al mundo como rey. Hubo unos viajeros del Oriente que por especial inspiración divina llegaron a Jerusalén preguntando por un rey recién nacido, “porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2, 2).
La Historia testimonia que hubo hombres de humilde extracción que se crecieron o encumbraron hasta convertirse en monarcas. Baste recordar al Emperador Napoleón Bonaparte. Jesús, en cambio, no se presenta como un pobre carpintero que se esforzó y se superó hasta convertirse en rey. Nunca hubo un momento en que Jesús no fuese rey. Él es rey desde siempre y para siempre. Pero para evitar cualquier suspicacia sobre la naturaleza de su realeza, en cierta ocasión, “sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo” (Jn 6,15). El mismo día de su martirio dijo claramente: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36). Y añadió que él reina dando “testimonio de la verdad” (v. 37).
Jesús funda un reino sin fronteras y sin exclusión de nacionalidades. Él acoge en su reino a los que, mediante la fe, aceptan la verdad que les predica con la palabra y el ejemplo. Él comunica la verdad salvífica, es decir, la verdad necesaria para no errar en la peregrinación hacia la vida eterna. A la “verdad” el prólogo joánico añade un segundo don fundamental, la “gracia”: “La gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Jn 1,17). Jesús no se limita a enseñarnos, sino que nos comunica su vida, “nos hace partícipes de la naturaleza divina” (2 Pd 1,4). Su Reino, incoado en la tierra, descansa principalmente sobre los sólidos pilares de la Palabra y los Sacramentos. Quienes siguen a Jesús como rey no se convierten en súbditos avasallados o humillados, sino en compañeros o virreyes de su reino eterno. Tengamos en cuenta, además, que si bien es cierto que Jesús no quiso ser rey durante su vida mortal, ahora sí le compete plenamente el título por esa condición gloriosa, que le permite reinar al modo divino sobre la humanidad y el cosmos.
El prefacio de la Solemnidad resume admirablemente bien los rasgos característicos del Reino de Jesús: “Reino eterno y universal: el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.
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