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Mamá Antula: "La paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia".

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Mamá Antula: "La paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia".

Pedro Rodríguez de Campomanes acaba de presentar, a solicitud de Carlos III de España, un informe al Consejo de Castilla donde acusa a la Compañía de Jesús de agitar serios motines contra el estado y la corona. Su viejo talante antijesuíta ha encontrado la ocasión de acusar, solo con sospechas y confidencias manipuladas, a todos los hijos de San Ignacio; acusación que el conde de Aranda no solo aceptó sin más, sino que propuso al monarca la expulsión de la Compañía de todos los territorios bajo dominio español.

El 2 de abril de 1767, las 146 casas de la Orden amanecieron rodeadas por los soldados del reino. La Pragmática Sanción de Carlos III justificaba vagamente ese atropello “por la tranquilidad y justicia de mis pueblos” y de otras razones arbitrarias “que reservo en mi real ánimo”. La orden religiosa más vinculada al Papa debió abandonar a la fuerza sus propiedades, templos, edificios, casas de ejercicios espirituales, colegios, y toda la obra educativa que tan fuertemente habían desarrollado en España y América. Un total de 2,641 jesuitas fueron expulsados de España y 2,630 de las Indias americanas.

En Santiago del Estero, Argentina, una laica consagrada, enamorada de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, experimenta el terremoto que ha sido la expulsión de la Compañía de Jesús en el Virreinato. Se siente “atormentada y desconsolada, por el bien que el Pueblo de Dios perdía” y “con la confianza en la Divina Providencia”, se consagra “a mantener los santos ejercicios espirituales del gran San Ignacio de Loyola, a fin de que no perezca su obra tan útil a las almas y de tantas glorias para el cielo”. 

Con un pequeño grupo de laicas, María Antonia de la Paz y Figueroa se pone en marcha, porque se siente intensamente llamada a “reparar esta pérdida”. Descalza, vestida a lo jesuita, con la cruz como callado, con un burrito y un carro que arrastra ella misma, recorre cientos de kilómetros de la geografía argentina para promover, organizar y realizar tandas de ejercicios espirituales.  Como peregrina de Dios va de pueblo en pueblo, recorre los campos y pide limosna, frutos de la tierra, pollos, papas, vegetales, granos, que va recogiendo en su pequeño carro, para alimentar a los ejercitantes. Para invitar a participar en la tanda, escribe y fija carteles en bares, tiendas y cualquier lugar oportuno.

Eran 10 días de retiro espiritual, de silencio, oración, meditación y servicio a los hermanos. Podían ser 100 o 400 personas a la vez. A diferencia de la gran mayoría de las mujeres de su época, sabe leer y escribir perfectamente, ya que recibió de su familia una sólida formación que su despierta inteligencia supo aprovechar brillantemente. Por muchos años mantendrá correspondencia con los padres de la Compañía que, bajo la protección de Clemente XIII, habían recibido asilo en los Estados Pontificios.

María Antonia se siente débil ante la tarea que se ha impuesto, pero confía plenamente en la Divina Providencia a la que se ha encomendado. Decide “Caminar mientras Dios me de vida, caminar si fuera posible por el mundo entero”, afligida por la “notable falta de pasto espiritual” de sus hermanos, “que debería hacernos llorar a todos”. Parte de Santiago del Estero y organiza ejercicios espirituales en Jujuy, Salta, Catamarca, la Rioja y Tucumán, donde comienzan a llamarla “Mamá Antula” (una contracción popular de María Antonia) y realiza hasta 60 tandas. Recorre – siempre descalza – montañas, desiertos, ríos caudalosos, parajes desconocidos, por polvorientos caminos y carreteras imposibles.

En Córdoba, en pocos meses, organiza ochos sesiones de ejercicios con grupos de 200 y 300 personas, siempre costeadas con las limosnas que pedía de puerta en puerta. En una ciudad que entonces censaba unas 11,000 personas, más de 3,000 hicieron los ejercicios espirituales. Ella no sólo consiguió alimentar a todos los ejercitantes que participaron, sino que en más de una ocasión le sobró dinero con el que ayudó a los pobres y a los presos del lugar.

En 1780 llega a Buenos Aires, capital del Virreinato, donde no es bien recibida. La tildaron de loca, fanática y bruja y el obispo, el franciscano Sebastián Malvar y Pinto, la recibió con frialdad y desconfianza. El virrey, viejo enemigo de los jesuitas, no le permitió organizar en la ciudad los ejercicios espirituales. Mamá Antula no se desanima; insiste una y otra vez, hasta lograr la autorización del obispo Malvar, que finalmente pasó a ser su protector y su mejor aliado. 

Dotada de una fuerte personalidad carismática, convoca a todos a una renovación espiritual inclusiva; en los sitios donde ella ofrecía los ejercicios espirituales tenían cabida todas las clases sociales. En los retiros ignacianos participaban, junto a importantes autoridades civiles, simples vecinos, virreyes,  obispos, sacerdotes, campesinos, trabajadores, sirvientes y esclavos, porque en palabras de Mamá Antula: “Eso lo debo a nuestro Señor Jesucristo, porque Él no hizo excepción de persona”.  

Los frutos de los ejercicios organizados por ella fueron tan notables que el obispo los recomendó a todos los párrocos de la diócesis. La veintena de años que Mamá Antula promovió la obra de los ejercicios en Buenos Aires, más de 100,000 personas los hicieron. Para facilitar y mejorar las condiciones de silencio y oración, utilizó casas prestadas, locales alquilados, hasta que finalmente pudo comenzar en 1795 la Santa Casa de Ejercicios que todavía funciona como tal y que hoy es uno de los edificios más antiguos de Buenos Aires y Monumento Nacional. Fue ella quien promovió la devoción a San Cayetano, que hoy tan fuerte arraigo tiene en toda la república Argentina.

Mamá Antula, María Antonia de Paz y Figueroa, nació en Villa Silípica, Santiago del Estero, Argentina, y falleció en el Señor el 7 de marzo de 1799. Fue enterrada de limosna y sus restos descansan en la Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad. El Papa Benedicto XVI la declaró Venerable el 2 de julio de 2010 y el 27 de agosto de 2016, el Cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, por mandato del Papa Francisco, la declaró Beata, en una solemne liturgia en su ciudad natal de Santiago del Estero. La obra de caridad, servicio y amor de esta gran mujer continúa en la misión de sus hermanas, las hijas del Divino Salvador.

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