�Viva Cristo Rey! El testimonio de un ni�o m�rtir
Monday, October 3, 2016
*Rogelio Zelada
Las nubes, cargadas de vergüenza, velaron el resplandor de la luna para que no presenciara el horror de aquella noche. El simulacro de juicio lo habían tenido en la misma sacristía de la iglesia parroquial de Sahuayo; eran tiempos de muerte, dolor y sacrificio donde floreció el heroico testimonio de los católicos mexicanos que defendieron la fe en Cristo y el amor a la Virgen de Guadalupe, durante la terrible persecución religiosa desatada por la dictadura de Plutarco Elías Calles.
Estos feroces ataques contra la Iglesia y los creyentes duraron desde 1926 hasta 1929. Sencillos y humildes campesinos, jóvenes de Acción Católica, gente de pueblo, de fe profunda, se enfrentaron a un ejército armado hasta los dientes para defender su derecho a profesar la fe y la libertad de la Iglesia católica.
En la sacristía del templo parroquial, convertida en calabozo, José Luis Sánchez del Río, junto con otro joven cristero llamado Lázaro, aguarda la venganza del general Anacleto Guerrero.
José Luis había nacido en el seno de una familia pobre y trabajadora, que vivía los valores cristianos; la caridad era la práctica común de todos los miembros de la casa. Recibió de sus padres una sólida piedad y desde su primera comunión había descubierto la alegría de una profunda amistad con Cristo Jesús.
Le tocó nacer en un tiempo cargado de violencia, de disputas por el poder, donde las balaceras y el movimiento incesante de tropas y bandos revolucionarios llenaban campos y plazas de cadáveres de uno u otro bando. Los pueblos de la zona, masivamente fieles a la fe y a la Iglesia, sufrieron muy frecuentes atropellos por parte de las tropas y los soldados del ejército al servicio del presidente Calles.
José Luis apenas ha cumplido los 14 años de edad y la guerra y el sufrimiento le han hecho, antes de tiempo, un hombre lleno de integridad y valentía. Cayó prisionero la mañana del 6 de febrero de 1928. Estaba con un grupo de cristeros cuya mayoría, emboscados y superados en número por las fuerzas leales a Calles, habían muerto en el combate; el resto fue colgado de inmediato en los árboles de la plaza del pueblo.
Perdonaron la vida al niño cristero porque pensaron que asustándolo abandonaría sus convicciones, y su deserción les serviría para hacer escarmentar al pueblo católico de Michoacán. Como todas las presiones, golpes, insultos y amenazas fallaron, lo torturaron, desgarrándole con bayonetas las plantas de los pies. Descalzo lo obligaron a recorrer todo el pueblo hasta el cementerio. Sus convecinos, atemorizados e impotentes, presenciaron en silencio esta terrible caminata que iba dejando un reguero de sangre, mientras el niño lloraba de dolor y aclamaba sin cesar a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe.
Desde la cárcel, José había logrado hacer llegar una carta de despedida a su madre:
“Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero no me importa nada mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica: Antes dile a mis dos hermanos que sigan el ejemplo de su hermano, el más chico, y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame tu bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tu recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba. José Sánchez del Río”
Lo arrastraron hasta la prisión atado de pies y manos, pero en un descuido de los carceleros logró soltarse. Allí, en el mismo templo, los militares habían hecho un corral para guardar sus valiosos gallos de pelea – un auténtico ultraje al sagrado recinto que José Luis no pudo soportar y, sin pensarlo dos veces, en la oscuridad de la noche, retorció el pescuezo a todos los gallos; luego se recostó en un rincón y se quedó tranquilamente dormido. A la mañana los soldados lo cubrieron de insultos y amenazas, pero él, tranquilamente, les respondió: “La casa de Dios es para venir a orar, no para refugio de animales”.
En el transcurso de esa mañana, unos familiares lograron hacerles llegar algo de almuerzo. Su compañero de prisión no probó bocado, pero José, mucho más joven que éste, lo animaba muy sereno: “Animo, Lázaro. Vamos comiendo bien. Nos van a dar tiempo para todo y luego nos fusilarán. No te hagas para atrás. Duran nuestras penas mientras cerramos los ojos”.
Los militares exigieron a la familia un rescate exorbitante; una verdadera fortuna que los padres de José nunca hubieran podido reunir. Esa tarde logra escribir una segunda carta dirigida a una de sus tías:
“Querida tía: Estoy sentenciado a muerte. A las ocho y media de la noche llegará el momento que tanto he deseado. Te doy las gracias por todos los favores que me hiciste tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribir a mi mamá: tú me haces el favor de escribirle. Dile a Magdalena que conseguí que me permitieran verla por última vez y creo que no se negará a venir (para que le llevase la Sagrada Comunión) antes del martirio. Salúdame a todos y tu recibe como siempre y por último el corazón de tu sobrino que mucho te quiere…Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera y Santa María de Guadalupe. José Sánchez del Río, que murió en defensa de la fe”.
A golpes e insultos y con los pies acuchillados, lo obligaron a caminar durante largas horas por el empedrado que lleva al cementerio municipal. Parado al borde de la fosa le decían: “Si gritas ‘Muera Cristo Rey’ te perdonamos”. Pero el insistía una y otra vez: “Viva Cristo Rey”.
Los soldados, transformados en crueles verdugos, acribillaron su cuerpo a puñaladas hasta que, para rematarlo, el jefe de la tropa le disparó a la cabeza con su fusil, y a pesar del ruido del disparo todos pudieron escuchar su último grito: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”
Sus restos exhumados fueron trasladados a la Cripta de los Mártires del Templo del Sagrado Corazón, en el pueblo donde José Luis nació. El papa Benedicto XVI lo beatificó el 20 de noviembre de 2005 y el Santo Padre Francisco lo canonizará solemnemente en la Plaza de San Pedro junto con el sacerdote argentino José Gabriel del Rosario, conocido como “el Cura Brochero”, el 16 de octubre de este año.
José Luis Sánchez del Río, un corazón valientemente joven, afrontó todas las circunstancias del tiempo que le tocó vivir y nos legó el testimonio de su camino de fidelidad y amistad con Cristo a toda prueba; es un ejemplo de que el Evangelio puede y debe ser vivido más allá de todas las humanas posibilidades.