By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
El 7 de octubre, fiesta del Santísimo Rosario, el mundo presenció la matanza lanzada por los terroristas de Hamas desde Gaza, y el rápido llamado a las armas por parte de Israel que siguió.
Nuestro mundo atraviesa uno de los períodos más difíciles y dolorosos de los últimos tiempos. Durante más de un año, Ucrania ha estado inmersa en una guerra por su existencia. Y ahora, desde principios de octubre, nos hemos visto inundados de imágenes de horrores que han vuelto a despertar traumas antiguos, han abierto nuevas heridas y han hecho estallar el dolor, la frustración y la ira en Tierra Santa y más allá.
El conflicto ha presentado a la gente que habita Tierra Santa una situación semejante a la del filme Sophie’s choice, (“La elección de Sofía”), que no ofrece buenas opciones. Lo que ocurrió el 7 de octubre en el sur de Israel no puede justificarse ni excusarse de ninguna manera. No podemos dejar de condenarlo. No puede haber ninguna razón para una atrocidad tan bárbara. Semejante violencia sin sentido nunca conducirá a la paz o la justicia para los palestinos agraviados, sino que sólo engendrará más violencia mientras Israel lucha por eliminar una amenaza existencial a su supervivencia como Estado y nación.
Pero este nuevo ciclo de violencia ha traído a Gaza más de 5,000 muertes, entre ellas las de muchas mujeres y niños, decenas de miles de heridos, barrios arrasados, falta de medicinas, falta de agua y de productos de primera necesidad para más de dos millones de personas. Los intensos y continuos bombardeos que han estado azotando Gaza durante semanas, sólo han causado más muerte y destrucción y no harán más que aumentar el odio y el resentimiento. No solucionará ningún problema, sino que creará otros nuevos. La mentalidad de “ojo por ojo” solo dejará a todos ciegos.
Tanto los palestinos como los judíos necesitan paz y justicia. No habrá paz ni justicia si una de las partes niega la humanidad, la dignidad y los derechos de la otra. Odiar al prójimo es un pecado grave contra Dios, que nos creó a todos a su imagen y semejanza. Para romper el ciclo de violencia que continúa estallando durante las últimas décadas, se requiere el compromiso de la sociedad religiosa, civil y política de cada lado –así como de la comunidad internacional– de trabajar más seriamente que hasta ahora para lograr una solución que respete los derechos, las necesidades y las aspiraciones tanto de israelíes como de palestinos.
El patriarca latino de Jerusalén, el Cardenal Pierbattista Pizzaballa, al pedir el fin de esta guerra, escribió en una carta dirigida a su grey de católicos palestinos e israelíes: “Tener el coraje del amor y de la paz aquí, hoy, significa no permitir que el odio, la venganza, la ira y el dolor ocupen todo el espacio de nuestro corazón, de nuestros discursos, de nuestro pensamiento. Significa comprometernos personalmente con la justicia, ser capaces de afirmar y denunciar la dolorosa verdad de injusticia y maldad que nos rodea, sin que ello contamine nuestras relaciones. Significa comprometerse, estar convencido de que vale la pena hacer todo lo posible por la paz, la justicia, la igualdad y la reconciliación. Nuestro discurso no debe estar lleno de muerte y puertas cerradas. Por el contrario, nuestras palabras deben ser creativas, dar vida, crear perspectivas, abrir horizontes.”
El conflicto en Tierra Santa ha encendido pasiones en nuestras propias comunidades, en las redes sociales y en todo el mundo. No se deben tolerar incidentes de antisemitismo, de “islamofobia” o cualquier otra tendencia a sembrar odio contra otras personas o religiones. El Concilio Vaticano Segundo enseña: "La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión".
Que todos los que aman Tierra Santa procuren lograr entre todas las partes implicadas en los combates el cese de la violencia, el respeto a las poblaciones civiles y la liberación de los rehenes. Oremos urgentemente por la paz y recordemos ante el Señor a todas las familias y personas que sufren por estos acontecimientos.
Si bien hay mucho que parece hablar de muerte y odio sin fin, nunca debemos cansarnos de orar por la paz en la tierra que Nuestro Señor, el Príncipe de la Paz, llamó su patria.
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