Blog Published

Blog_14939947505232_S

14939947505232


Si lo puedes encontrar en tu ático, abre tu viejo misal pre-Vaticano II, y mira los domingos entre la Pascua y Pentecostés, que son titulados “Domingos después de Pascua”. Ahora mira en un misal moderno, o en la edición actual de Magnificat, y nota la diferencia: esos domingos ahora son titulados “Domingos de Pascua”. Se perdieron cinco letras en la transición entre después y de, pero esa resta representa una gran recuperación del conocimiento litúrgico.

He tenido la ocasión de expresar mis disgustos con el calendario litúrgico posconciliar; cualquier persona interesada puede encontrar mis quejas, y soluciones propuestas, en el capítulo sobre la liturgia en mi libro, "Evangelical Catholicism" (Catolicismo Evangélico). Pero en este caso, la reforma posconciliar acertó cuando "Las Normas Universales sobre el Año Litúrgico y el Nuevo Calendario Romano" de 1969 explicó lo que es la temporada de Pascua en estos términos: “Los cincuenta días que van desde el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como ‘un gran domingo’. Estos son los días en los que principalmente se canta el Aleluya.” [22]. La idea de una temporada de Pascua como un gran domingo de 50 días tiene sus raíces en Athanasius, el doctor oriental de la iglesia; hoy en día su recuperación debe ayudarnos a apreciar la temporada de Pascua, y ciertamente todo el año litúrgico, con más profundidad.    

El cambio de Domingos después de Pascua a Domingos de Pascua es tan evocativo porque esa modificación pequeña en preposición nos dice que la “Pascua” no es algo que ocurre por 24 horas y acaba cuando guardamos el jamón y los conejitos de chocolate que sobraron después de la cena. Más bien, la “Pascua” es un banquete continuo de 50 días, un “gran Domingo”, y debe de ser vivido de esa manera, con todo el festejo posible.

La fiesta de 50 días, enseñada y predicada correctamente, también le da a la Iglesia una oportunidad cada año para reflejar sobre su proprio nacimiento. Pues la Iglesia nació de la fe Pascual, la cual comienza con el encuentro con el Resucitado. Y ese encuentro cambia todo. Conociendo al Señor Resucitado, la Iglesia comienza a vivir la vida del Reino dentro de la historia, mientras la Resurrección restaura la historia a su desarrollo correcto. Reconociendo al Señor Resucitado al abrir las Escrituras y al partir del pan, la Iglesia experimenta la Nueva Vida – la vida en la era mesiánica – aquí y ahora. Recibiendo al Espíritu Santo, en el “Pentecostés Joánico” relatado en el domingo de la Divina Misericordia y en el día 50 del “gran Domingo”, la Iglesia es enviada a todo el mundo en una misión, la de proclamar el Evangelio y el perdón de los pecados.

En la Iglesia primitiva, estos 50 días eran el tiempo de la “catequesis mistagógica”, durante la cual los catecúmenos recién bautizados llegaban a profundizar cada vez más sobre los sacramentos de la Iglesia y su pleno significado, algo que solo se podía hacer después del sacramento “luminoso”, el bautismo. Y si la Cuaresma (la vuelta final para los primeros catecúmenos) es una oportunidad anual para que cada uno de nosotros “reingresemos” en el catecumenado y reflexionemos nuevamente sobre lo fundamental de la fe por medio de las tres grandes escrituras del Evangelio catecúmeno (Jesus y la mujer en el pozo; Jesus y el hombre que nació ciego; la resurrección de Lázaro), luego la Pascua, considerado como un “gran Domingo” de 50 días, nos ofrece a cada uno la oportunidad para reflejar sobre esa comisión a ser discípulos misioneros, la cual recibimos al ser bautizados, y a la cual nos comprometimos nuevamente al renovar nuestras promesas bautismales el Domingo de Resurrección.

¿Cuantos católicos imaginan que el año litúrgico es una coincidencia, cosas que ocurren cuando y como ocurren de una manera más o menos al azar? Tal vez, demasiadas, y es cierto especialmente en la temporada de Pascua, la cual también sufre culturalmente por la dominancia de la Navidad y “las fiestas”. Con más razón entonces, la prédica durante el “gran Domingo” debe enfatizar la fiesta de 50 días como el eje del año de gracia de la Iglesia, a lo que apunta todo aquello que viene antes, y de lo que fluye todo aquello que le sigue.

Sustituir el Credo de los Apóstoles por el Credo Niceno-Constantinopolitano en los Domingos de Pascua, lo cual proveen las rúbricas, es otra buena manera de resaltar el carácter distintivo de la Pascua. El Credo de los Apóstoles es el credo bautismal de la Iglesia Romana, y la fiesta de 50 días es, preeminentemente, una celebración de la gracia salvadora del bautismo.

Que la fiesta continúe.

Comments from readers

james - 04/02/2018 02:47 PM
Dear George Weigel and Faithful, Great article and I wish Easter Blessings to all. In Unity,

Powered by Parish Mate | E-system

This site is protected by reCAPTCHA and the Google Privacy Policy and Terms of Service apply