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El Papa Francisco ha provocado una conversación valiosa y necesaria sobre nuestras responsabilidades hacia los más pobres de los pobres, a quienes algunos están tentados a eliminar de la historia como casos perdidos. Esa conversación se ampliaría si los participantes estudiaran el libro sugestivo de Paul Collier, “The Bottom Billion: Why the Poorest Countries Are Failing and What Can Be Done About It†(“El Club De La Miseria: Qué Falla En Los Países Más Pobres Del Mundoâ€), publicado por Oxford Press.  

Collier comparte la pasión del Santo Padre por el bienestar de los más pobres de los pobres. Escribió: “tengo un hijo pequeño de seis años. No quiero que crezca en un mundo con una amplia herida abierta – mil millones de personas estancadas en condiciones desesperantes a lo largo de una prosperidad sin precedentesâ€. Los más pobres de los pobres – “el club de la miseriaâ€, en la incisiva frase de Collier – deben ser un desafío a la conciencia de todos.

Enfrentar tal desafío significa tener los hechos claros, tanto de nuestras circunstancias actuales como de los mejores medios para fomentar la prosperidad.

En cuanto a nuestras circunstancias actuales, el libro de Collier se publicó en 2007, previo a las dislocaciones financieras que sacudieron la economía mundial. Pero la validez del panorama fundamental que desarrolló continúa: hay unos siete mil millones de personas en el planeta Tierra; de nosotros, mil millones o más disfrutan una prosperidad material sin precedentes; aproximadamente, otros 5 mil millones se encuentran de camino a la prosperidad, aunque en distintas clasificaciones y distintos niveles; y luego están las “periferias†del Papa Francisco, el “club de la miseria†que vive en el siglo 21 en términos cronológicos, pero cuya realidad, dice Collier, es “el siglo 14: guerra civil, plaga, ignoranciaâ€. Según Collier interpreta los datos, la mayoría de los pobres del mundo están volviéndose “no pobres†(pensemos en China o India), pero los más pobres de los pobres (pensemos en las vastas franjas de Ãfrica) se deslizan por una pendiente resbaladiza hacia lo que se encuentre más allá de la miseria.

Como siempre, la pregunta es, ¿por qué?

En principio, los pobres que se vuelven no pobres han sido incorporados en sistemas globales de producción e intercambio: a veces bruscamente, no hay duda, y a menudo de manera desigual. Pero cuando el crecimiento económico saca a un gran número de personas de la pobreza, es porque tal crecimiento es parte de un mercado mundial, no de otra fuente. En contraste, los más pobres de los pobres, los atípicos del “club de la miseriaâ€, están desconectados: desconectados de la economía mundial y desconectados de las destrezas y los hábitos necesarios para participar en lo que se ha convertido en un mercado mundial.    

¿Y a qué se debe eso? Collier, quien antes de enseñar economía en Oxford, estudió en el Banco Mundial los distintos impactos de la asistencia al desarrollo, menciona cuatro “trampas†que mantienen al “club de la miseria†en el fondo. Está la “trampa de los recursos naturalesâ€, con la que unos pocos oligarcas y políticos se vuelven ricos por los recursos del petróleo, minerales y otros medios mercadeables, mientras desvían la atención de un país para evitar que busque la infraestructura humana y el material del genuino desarrollo económico. Está la “trampa del conflictoâ€, en la que los países se destruyen económicamente por guerras civiles y/o genocidios. Está la “trampa del mal gobierno†en la que, debido a la corrupción y la mala administración, se desperdicia la ayuda para el desarrollo y se hace imposible que prosperen las inversiones (el equivalente a una anarquía endémica). Y está la maldición de la geografía, por la cual los países atrapados en zonas problemáticas, terminan con las comunicaciones y el comercio estrangulados.

Todo esto da a entender que Juan Pablo II tenía razón al proponer que los más pobres de los pobres eran los que más sufrían como resultado de la marginación por estar atrapados fuera de las redes donde prospera la creatividad humana económica, donde se crea la riqueza, y donde los pobres se convierten en no pobres.

No es sencillo ni es fácil ofrecer asistencia eficiente a los miles de millones que se encuentran en el fondo, pero es una obligación moral. Si lograr que los países no sean pobres fuera sólo cuestión de dinero, las grandes sumas que han sido gastadas en asistencia para el desarrollo desde el tiempo de la descolonización hubieran sido suficientes. Pero es evidente que no se ha hecho el trabajo. Esta no es razón para abandonar la asistencia para el desarrollo. El desafío es utilizar la asistencia para el desarrollo y otros instrumentos de política exterior de una manera más inteligente y estratégica, ofreciendo asistencia inmediata a quienes se encuentran en situaciones desesperadas, mientras se ayuda a establecer culturas públicas que puedan sostener la productividad, el intercambio y la prosperidad.

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