La noche de Dios
Monday, March 28, 2016
*Rogelio Zelada
Con solemne lentitud, un crepitar de astros reventó la negra soledad del gran manto tendido sobre la faz de las aguas. La infinita noche fue el privilegiado testigo de aquel gran comienzo, cuando el Espíritu de Dios, su Palabra y su eterna Sabiduría, concertaron la vida, el tiempo, el espacio y la historia.
Para la poesía creyente del mundo bíblico, la oscuridad de la noche precedía al instante mismo de la creación; la tiniebla primordial que había enmarcado el principio de todo el quehacer divino, debía repetirse en todos y cada uno de los grandes momentos de la historia de la fe de Israel, para definirlos y declararlos como hitos extraordinariamente fundamentales.
A la noche se asoma Abran, cuando Dios lo saca de la tienda para hacerle admirar la gran bóveda centelleante de estrellas que arropa el silencio del desierto: “así de inmensa será tu descendencia”. En esa misma oscuridad, la antorcha humeante del Señor atraviesa los animales que el patriarca ha sacrificado. El Dios que lo ha llamado a la trashumancia sella así una alianza indestructible con Abram y su voz le anuncia el comienzo de una historia de fidelidad como pocas.
En medio de la oscuridad, Jacob lucha contra Dios hasta agotar sus fuerzas allí; al final de este misterioso combate se hace fuerte para enfrentar las encrucijadas que le esperan y recibe un nuevo nombre: Israel.
La novena plaga que castiga la soberbia del faraón cubre de negrura total toda la tierra de Egipto, menos para los hijos de Israel a los que luz no le falta. Aquella noche del 14 de Nizán, los sojuzgados esclavos hebreos compartirán su última cena en Egipto y la sangre del cordero que han sacrificado para el gran rito de la primavera, marcará de vida las jambas y el dintel de las casas y señalará el comienzo de la gran gesta liberadora. A la media noche, la justicia de Dios recorrerá todas las casas del país opresor cercenando el futuro de aquella generación. En esa noche de la marcha sin retorno, una columna incandescente alumbrará el sendero a los fugitivos y les dejará ver todos los tropiezos del camino hasta hacerlos atravesar a pie seco el mar de las cañas. Una noche tan memorable que Israel recordará cada año, prolongando la vigilia como el gran memorial de aquella en que el Señor veló fielmente por su pueblo.
Es muy tarde en la noche cuando un inesperado destello despierta a los pastores en los campos de Belén. Por asomarse cada día a las estrellas, los magos descubren una de brillo extraordinario en la constelación de Aries y se ponen en camino para comprobar el misterio de reconocer al gran rey que acaba de nacer.
Con asombro, Mateo recuerda el pasmo de los discípulos que ven a Jesús caminar sobre las aguas embravecidas “en la vigilia cuarta de la noche”.
La noche en Getsemaní deja un rastro de dolor y un sudor sangriento que, como una pasión interiorizada, señala el comienzo de la hora de las tinieblas, marcada por las 30 monedas del Iscariote y la cobardía de Pedro.
El encuentro con aquel a quien ha perseguido, deja a Pablo sumido en una noche interior; una experiencia y un descubrimiento que lo despertará a la luz de la fe en el Señor Resucitado, en una Pascua sin ocaso ni fin. El apóstol de los gentiles entenderá a partir de ese momento que, porque ha sido arrebatado del poder de las tinieblas, deberá estar siempre en guardia y revestirse de las armas de la luz de Cristo.
Es este mismo Pablo quien le recuerda a la díscola comunidad corintia los pormenores de la última cena del Maestro, porque mucho le inquieta saber que ellos no han tomado en serio que lo más importante de la fracción del pan es la atención al Cristo vivo y presente en la comunidad creyente. Los ricos, que llegan primero, dejan apenas unas pocas sobras a los trabajadores portuarios –todos ellos esclavos- que deben cumplir con su duro horario laboral antes de poder llegar a la cena dominical.
Gracias a esa reprimenda tenemos el primer testimonio del relato de lo que sucedió “la noche en que el Señor fue entregado”.
Al recordarnos que la cena del Señor fue de noche, Pablo, con fina intención, ha querido colocar la eucaristía en el contexto de las grandes intervenciones de Dios en la historia humana: la noche de la creación, la de la promesa, la pascua y la alianza. Tal vez por esa misma razón el evangelio de Mateo señala que “pasado el sábado, al brillar en el cielo la estrella del primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a visitar el sepulcro.” En plena oscuridad de la noche, cuando ha terminado el descanso del sábado, las dos valientes mujeres se encaminan a la tumba de Cristo sin sospechar que ya está vacía y que la historia ha cambiado para siempre.
Comments from readers