
Los santos y todos nosotros
Monday, November 16, 2015
*George Weigel
En medio de toda la tempestad y la tensión del Sínodo de 2015, comenzó algo realmente nuevo en la vida de la Iglesia, y no debe escapar a nuestra atención. Por primera vez en dos milenios, una anotación en los libros litúrgicos indicará, en el día apropiado, "Santos Luis y Celia Martin, Cónyuges" — una grata incorporación a "mártir", "confesor", "obispo", "religiosa"," Papa ", etc., en el panteón de las vocaciones a la santidad.
Cónyuges: una pareja casada, juntos en el tapiz que colgaba desde el balcón central de San Pedro, antes, durante y después de su canonización el 18 de octubre; un hombre y una mujer, un papá y una mamá, que fueron los padres de una santa, la Pequeña Flor, y en cuya vida matrimonial tuvo lugar la santificación mutua al cooperar con la gracia de Dios.
“Santos como cónyuges”. El Sínodo de 2015 tenía algo para reflexionar. Y el hecho de que no se le prestara suficiente atención durante el Sínodo, no es razón para que no lo tome en cuenta la Iglesia—en la que millones de cónyuges llevan vidas de virtud heroica—y reflexione sobre algunas antiguas verdades acerca de la "canonización" de los santos.
La Iglesia no canoniza santos por el beneficio de ellos. Podemos estar seguros de que Dios cuida muy bien de sus santos, y ser "elevado a la dignidad de los altares", como dice la antigua frase, no es para hacerle un bien a quienes son elevados. No; la Iglesia canoniza santos para nuestro beneficio, para que podamos tener modelos que nos inspiren a ser los santos que debemos ser si queremos cumplir nuestro destino cristiano y humano. Es por eso que la Iglesia canta la Letanía de los Santos en sus celebraciones litúrgicas más solemnes. La Letanía de los Santos es el álbum familiar de la Iglesia, la lista de los que forman esa "gran nube de testigos" de la que el autor de la Carta a los Hebreos habla con tanta elocuencia.
Otra verdad antigua que vale la pena repetir, tomando en cuenta a los santos esposos de la familia Martin, es que la Iglesia no "hace santos"; Dios hace santos, y la tarea de la Iglesia, a través del proceso de beatificación y canonización, es reconocer los santos que Dios ha hecho. El proceso por el cual ese reconocimiento tiene lugar ha cambiado con el tiempo, de algo similar a un procedimiento legal acusatorio a algo más parecido a un seminario de un doctorado en historia. Sin embargo, el objetivo del ejercicio es el mismo: analizar la historia de una vida con el fin de encontrar rastros y huellas de la obra de la gracia, como sucede con todos nosotros.
Las vidas de los santos esposos de Lisieux son también un gran testimonio de la increíble capacidad de la Iglesia Católica para renovarse a sí misma.
Luis Martin nació en 1823; Celia nació ocho años después. En otras palabras, ambos nacieron una generación después de que la Iglesia francesa fuera totalmente devastada por la Revolución Francesa. Después de que el poder estatal aplicara la “Religión de la Razón” y cometiera las sangrientas matanzas del Reinado del Terror (un espasmo de locura letal gala evocada musicalmente en los Diálogos de Carmelitas, de Francis Poulenc), ¿quién hubiera predicho que la Francia del siglo 19 sería un semillero de misión y santidad, cuyos efectos se dejarían sentir desde el hasta entonces desconocido pueblo de Lourdes, en los Pirineos franceses, hasta África francófona y Oceanía?
Sin embargo, sucedió. Gran parte de lo que hoy conocemos como "catolicismo francés" creció bajo los escombros del terror y la destrucción de la Iglesia en el Antiguo Régimen. Luis y Celia Martin, y su hija, la doctora de la Iglesia que dio el "Caminito" al catolicismo, eran todos producto de ese asombroso florecimiento de santidad y celo evangélico que siguió inmediatamente después de un período de destrucción sin precedentes. ¿Cómo ocurrió eso? Sucedió porque, vida por vida, los hombres y las mujeres tomaron el riesgo de la fidelidad. La gente común desafió las afirmaciones de sus superiores eclesiásticos putativos, de que pedir lo heroico es simplemente demasiado, algo que se escuchó con demasiada frecuencia durante el Sínodo de 2015.
No, no lo es. Convocarnos a llevar vidas de virtud heroica es pedirnos que seamos los santos que fuimos bautizados para ser, al igual que los Santos Luis y Celia Martin, Cónyuges.
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