Cuaresma de la no-indiferencia
Monday, March 16, 2015
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
Los diccionarios rebosan de palabras ambiguas. Por ejemplo, el vocablo "indiferencia" tiene más de una acepción.
La espiritualidad cristiana, especialmente la ignaciana, enseña la necesidad de la indiferencia a la hora de tomar decisiones entre opciones buenas. Quien se encuentra ante una encrucijada debe mantenerse libre de apasionamientos. No acertará si se guía por este nefasto criterio: "Me gusta, lo hago; no me gusta, no lo hago".
El cristiano perplejo acude indiferente a la oración con la pregunta: "Señor, ¿qué quieres que yo elija?" Cuando ve claro el camino, la indiferencia ya cumplió su tarea; entonces el orante toma su decisión. Es importante que busque luego confirmación externa en un director espiritual o superior eclesial.
El mensaje papal para la presente Cuaresma, titulado "Fortalezcan sus corazones" (St 5,8), usa el término "indiferencia" en su significado primario de desinterés, de no sentir inclinación ni repugnancia hacia algo o alguien.
En este sentido ordinario, el indiferente se delata con frases como, "me importa un bledo" o "¿a mí qué?" En su mensaje, el Papa Francisco deplora la globalización de esta indiferencia, que no es más que olvido del prójimo, o sea, ausencia de caridad fraterna.
El Romano Pontífice recuerda que la más reprobable indiferencia apareció temprano en la historia humana. La primera indiferencia grave la cometió el fratricida Caín. Cuando Dios le pregunta por Abel, responde indiferentemente: "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano" (Gen 4,9). En la Biblia abundan casos de desamor. Recordemos también cómo los hijos de Jacob se deshicieron de su hermano José, vendiéndolo como esclavo a unos ismaelitas (Cfr. Gen 37,27).
Señala el Papa que puede contribuir a la indiferencia actual el exceso de "noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano". Nada abunda tanto en los noticieros televisivos como sucesos cada vez más crueles y desgarradores. Ante tantos crímenes horripilantes debemos evitar el encallecimiento que nos impida sentirnos llamados a remediar esos males. No hay que darse por vencidos diciendo que no podemos hacer nada.
Siempre se puede orar por los que sufren, estén donde estén. Y también, dice el Papa, "podemos ayudar con gestos de caridad, llegando a tantas personas cercanas como lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia".
El Obispo de Roma nos invita a encontrar inspiración en Dios mismo. A Él nadie le es indiferente. Dice: "Dios está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos".
Nos ayuda, además, apelar a la Comunión de los Santos por medio de la oración a los bienaventurados, pues ellos son quienes, escribe el Papa, "vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio".
Remedio inmejorable contra la indiferencia es la vida sacramental. Al recibir a Jesús sacramentado, no sólo se estrecha nuestra unión vertical con el Señor, sino que se fortalece la unión fraterna. San Pablo alude al fruto horizontal de la Eucaristía con estas palabras: "Porque el pan es uno, nosotros siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan" (1Cor 10,17).
Lo importante es no dejar pasar la Cuaresma sin sentirnos interpelados por este tiempo litúrgico que el Papa llama "tiempo de gracia" (2Cor 6,2).
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