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El Segundo Concilio Ecuménico del Vaticano, el acontecimiento católico más importante desde el Concilio de Trento en el siglo 16, fue inaugurado solemnemente por el Papa Juan XXIII hace 50 años, el 11 de octubre de 1962. Desde entonces, los comentaristas han considerado esa fecha como el inicio del compromiso de la Iglesia Católica con la sociedad y la cultura moderna. De hecho, la lucha de la Iglesia con la modernidad había comenzado 84 años antes, con la elección del Papa León XIII, el 3 de marzo de 1878. Esa fecha marca el inicio de la transición del catolicismo de la Contrarreforma, al catolicismo de la Nueva Evangelización. En ese proceso de transición, el Vaticano II tuvo un rol crucial, acelerador.

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A veces, el Vaticano II se imagina como un ejemplo de la partenogénesis eclesiástica: un evento realizado en ausencia de antecedentes significativos, en una ruptura decisiva con el pasado. Eso también es un error. Al iniciar su reforma de la vida filosófica y teológica de la Iglesia, León XIII preparó el camino para el Vaticano II al patrocinar estudios católicos bíblicos e históricos, y al definir los principios fundamentales de la doctrina social católica. La reforma leonina se intensificó con el renacimiento católico intelectual y litúrgico de mediados del siglo 20, que formó los años iniciales y reformadores del pontificado de Pío XII, la fuente más citada (después de la Biblia) en los documentos del Vaticano II. Sin León XIII, no hubiese habido movimiento litúrgico, ni Acción Católica, ni renacimiento de la filosofía tomista, ni redescubrimiento de la importancia de la historia para la teología, ni Pío XII, ni Vaticano II.

Juan XIII quería que el Concilio fuera una nueva experiencia de Pentecostés para la Iglesia, de manera que el Catolicismo pudiera proclamar con más eficiencia el mensaje de la misericordia y el amor de Dios. Sí, el Concilio abrió las ventanas de la Iglesia al mundo moderno. Pero el Concilio también desafió al mundo moderno para que abriera sus propias ventanas (y puertas y tragaluces), de manera que volviera a descubrir el mundo de la Verdad y el Amor trascendentes—el mundo de lo sobrenatural, que es el mundo verdaderamente real. El crecimiento del catolicismo de principios del siglo 21 se encuentra en las iglesias locales que han acogido la intención evangélica del Concilio, y la enseñanza del Concilio a plenitud. Aquellas que lo han hecho, han encontrado un nuevo entendimiento de la Palabra y del Sacramento, los dos pilares de la fe católica, y una nueva pasión por el evangelismo.

Tomó un tiempo. El Vaticano II no fue como otro concilio ecuménico en la historia, ya que no ofreció claves autoritativas para su propia interpretación: los Padres del Concilio no escribieron un credo, no condenaron ninguna herejía, no legislaron nuevos cánones, no definieron dogmas. Por eso la década y media desde que finalizó el Concilio el 8 de diciembre de 1965 fue algo caótica, pues diversas interpretaciones del Concilio (que incluyeron exhortaciones a un “espíritu del Vaticano II” amorfo que parece tener más en común con el protestantismo que con el catolicismo) lucharon con cada una, en un equivalente a una guerra civil eclesiástica.

La Providencia elevó a dos hombres de ingenio—Juan Pablo II y Benedicto XVI, ambos participantes del Concilio—para que le dieran al Vaticano II una interpretación autoritativa. Su enseñanza, llevada a través del mundo por una serie de peregrinaciones papales sin precedentes, le ha dado a la Iglesia la verdad sobre el Concilio, aunque algunos católicos parecen ser algo lentos en recibir el mensaje. Es más, al convocar a la Iglesia mundial al Gran Jubileo del Año 2000, Juan Pablo II le dio al catolicismo la experiencia pentecostal que Juan XXIII había deseado, preparando así a la Iglesia mundial para entrar al tercer milenio con una gran energía misionera: “remar mar adentro”, como expresó Juan Pablo II sobre la Nueva Evangelización.

Y ese es, en fin, el mensaje del Vaticano II para cada católico. El Vaticano II no desplazó la tradición de la Iglesia. El Vaticano II no creó el catolicismo “hágalo-usted-mismo”. El Vaticano II, que aceleró la gran evolución histórica del catolicismo desde una Iglesia de mantenimiento institucional a una Iglesia de misión evangélica que desarrolla el entendimiento propio genuino y dirigido por el Espíritu, le enseñó a los católicos que todos los días entran a territorio misionero. El grado en el que cada uno de nosotros lleva el Evangelio a los demás, es el grado en el que entendemos el Vaticano II en su aniversario de oro.

Comments from readers

Richard DeMaria - 11/05/2012 01:15 PM
To the editors: good choice in this article by George Weigel. He is an historian of note and always worth reading.
vivian cuadras - 11/05/2012 11:38 AM
I work with young people in the church. They hunger for Truth. They distrust. They are subject to harsh realities in the modern world, they are lonely and afraid. This presents a great challenge for me in bringing the Gospels to them. To me, this is my "mission territory."

And therefore, I read in silence. Then I "put out into the deep," Oh, the treasures that are discovered when we Listen to Jesus: LET THE CHILDREN COME TO ME!

It is then I understand what I have read and watch the Spirit in action.



Ms. Neida D. Perez, OP - 11/05/2012 10:25 AM
I like what Pope Benedict XVI says in Porta Fidei; something like, the documents of Vatican II, well read, are part of the magisterium of the Church.

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