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Catalina la Grande ha llegado a La Haya para visitar al rey Guillermo V y al príncipe Dimitri Alexeievich Gallitzin, su embajador plenipotenciario y gran amigo de la familia imperial. Al príncipe le ha nacido un heredero, un niño hermoso e inquieto que acaba de cumplir los dos años y al que la zarina, graciosa y solemnemente, ha nombrado oficial de su guardia personal.

Como miembro de la antigua alta nobleza rusa, Dimitri fue bautizado en la Iglesia Ortodoxa, aunque su familia no valoraba mucho la práctica religiosa. La madre, la condesa Amalie, era católica pero poco o nada practicante. La conversión a la Fe católica le llegó a los 17 años. Ser recibido formalmente en el seno de la Iglesia Romana supuso para el joven aristócrata una etapa de transformación, y para celebrarla añadió a su nombre el de San Agustín, el gran converso de Hipona: se hará llamar Demetrio Agustín.

Siervo de Dios Demetrius A. Gallitzin, El Apóstol de los Alleghienes

Fotógrafo:

Siervo de Dios Demetrius A. Gallitzin, El Apóstol de los Alleghienes

Al concluir su formación, sus padres decidieron que debía conocer el mundo, pero, como Francia estaba convulsionada por la revolución y Europa se había vuelto poco segura, decidieron enviarlo a América.

La madre de Demetrio consiguió para él cartas de presentación de obispos alemanes, dirigidas a John Carroll, obispo de Baltimore. El príncipe Demetrio se embarcó en Rotterdam el 18 de agosto de 1792, junto con su tutor, el padre Brosius, y desembarcó en Baltimore el 28 de octubre del mismo año.

Como convenía poco viajar como aristócrata ruso, ocultó su origen y cambió su nombre por el de Agustín Smith.

Las cartas de presentación no impresionaron al obispo Carroll, pero de todas formas lo invitó a quedarse en el recién fundado Seminario de Santa María en Baltimore. Su estancia allí y el panorama misionero que vislumbró hicieron brotar en el joven Dimitri una firme vocación sacerdotal. Acompañó al obispo Carroll en sus visitas pastorales y descubrió la dura realidad de los fieles de la diócesis. Finalmente, Dimitri entró al seminario y fue ordenado presbítero en la Catedral de Baltimore el 18 de marzo de 1795; fue el primero que recibió la tonsura y las órdenes menores y mayores, en el territorio formado por las 13 colonias originales.

No le fue fácil acomodarse a los desafíos de su ministerio. De poco sentido práctico y escasas ideas de administración, sin embargo, poseía una humildad profunda, un fuerte celo apostólico y una capacidad de entrega generosa. Destinado a la misión de Port Tobacco, en Maryland, extendió su apostolado a Conewago, Taneytown, Martinsburg y Chambersburg, situados en Maryland, Virginia y Pennsylvania, muy distantes entre si y de difícil comunicación.

Allí recibió la carta de una señora protestante muy enferma, que vivía a gran distancia de la misión. El Padre Gallitzin se echó al camino para recibirla en el seno de la Madre Iglesia, y confortarla con los sacramentos. Aquel paraje estaba al pie de las montañas de Allegheny, y el padre Gallitzin decidió fundar allí una misión católica. Recibido el permiso del obispo Carroll, construyó una pequeña iglesia y una cabaña, con madera de los enormes pinos de aquel monte virgen.

Entusiasmado, le escribe al obispo, en febrero de 1800: “Nuestra iglesia, que comenzamos a construir al terminar la cosecha, la pudimos terminar la noche anterior a la Navidad… Toda construida con troncos de pino blanco y techumbre de tejas, muy sólida. También hicimos una casa cural, con una pequeña cocina y un establo”.

Su esfuerzo transformó aquella zona en un conglomerado de fértiles granjas. Para ello compró tierras y las vendió a los colonos a muy bajo precio, y para ello empleó todas las remesas que le venían de Alemania y fuertes préstamos en base a la futura gran herencia paterna. Construyó molinos, aserraderos, tenerías e industrias, fuente de trabajo para los colonos.

La pesada deuda contraída por él no pudo ser cancelada como había pensado. Por su conversión al catolicismo y su ordenación sacerdotal, fue desheredado de su parte en la herencia paterna y materna, que como solución familiar, se transfirió a su hermana, pero el aristócrata alemán con el que ésta se había casado dilapidó en poco tiempo toda esa inmensa fortuna. El príncipe se convirtió en mendigo y tuvo que apelar a la caridad para saldar esas deudas. Le llegó ayuda de Europa, poca y lenta; recibió donativos del cardenal Cappellari, futuro Gregorio XVI, y un gran préstamo del embajador ruso, que usó el pagaré para encender el fuego de su tabaco. Los obreros irlandeses también ayudaron a saldar la deuda poco antes del fallecimiento del P. Gallitzin.

Aquellos fueron tiempos de soledad y privaciones, cuando recibió injurias y difamaciones de quienes había querido ayudar.

En honor a María, el Padre Gallitzin llamó “Loreto” al asentamiento junto a las montañas Allegheny. Allí sirvió a sus feligreses durante 40 años, sin recibir sueldo alguno. Se mantenía a sí mismo y a muchos huérfanos, y compartía con los pobres los frutos de su granja. Tiempo tuvo para la apologética y fue el primer teólogo en los Estados Unidos en responder a las provocaciones que recibía la Iglesia de parte de otras confesiones. Escribió y publicó con varias ediciones: “Defensa de los Principios Católicos”, “Una Carta sobre las Sagradas Escrituras” y “Un Apelo al Público Protestante”. Se negó a varios intentos de elevarlo a la dignidad episcopal y trabajó hasta morir pobre, tal como había vivido, un Viernes Santo, el 6 de mayo de 1840. Su fama de santidad se extendió rápidamente.

El Siervo de Dios Demetrio Gallitzin, el príncipe convertido en mendigo de Dios, nos dejó su vida de párroco obediente, trabador, humilde, creativo, sencillo, al servicio de los más pobres, en las más difíciles condiciones, sin atender a los elogios, ni a las calumnias ni insultos de los desagradecidos. Hoy la Iglesia norteamericana nos lo propone como modelo de evangelizador. Este príncipe, nacido en medio del lujo, fue capaz de desprenderse de su vida de privilegios para servir a los pobres y primeros emigrantes católicos en los Estados Unidos. Por su vida inspiradora y ejemplar, la Diócesis de Altoona-Johnstown ha iniciado ya su causa de canonización, el 6 de junio de 2005.

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