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La mayoría de los católicos en los Estados Unidos que prestan atención, están al tanto de las causas de beatificación del arzobispo Fulton Sheen y la co-fundadora de Catholic Worker, Dorothy Day. Otras cinco causas se encuentran en proceso, e ilustran la rica diversidad del catolicismo americano y las extraordinarias maneras en que el Espíritu Santo alienta la “virtud heroica” – la huella de un santo.  

El siervo de Dios Vincent Capodanno, M.M. nació en Staten Island y se ordenó para Maryknoll en 1957. Tras siete años de servicio misionero en Taiwán, se ofreció como voluntario para el Cuerpo de Capellanes de la Armada, y en 1966 fue asignado a la 1ra División de la Marina en Vietnam. En septiembre de 1967, durante una batalla en el valle de Que Son, el Padre Capodanno – que había resultado herido mientras administraba la extremaunción a los moribundos – intentó salvar a un médico del ejército que había caído herido cerca de una metralleta de Vietnam del Norte. El “Grunt Padre” murió mientras realizaba su obra de misericordia, y se le condecoró póstumamente con la Medalla de Honor del Congreso. 

El venerable Solanus Casey, O.F.M. Cap. entró al seminario diocesano en Milwaukee en 1891 y fue expulsado por incapacidad académica en 1896. En la Nochebuena de ese año, entró al monasterio capuchino en Detroit, donde nuevamente enfrentó dificultades con los estudios para la ordenación. En 1904, sus superiores permitieron su ordenación tras reconocer sus impresionantes cualidades espirituales y morales, pero no se le concedieron facultades para predicar o confesar. A pesar de las limitaciones impuestas a su ministerio, se convirtió en un director espiritual y consejero muy querido, e instrumento para muchas sanaciones físicas y espirituales durante 53 años de servicio sacerdotal en Nueva York, Detroit y Huntington, Indiana. Su ejemplo es una de las inspiraciones de los Frailes Franciscanos de la Renovación. 

El siervo de Dios Walter Czisek, S.J., polaco-americano, fue prácticamente un vándalo cuando se criaba en un pueblo minero en Pennsylvania a principios del siglo 20. Por eso sorprendió a todos cuando ingresó al seminario jesuita en 1928. Un año más tarde, se ofreció como voluntario para ir como misionero a la Rusia soviética, inspirado por los esfuerzos de Pío XI para reavivar la vida católica en la URSS estalinista. Formado en el Russicum de Roma y ordenado en 1937, Czisek se dirigió a los Urales en los caóticos inicios de la Segunda Guerra Mundial, donde trabajó como leñador mientras realizaba el ministerio clandestinamente. Tras ser arrestado por la Policía secreta soviética y acusado de ser un espía para el Vaticano, pasó casi 23 años en el cautiverio, incluyendo ardua labor en el Gulag. En 1963, fue liberado a cambio de dos agentes soviéticos, y pasó las últimas dos décadas de su vida en Nueva York, dando dirección espiritual y escribiendo dos libros de memorias, antes de su fallecimiento en 1984. 

El siervo de Dios Augustus Tolton nació en la esclavitud en 1854, y la esposa de su dueño fue su madrina de bautismo en Brush Creek, MO. Tras la Guerra Civil, Tolton comenzó su educación en una escuela parroquial en Quincy, IL a pesar de las objeciones racistas de los feligreses. Aunque contaba con el apoyo de su párroco, a Tolton se le negó la admisión en los seminarios americanos de aquellos tiempos, y eventualmente completó sus estudios para el sacerdocio en la Pontificia Universidad Urbana en Roma. Ordenado en 1886, imaginó que serviría en misiones africanas, pero fue enviado de regreso a Quincy, donde su ministerio enfrentó una resistencia considerable por parte de los intolerantes. Fue transferido a Chicago, donde convirtió a St. Monica en la 36 y Dearborn en una parroquia afro americana próspera, antes de morir por insolación en 1897 cuando iba camino de visitar a los enfermos.  

También está el siervo de Dios Francis X. Ford, M.M., de quien he escrito anteriormente. Ford, nativo de Brooklyn, y el primer seminarista de Maryknoll, fue ordenado en 1917 y de inmediato se dirigió a China donde, tras servir como sacerdote y luego como obispo por más de tres décadas, murió en una prisión comunista el 21 de febrero de 1952. Sus restos fueron dispersos por sus verdugos para evitar que su tumba se convirtiese en sitio de peregrinación para los católicos chinos. Como no hay duda sobre el martirio del obispo Ford, uno tan sólo puede esperar que disminuya el nerviosismo del Vaticano sobre herir susceptibilidades en Beijing, para que la retrasada beatificación de Ford se pueda celebrar. 

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