La S�ndone
Monday, June 29, 2015
*Rogelio Zelada
La catedral de San Juan Bautista se ha convertido en un inmenso expositor para que fieles venidos de todas partes del mundo puedan contemplar y venerar muy de cerca su gran tesoro: la Sábana Santa.
Millones de peregrinos acuden en absoluto silencio frente al gran relicario de aluminio y cristal, que a temperatura constante y con una atmósfera de gas argón guarda el lienzo mas venerado de la cristiandad. Una multitud de eficientes voluntarios mueve a los miles de peregrinos que acuden a Turín para un evento extraordinario, que solo volverá a repetirse hasta que pasen 10 años: la ostensión de la Síndone, el sagrado lienzo que la tradición identifica con el sudario que envolvió el cuerpo de Cristo en el sepulcro nuevo de José de Arimatea.
Poder verla fue una regalo inesperado; un sacerdote amigo con el que hacía yo la peregrinación, tuvo que sentarse para aliviar un molesto dolor en la rodilla, provocado seguramente por todo lo que habíamos caminado hasta ese momento. Lo advirtió uno de los voluntarios y le trajo una silla de ruedas, con lo que tomamos una especie de vía rápida y llegamos en pocos minutos ante la Sábana, dejando detrás a varios miles que aguardaban devotamente el momento de rezar delante de tan importante reliquia.
San Juan cuenta en su Evangelio cómo José de Arimatea preparó el cuerpo de Jesús con gran cuidado; empleó un sábana nueva y gran profusión de ungüentos: una generosa y abundante cantidad de mirra y áloe que debían garantizar la preservación del cadáver del Maestro por mucho tiempo. Unos lienzos que al amanecer del día de la Resurrección vio Simón Pedro tirados por el suelo en el sepulcro vacío.
Las referencias históricas sobre las vicisitudes y la conservación de este sudario resultan difíciles de precisar durante la primitiva antiguedad cristiana. Los primeros datos la situan en Edesa, Turquía, donde era conocida ya en el siglo VI. En el siglo X, según el relato Roberto de Clari, cronista de las cruzadas, este sudario se exponía en Constantinopla cada viernes, en la iglesia de Santa María de las Blacherne.
En el siglo XIII, un sobrino del emperador de Bizancio escribe al Papa para protestar por el expolio de muchas y valiosas reliquias, entre ellas el Santo Sudario, robado por los cruzados durante el asalto y saqueo de Constantinopla. La Sábana pasó a manos de Godofredo de Charny, hasta que en 1453 el último miembro de su familia la legó a los duques de Savoya.
En 1532 un incendio casi destruye la santa Sábana que fue reparada cuidadosamente por las monjas clarisas de Chambery en 1534; estas religiosas de clausura añadieron los parches que substituyeron las partes que el fuego había calcinado, aunque la imagen del cuerpo impreso en el sudario no recibió daño alguno.
Como San Carlos Borromeo deseaba venerar la sagrada Sábana, el duque de Saboya la trasladó a Turín en 1578 y desde entonces ha permanecido en esa hermosa ciudad del Piamonte. Umberto II de Savoya, último rey de Italia, en su testamento de marzo de 1983, legó a la Santa Sede la propiedad del Sudario, y San Juan Pablo II lo confió al cuidado del arzobispo de Turín.
Casi toda la catedral de Turín permanece a oscuras, como un gran marco que encierra la sala donde se muestra la santa Sábana; una oscuridad que ayuda a resaltar cada mínimo detalle de lo que está impreso en el lienzo funerario.
Antes de pasar a contemplar la sábana un montaje audiovisual hace entender la historia de la “Síndone”, sus medidas y todos los detalles que se aprecian mucho mejor cuando toda la imagen aparece invertida en un negativo fotográfico. El lienzo conserva las huellas de viejas quemaduras sufridas y las marcas del agua usada para apagar en incendio de 1532. La sábana, de un suave color marfileño, muestra en el centro una doble imagen, de frente y de espaldas, de un cuerpo humano de 1.70 de alto.
Es un retrato impresionante de un hombre que murió crucificado. Se ven claramente las manchas de sangre en manos y pies, en el lugar donde los clavos los taladraron; las huellas de una terrible flagelación, con más de 120 azotes marcados; fuertes golpes en el rostro; la parte superior de la cabeza aparece agujereada por el tormento de un casquete de agudos cuerpos punzantes. Se aprecia con claridad una gran herida en el costado derecho, de la que brotó abundante sangre; y escoriaciones en el hombro derecho producidas por el peso de una viga que debió cargar hasta el lugar de la ejecución.
Contemplar el Santo Sudario de Turín es leer impreso en la tela todo el relato de la Pasión tal como aparece en los Evangelios. La Santa Sábana dice exactamente lo mismo que la tradición recoge en el Nuevo Testamento sobre la muerte y sepultura de Cristo Jesús.
Sin embargo el valor sagrado de la misma no está atado a la certeza de ser el mismo sudario que cubrió el cuerpo de Jesús de Nazaret, sino en el enorme poder evocativo que posee la imagen que se encuentra allí en relación con el gran misterio de la Pasión de Cristo.
San Juan Pablo II ante la Sábana exclamó: “Tomando en serio la Palabra de Dios y a los siglos de conciencia cristiana, la Sábana Santa susurra: cree en el amor de Dios, el más grande tesoro concedido a la humanidad”.
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