Noem�, Rut y la misericordiosa fidelidad de Dios
Monday, May 30, 2016
*Rogelio Zelada
A la media noche una corriente de aire frío estremece a Booz. Un leve movimiento a sus pies lo ha despertado y en la quietud de la era recién trillada un suave perfume de mujer agudiza sus sentidos:
¿Quién eres?“Soy Rut, tu sirvienta. Tápame con tu manta, pues tú debes rescatarme”.
En la mente de Rut se dibujan los lejanos campos de la meseta de Moab donde conoció a Noemí, su suegra, madre de Majlón, un buen hombre que hace más de diez años la había hecho viuda. Una terrible desgracia que la unió a Orfá, la viuda del otro hijo de Noemí. Tres mujeres solas en un mundo donde una viuda, sin familia, ni hijos era la más viva imagen del desamparo.
El texto sagrado que recoge esta historia se escribe como un anuncio profético de parte de Dios, el gran protector de las viudas y los huérfanos. Un breve relato que parece la contrapartida a las leyes del tiempo de Esdras y Nehemías, cuando no solo se prohibió, sino que además se consideró un crimen, todo matrimonio contraído con extranjeras. Para preservar la pureza de la sagrada semilla de Abraham, y a pesar de tener hijos con ellas, se obligó a todo israelita abandonar a sus esposas extranjeras.
Rut, es una mujer extraordinaria; cuando Noemí decide regresar a Belén, su terruño, pide a sus nueras que no la sigan, porque en Moab posiblemente tendrán mejores oportunidades de casarse y de empezar una nueva vida. Orfá se vuelve a los suyos, pero Rut no se deja convencer por los buenos consejos de Noemí: “No me obligues a dejarte yéndome lejos de ti, pues donde tu vayas, iré yo; y donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, allí también quiero morir yo y ser enterrada. Que el Señor me castigue como es debido si no es la muerte la que nos separa.”
Así Rut acompañó a Noemí hasta Belén Efratá y llegaron a tiempo para la cosecha de la cebada. Conocedora de las costumbres que permitían a los pobres recoger las espigas sueltas que iban quedando de la siega, pide permiso para espigar en la parcela de Booz, sin saber que era pariente del que fuera esposo de Noemí; un hombre rico, con autoridad, reconocimiento ante la comunidad y poder.
En el relato, Rut se gana rápidamente el aprecio de Booz quien descubre en ella a una mujer sin pretensiones, humilde, laboriosa en extremo, nada preocupada por su comodidad, que no busca su provecho, sino ayudar a su Noemí. En un pueblo chico, todo se sabe, Booz conoce enseguida la historia de esa moabita que tan generosamente ha seguido a su suegra, viuda de Elimélec, un pariente suyo.
La Providencia va tejiendo caminos y bendiciones que Noemí decide aprovechar. Con astuta habilidad pide a Rut que al anochecer se coloque a los pies del dueño de la era. Los campos se trillaban desde el caer de la tarde hasta el anochecer, porque a esa hora los vientos eran buenos para aventar la cosecha y separar el grano de la paja. Esa noche se dormía al raso para evitar que los ladrones cargaran con el grano. Así Rut, aconsejada por Noemí, apremia a Booz para que cumpla con ella el deber que como pariente más cercano tenía: casarse con ella, para brindarle protección y perpetuar el nombre de su familia.
No se trata de la ley del Levirato, que obligaba a un hombre a casarse con la viuda de un hermano fallecido sin tener hijos, para darle así descendencia a este, de tal manera que los que nacían de esa unión se consideraban herederos del difunto. Lo que Rut invoca es la Ley del Go’el, el defensor legal de los parientes próximos que habían caído en desamparo, a los que debe rescatar. Booz es ese pariente y por tanto el Go’el.
Noemí quiere asegurar la descendencia de su familia y recurre a una estratagema tal como en su día hiciera Tamar para conseguir un hijo de Judá. La acción que Noemí sugiere a su nuera está motivada por la piedad filial que busca consolidar no solo el futuro de Rut sino el renuevo de la semilla familiar.
Booz, que es un hombre de honor, admite que no sólo tiene el deber de unirse a Rut, sino que además posee la buena disposición para hacerlo; pero como es hombre fiel a la ley, reconoce que hay otro pariente con más derecho que él y convoca a un debate legal a la puerta de la ciudad, con la presencia como testigos de los ancianos de la ciudad. Se trata no solo de comprar un campo que pertenecía al marido de Noemí, sino también de adquirir a Rut como esposa para que los hijos de esta hereden la parcela del difunto. En Oriente toda mujer era propiedad de un hombre, ya sea como esposa, hija o esclava. Ninguna era independiente, sino que debía estar vinculada legalmente a un varón.
El pariente, que no ve ventajas en unirse a Rut, cede todos los derechos a Booz, que se casa con la moabita. Una unión bendecida por el Señor que la hará fecunda. Rut dará a luz un hijo, Obed, que será para Noemí el Go’el que la rehabilitará social y familiarmente, recuperando para ella la vida y el futuro del linaje de la familia de Elimélec, su esposo.
El prólogo genealógico del evangelio de Mateo nos dice que Booz y Rut fueron los padres de Obed, y Obed fue padre de Jesé y éste del Rey David. Así la sencilla y breve historia de Ruth, Noemí y Booz, se transforma en un sólido eslabón en el camino hacia el Rey Mesías.
El libro de Rut nos empuja a un espíritu abierto, que quiere derribar barreras y prejuicios alienantes. Pretende ser una mirada que nos deje ver que la generosidad, bondad, acogida, apertura al extranjero será siempre una preocupación del corazón de Dios; porque él espera de nosotros una sincera actitud de buena voluntad hacia todos los que caminamos este mundo.
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