Valoraci�n de la homil�a
Monday, July 31, 2017
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
La valoración de la prédica litúrgica u homilía ha crecido desmesuradamente. Hay feligreses que escogen la Misa dominical no por la conveniencia de horario, sino por el predicador, sea obispo, sacerdote o diácono.
Se equivocan los fieles que evalúan la Misa sólo por la calidad de la homilía. Puede suceder que el homilista carezca de elocuencia, pero reza todas las oraciones con claridad y devoción, haciendo que la Misa sea todo un éxito, un fructuoso acto de culto.
Cuando el celebrante pone los gestos prescritos y pronuncia bien los textos como aparecen en el Misal, deja que Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote resplandezca en la celebración. Nuestro Señor es el principal celebrante. Lo enseña el Concilio Vaticano II: “Se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Cristo” (Sacrosanctum Concilium Nº 7).
El grueso de la Misa lo componen las tres grandes oraciones, a saber, Colecta, Sobre las Ofrendas y Después de la Comunión, las lecturas bíblicas, y el Ordinario de la Misa con sus plegarias eucarísticas. Ahí el Sumo Sacerdote actúa soberanamente. La Misa bien celebrada vale en virtud del rito en sí, o como decían los escolásticos, “ex opere operato”. Prevalece el factor divino.
En cambio, la homilía depende más del talento del predicador, es decir, de su mucha o poca competencia. Volviendo a la terminología escolástica, en la homilía cuenta más el “ex opere operantis”, la actuación del homilista; prevalece el factor humano.
Como prueba de que la homilía no es el paso principal de la Misa, nótese que sólo obliga los domingos y otros días de precepto (Cfr. SC Nº 52). Aunque muchos obispos y presbíteros predican en todas las Misas, eso no es obligatorio. Actualmente el Papa Francisco predica a diario en la capilla de la Residencia Santa Marta, pero San Juan Pablo II no lo hacía en las Misas que celebraba entre semana con pequeños grupos de fieles.
Ahora bien, no cabe duda de que la homilía se presenta como una gran oportunidad para fortalecer la fe de los que participan en el doble banquete de la Palabra y de la Eucaristía. Es importante aunque no sea lo más importante.
Circulan bajo el nombre de homilía alocuciones que no lo son. No se trata de una conferencia o de una catequesis o de un sermón temático. La homilía es una pieza de oratoria sagrada “sui generis”.
Lamentablemente hay homilistas que centran su prédica en anécdotas personales y en temas religiosos ajenos a la liturgia en curso.
La prédica litúrgica debe basarse en los textos litúrgicos para que no resulte un cuerpo extraño a la celebración. La exposición se basa habitualmente en las lecturas del leccionario. El predicador debe conocer bien los textos y su contexto para explicar su significado primario, descendiendo luego a la relevancia del mensaje en el aquí y ahora de la Iglesia. La actualización del mensaje no se convierta en un asfixiante moralismo; se suscita más la conversión mostrando lo que Dios hace por nosotros que insistiendo en lo que debemos hacer por Dios.
También son predicables otras partes de la Misa. Hay riqueza de mensajes en las tres oraciones de la Misa y en los prefacios. Particularmente iluminantes son los prefacios que se rezan una vez en el año, los de las solemnidades. Suelen resumir muy bien el misterio que se celebra. Vienen a la mente prefacios como de la Santísima Trinidad, del Corpus et Sanguis Christi y del Sagrado Corazón. También hay prefacios marianos muy logrados para las Solemnidades de la Madre de Dios, de la Inmaculada Concepción y de la gloriosa Asunción.
El pueblo tiene hambre de la Palabra de Dios y de la sana doctrina. Debe aprovecharse la homilía para alimentar el corazón y la mente de la feligresía. Ayuda también resaltar el heroísmo de los santos con ocasión de sus fiestas o memorias.
Cuídense los celebrantes de “lucirse” en la homilía al hablar durante más de media hora para luego despachar la Plegaria Eucarística II en menos de cinco minutos. Esa es una aberración bastante común.
Otra anomalía consiste en dedicar la homilía de las exequias a exaltar la vida y milagros del difunto. Aunque está mandado que no debe hacerse panegírico del fallecido, a muchos celebrantes les cuesta centrarse en los textos bíblicos que exponen la consoladora doctrina escatológica del Cristianismo.
El Señor conceda a la Iglesia predicadores que actúen como instrumentos dóciles suyos. Amén.
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