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Hace unas semanas, me di cuenta del hecho extraño de que antes y durante la Segunda Guerra Mundial, la Marina Real construyó navíos de guerra cuyos cañones principales tenían 14 pulgadas, mientras que Alemania y Japón, los principales rivales británicos, estaban construyendo baterías de cañones de 15 y 18 pulgadas. Más aún, Estados Unidos, aliado principal de la Marina Real, había estado construyendo durante décadas cañones de 16 pulgadas. Cuando le pregunté sobre ese dato curioso a un amigo con una extensa experiencia militar y gubernamental, me envió una respuesta sugerente:

“Dadas las culturas y los tiempos, supongo que después que la burocracia-comité-administración tomaran una decisión, sería prácticamente imposible cambiarla, y continuarían produciendo cualquier cosa en su configuración original debido a que nunca se puede llegar a un acuerdo sobre el cambio, a menos que se busque una crisis. Al Ejército de los Estados Unidos le costó muchas pérdidas en bombardeos para que mejorase la protección a los bombarderos y aumentara su escolta, pues lo que vendía el poderío aéreo era la creencia de que ‘el bombardero siempre saldrá adelante’, y el evangelio de calcomanía es muy difícil de reemplazar".

De esa manera, a través del “granero de Robin Hood” y la advertencia sobre  la burocracia ventajera, encontramos la repetida crítica del Papa Francisco sobre una iglesia “autorreferencial”, las restricciones del Papa contra la ambición clerical y el arribismo, y que la política del personal sobre el clero esté presente en demasiadas diócesis.

Después del Vaticano II, se establecieron los consejos sacerdotales y las juntas de personal sobre el clero para dar un sentido operacional a la enseñanza del Concilio de que los sacerdotes establecieran una clase de colegio presbiteral alrededor del obispo, y compartieran con él en el gobierno de la diócesis; tales entidades también tenían como propósito ofrecer alguna protección a los sacerdotes contra los caprichos y antojos de los obispos arbitrarios y autoritarios. Ambos fueron metas loables. Pero cuando se intenta integrar esas metas en la mentalidad de un catolicismo de mantenimiento institucional (la Iglesia autorreferencial a la que se refiere el Papa Francisco), a menudo se intensifica, no se disminuye, el arribismo clerical y la ambición.

Seguramente, eso es lo que está sucediendo cuando los consejos sacerdotales o las juntas de personal sobre el clero, integradas por sacerdotes que trabajan bajo el obispo, tratan a las parroquias como huecos cuadrados en los que colocan a los párrocos como clavijas intercambiables. Hay “parroquias buenas” y “parroquias difíciles”; las parroquias buenas se reparten como premios; las parroquias difíciles se asignan como un asunto para compartir agobios dentro de un presbiterado (o peor, como advertencias o castigos), y todo esto sucede de acuerdo con un plazo fijo que se asigna a los párrocos.

Parecería la episcopalidad diocesana en acción. De hecho, es difícil imaginar algo más lejos de la Nueva Evangelización.

Como escribí en "Evangelical Catholicism: Deep Reform in the 21st-Century Church" (Catolicismo Evangélico: Reforma Profunda en la Iglesia del Siglo 21), edificar la Iglesia de la Nueva Evangelización en un ambiente parroquial toma tiempo y paciencia. El tiempo dependerá de cada situación, y definitivamente no puede ser medido por términos no renovables para los párrocos. Es más, cuando el Catolicismo evangélico se ha arraigado en una parroquia—en donde se predica el Evangelio con convicción; se celebra la liturgia con dignidad; se atrae a muchos nuevos católicos, vocaciones religiosas y sacerdotales, y se nutren matrimonios católicos sólidos; prosperan las obras de caridad y servicio; y las finanzas parroquiales están en orden—sacar a un párroco porque “se venció su término” es tan anticuado como puede ser una iglesia institucional de mantenimiento. Aparte de las vanidades de un clericalismo que el Papa Francisco urge a que la Iglesia deseche, no existe razón para permitir que la política de personal para el clero se defina por otra cosa que las exigencias de la Nueva Evangelización en un momento cultural desafiante.

Por eso, como agente de la Nueva Evangelización, el obispo local debe dar prioridad a la reevangelización de sus sacerdotes, especialmente en las diócesis establecidas hace largo tiempo, donde la mentalidad del catolicismo de mantenimiento institucional y las costumbres del arribismo y la ambición clerical pueden estar más arraigadas profundamente. Los sacerdotes también pueden sentirse tentados a pensar unos de otros como partes intercambiables, pues algunas de esas partes son más populares que otras. Mientras así lo hagan, la política de personal sobre el clero será un obstáculo, no un recurso, para la Nueva Evangelización.

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