Aborto en el confesonario
Monday, January 16, 2017
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
El confesor que divulgue un pecado oído en Confesión, uniéndolo al nombre personal de un penitente, incurre en excomunión automática, en lenguaje canónico, “latae sententiae”.
Pero cuando un sacerdote lleva 45 años celebrando el Sacramento de la Reconciliación en diferentes países del mundo, no denuncia a nadie en concreto al decir que ha oído casi de todo: Faltas de caridad, omisión de obligaciones, calumnias, adulterios, robos, fornicaciones, rencores, evasión de impuestos, y también abortos.
A veces llega a confesarse una dama octogenaria acusándose de haber abortado. No crean que se trata de una anciana que concibió en la vejez como Sara, la de Abrahán. No, sino que confiesa lo que hizo siendo adolescente (teenager). Si el sacerdote le pregunta por qué ha demorado tanto en confesarlo, probablemente responda que ya ha confesado eso muchas veces.
Sucede que hay madres que no se perdonan el crimen. Algunas llevan cuenta hasta de la edad que tendría hoy en día la criatura humana que ella no dejó nacer y que pudo haber hecho tantos aportes positivos en este mundo. El aborto les avinagró la vida para siempre.
Le toca al compasivo confesor exhortar a la penitente a confiar en la misericordia divina y a no volver a confesar algo ya perdonado. Se le hace ver que en aquel entonces ella no tenía la madurez moral de ahora; quizás estuvo poco evangelizada en su infancia y llegó a la fe personal mucho después. Tal vez el embarazo la puso en un estado de pánico que le nubló el juicio.
Si el presbítero pregunta quién influyó en su decisión de abortar, las respuestas varían. Alguna mencionará al cómplice del embarazo, llamémoslo “mari-novio”, por negarse a responsabilizarse de la criatura; no cooperaría con su sustento. Otra revelará que la concepción vino por medio de violación o incesto. Algunas dicen que sus madres las obligaron a abortar como único remedio para salvar el honor de la familia. ¿Lavar el honor con sangre inocente? ¡Vaya honor! También hay mujeres ya casadas que se han hecho abortos. Aducen problemas de salud, de pobre economía, o simplemente por no querer criar hijos.
Si el confesor tiene curiosidades políticas, también podrá preguntar si las leyes permisivas del gobierno en curso la animaron a hacerse el aborto. El que suscribe nunca ha oído que una mujer se haya hecho un aborto por lo que prohíba o permita la autoridad civil.
Eso no implica que el gobierno quede exonerado de responsabilidad. Pero es muy difícil que, en una sociedad pluralista, y en cierto sentido pos cristiana, los gobiernos emitan leyes que condenen a cadena perpetua a las madres abortistas juntos con sus médicos. Donde se persigue severamente el aborto, aumentan los abortos clandestinos o los viajes a países donde haya menos riesgo de caer en manos de la justicia. En La Habana de los años 50 del pasado siglo, supe de un médico que en el sótano de su mansión tenía un regio quirófano donde hacía abortos, sobre todo a mujeres procedentes del extranjero.
Si no es posible meter en la cárcel a los abortistas, por lo menos debería lograrse que los seguros médicos no cubran ese infanticidio. El aborto no cura, sino que mata.
Quienes militamos a favor de la vida, debemos redoblar esfuerzos por mostrar desde la ciencia que el embrión humano, a pesar de depender de la madre por el cordón umbilical, en otros aspectos es ya independiente de ella. También nosotros los nacidos, aunque nos consideramos independientes, dependemos de muchos otros para sobrevivir, pues somos seres sociales.
También hay que insistir en que la vida del nonato es un valor sagrado e intocable para todas las personas de todas las culturas y religiones, e incluso para los ateos. El respeto a la vida pertenece a la ley moral natural.
Claro que desde la fe todo se ve con mayor claridad. Leamos el NÂș 366 del Catecismo: “La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios, no es producida por los padres, y es inmortal; no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final”. El nonato, por tanto, no es propiedad de la madre, sino de Dios, el “amigo de la vida” (Sab. 11,26).
Por último, habría que mejorar los servicios de consejería. Hay que llegar más eficazmente a las jóvenes tentadas de optar por el aborto, presentándoles persuasivamente una opción mejor, la de dar a su hijo(a) en adopción
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