La Pasi�n del Sagrado Coraz�n de Jes�s
Monday, April 10, 2017
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
El autor de la Carta a los Hebreos dice que Jesús “gustó la muerte” (2,9). Murió lentamente en medio de atroces torturas. Pudo saborear el humano morir.
Los Misterios Dolorosos del Rosario subrayan mayormente los sufrimientos físicos de Jesús. Pero no conviene olvidar que Jesús padeció mucho internamente, es decir, a nivel del alma. De ahí que bien podrían componerse unos misterios dolorosos de su Sagrado Corazón.
Primer Misterio: La traición de sus amigos.
Judas Iscariote ha pasado a la historia como el traidor por antonomasia. Estando a la mesa con sus discípulos, Jesús dijo: “Uno de ustedes me va a entregar” (Jn 13,21). Después de darle pan untado a Judas, dice el evangelista: “Detrás del pan, entró en él Satanás” (Jn 13,27). Y añade: “Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente; era de noche” (Jn 13,30). La observación alude a la oscuridad interior de Judas, postrado bajo el poder de las tinieblas. La traición se consumó en Getsemaní con un gesto de amistad: “Al que yo bese, es él; préndanlo y llévenlo bien sujeto” (Mc 14,44).
No sólo Judas traicionó al Maestro, sino también Pedro, que lo negó tres veces (cfr. Lc 22,54-60). Pero Jesús salvaría a Pedro con solo mirarlo: “El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro” (Lc 22, 61), el cual “lloró amargamente” (v.62).
La traición contagió al resto de los apóstoles: “Y todos lo abandonaron y huyeron” (Mc 14,50). Sólo Juan se acercaría luego al Calvario (Cfr. Jn 19,26).
El Salmo 55 refleja bien los sentimientos del Corazón adolorido de Jesús, traicionado por sus amigos: “Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce amistad” (vv. 13-15).
Segundo Misterio: Getsemaní.
En el huerto de los olivos la oración de Jesús se convirtió en agonía, palabra griega que significa lucha. Se entabló un combate de voluntades entre el deber de asumir el sacrificio y su repugnancia ante el dolor y la muerte. Marcos dice que Jesús sintió “espanto y angustia” (14,33) y que a Santiago, Pedro y Juan les reveló su estado interior: “Mi alma está triste hasta la muerte” (v. 34). Por Lucas sabemos que la intensidad de su agonía tuvo una insólita manifestación psicosomática: “Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran espesas gotas de sangre” (Lc 24,44).
Pero sobre Jesús pesaba algo más que el temor a los suplicios. Sentía el peso de cargar con lo que le era más ajeno, el pecado de la humanidad. San Pablo interpretó bien ese sufrimiento interno de Jesús: “Al que no conocía pecado, Dios lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 5,21).
Tercer Misterio: La injusticia del poder judicial.
Jesús no contó con un juicio imparcial, sino con un simulacro de justicia. Las autoridades judías ya lo habían condenado a muerte desde los comienzos de su ministerio público, pero los atentados contra él habían fracasado “porque no había llegado su hora” (Jn. 7,30). Por fin, una semana antes de ser llevado a juicio, el Sanedrín dictó sentencia de muerte por boca de Caifás: “Os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera” (Jn 11,50). Y añade el evangelista: “Y aquel día decidieron darle muerte” (v. 53).
Las autoridades judías lo interrogaron y tergiversaron el sentido de sus palabras, “destruyan este templo y en tres días lo levantaré” (Jn 2,19), y por revelar su identidad lo tildaron de blasfemo (Cfr. Mt 26,65).
Ante la autoridad romana lo acusaron falsamente de amotinar a la nación, de oponerse a pagar impuestos al César y de soliviantar al pueblo (cfr. Lc 23, 2-5). Pilato comprendió que el acusado era inocente, pero no actuó en consecuencia. Jesús tuvo que oír las voces de la turba, compuesta mayormente por partidarios de Barrabás, que exigían, “¡crucifícalo! crucifícalo!” (Lc 23,21).
Allí en en el pretorio se cumplía el verso lapidario del prólogo joánico: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Cada Viernes Santo resuenan en la Iglesia los Improperios litúrgicos. Revelan el estado anímico de Jesús: “¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme. ¿Qué más pude hacer por ti?”
Cuarto Misterio: Las tentaciones.
El episodio de las tentaciones mesiánicas de Jesús en el desierto termina con esta palabras: “Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión” (Lc 4,13). Esa “otra ocasión” se presentaría con frecuencia hasta el último día.
Los verdugos del Crucificado lo tentaban con este reto: “Si eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lc 23,37). Los que pasaban ponían en duda su filiación divina: “Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz” (Mt 27,40). Los jefes del pueblo le presentaban dudas sobre el amor del Padre: “Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama” (Mt 27,43). A Jesús, que caminó sobre las aguas y que hasta rescató a muertos de la muerte, le hubiera sido fácil bajar de la cruz, pero habría renunciado al mesianismo del Siervo doliente del Señor. Por eso sufrió en silencio las tentaciones, y las venció.
Quinto Misterio: La desolación
Jesús, deshidratado, atormentado de la cabeza a los pies, con los ojos y la mente nubladas por la debilidad, experimentó el mayor de los tormentos místicos, la lejanía de Dios. Sacó fuerzas para comenzar el Salmo 22: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). A esas iniciales palabras de desolación espiritual seguirían luego otras de confianza filial.
Jesús había cumplido a cabalidad su misión salvífica: “Todo está cumplido” (Jn 19,30). Y sintiendo de nuevo cercano al Padre, atinó a rezar: “¡Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu!” (Lc 23,46).
La Pasión y Gloria de Jesús se resumen en un verso: “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
Glorificado a la derecha del Padre, Jesús ha superado ya todo sufrimiento físico y espiritual. Pero como escribió Pascal, “Cristo estará en agonía hasta el fin del mundo”. Jesússigue sufriendo en los miembros de su Cuerpo Místico y en todo doliente de la familia humana.
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