Fray Jun�pero
Monday, March 2, 2015
*Rogelio Zelada
El ronco tronar de los cañones de estribor estremecen la recia fragata anclada en la bahía de Monterey; las salvas, repetidas cada media hora, se funden con el doblar de las campanas de la misión de San Carlos Borromeo, como si quisieran acompañar las oraciones de los indios y de los frailes franciscanos que han venido de todas las misiones cercanas.
Es la mañana del 28 de agosto de 1784 y Fray Junípero Serra ha partido a la casa del Padre a los 70 años de edad; 54 de vida franciscana y 35 años de incesante trabajo misionero desde la Sierra Gorda de Querétaro hasta las sierras de la Alta California; territorios que evangelizó recorriéndolos casi por entero a pie.
Fray Junípero caminó más de diez mil kilómetros para anunciar y sembrar la fe de Cristo en las tribus de los indios pames y a los apaches. De ellos bautizó a casi ocho mil conversos y confirmó a más de cinco mil, en las nueve misiones fundadas por él para la salvación y promoción de los pueblos indígenas.
Nacido en Petra, en la isla de Mayorca, en el seno de una muy cristiana familia de agricultores. Miguel José Serra Ferrer fue un niño débil que creció con muy poca salud, lo que no le impidió entrar en la orden franciscana al cumplir los 17 años de edad. Aunque por su baja estatura y menor fuerza física apenas podía con los duros trabajos del convento, hizo su profesión religiosa en 1731 y tomó el nombre de Fray Junípero, uno de los que formaron el primer grupo de frailes menores. Once años después recibía con honores el doctorado en Sagrada Teología y le concedieron una cátedra en la Universidad de Palma.
Magnífico profesor, además de buen predicador, de palabra clara y sencilla, cada vez que puede, Fray Junípero sale a predicar misiones en las numerosas parroquias y conventos de la isla. El deseo de un discípulo suyo de irse a las misiones enciende en él fuego de querer llevar el Evangelio “a más de trescientas leguas de toda cristiandad”, y con permiso de sus superiores se embarca para el Nuevo Mundo junto con 20 frailes de su orden y siete dominicos.
Después de dos meses de travesía llegan a San Juan de Puerto Rico, y continúan viaje hasta desembarcar finalmente en Veracruz. Renuncia a los carros y la caballería que le ofrecen porque prefiere, según la más pura tradición franciscana, emprender a pie el camino hacia México. Tuvo que mendigar comida y hospedaje y, por la picadura de algún insecto, se le forma una llaga en la pierna que ya no podrá curar.
De México va a Querétaro, al colegio de San Fernando, y trabaja en las cinco misiones que han reunido a unos 3,500 indios pame, en la Sierra Madre Oriental. Aprende las lenguas indígenas, organiza la catequesis y consigue bautizar a todos los indios acogidos a las misiones. No solo les lleva el Evangelio; les enseña técnicas agrícolas, los instruye en nuevos cultivos y en la ganadería.
Sabe aprovechar los recursos que le brinda la religiosidad popular. Llama a la misión con cantos sencillos cuyos textos recuerdan a los nuevos fieles el propósito de la existencia humana; recorre casi cinco mil kilómetros, siempre arrastrando su pie llagado y siempre sin quejarse.
En 1767, Fray Junípero parte con destino a California; una a una va recorriendo todas las misiones que los franciscanos debieron asumir en lugar de los jesuitas que fueron expulsados por la Corona española. De la baja California sube hasta el valle de San Fernando donde funda su primera misión, de las nueve que nacerían de su empeño misionero.
Sin embargo la actividad del Padre Serra suscita celos y provoca contradicciones; el nuevo padre Guardián le pide “moderar su ardiente celo”; y el obispo de california le obliga a ceder a los dominicos todas la misiones de la baja California. Desde el Virreinato, las autoridades civiles le recriminan que “estaba bautizando demasiados indios”.
Por eso, casi sin poder dar un paso, Fray Junípero regresa a México en busca de apoyo y ayuda para las misiones de California, que ve peligrar. Se entrevista con el Virrey y le informa del estado de las misiones. Su celo misionero impresiona a Bucarelli, que no sólo aprueba lo que el padre Serra ha hecho, sino que le autoriza nuevas fundaciones, entre ellas el sueño del padre Serra: San Francisco, que se levantará junto a la gran bahía, el 17 de septiembre de 1777.
Sin embargo, desde su propia Orden, sus superiores quieren controlar la actividad misionera de Fray Junípero y le limitan sus facultades de Presidente de las Misiones Californianas; no se le permiten nuevas fundaciones “hasta nueva orden”. Todas las misiones fueron puestas bajo el control de un Gobernador General, residente en Sonora; este, a pesar de que el padre Serra tenía aprobación papal para hacerlo, le prohíbe administrar el Sacramento de la Confirmación y le ordena que en cada misión quede sólo un fraile franciscano, sin comunidad ni apoyo. Finalmente le exige dejar en manos de los indios conversos el control de las misiones, reduciendo la labor de los franciscanos únicamente a la asistencia espiritual o sacramental.
El “padre viejo” como lo llamaba el cariño de sus indios, enfermo cada día de su vida, sacaba fuerza de su fe y de su enorme amor a Cristo para ser un religioso ejemplar, un celosísimo misionero y un santo de cuerpo entero.
El gran “evangelizador del Oeste de los Estados Unidos” falleció en la Misión de San Carlos Borromeo, en Monterrey, California, el 28 de agosto de 1784; su causa de canonización se inició en 1948; diez años después fue declarado Venerable y Juan Pablo II lo proclamó beato en 1988. En septiembre de este 2015 será finalmente canonizado por el papa Francisco durante su visita pastoral a los Estados Unidos; para ello utilizará el privilegio papal de la “canonización equivalente” es decir, sin la necesidad de un segundo milagro, gracias a la probada veneración popular y la fama de santidad del padre Junípero Serra.
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