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Columns | Thursday, August 15, 2024

Todos somos peregrinos en esta tierra

Columna del Arzobispo Wenski para la edición de agosto 2024 de La Voz Católica

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El 7 de agosto, junto con cinco de nuestros seminaristas, nuestro director de vocaciones, el P Milton Martínez, y mi secretario, el P. Agustín Estrada, volamos a Nueva Jersey para participar en una peregrinación a pie de cuatro días por carreteras secundarias de Nueva Jersey, hasta el Santuario Mariano de Nuestra Señora de Czestochowa, en Doylestown, Pensilvania. Fue una caminata de casi 60 millas, y no fue fácil.

Participaron casi 2,000 personas, en su mayoría polacos que continúan aquí, en Estados Unidos, esta tradición de su Polonia natal; pero una peregrinación así, en el calor y la lluvia, durmiendo en tiendas de campaña sin duchas ni inodoros con cisterna, es una especie de “retiro a pie”. (En realidad, para ser sinceros, el P Martínez, el P Estrada y yo nos desplazábamos a ducharnos y dormir en el monasterio del Santuario todas las noches). Pero este “retiro a pie” durante el cual cantamos, oramos y conversamos seriamente unos con otros mientras soportábamos las penurias de los pies doloridos, los músculos doloridos y el calor y la humedad del verano en agosto, se llevó a cabo precisamente para recordarnos que todos somos peregrinos en esta tierra. Y a menudo nuestra peregrinación terrenal nos encuentra como “pobres desterrados hijos de Eva”, “gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”.

Nuestra vocación —la razón por la que estamos en esta tierra— es viajar al cielo. Y no es necesariamente un viaje fácil. Pero Dios, que nos creó a su imagen y semejanza, no nos creó sólo para morir un día, sino que nos hizo para sí mismo. Ir al cielo es ir a Dios, a vivir con Dios.

El 15 de agosto celebramos la Solemnidad de la Asunción, el día del nacimiento de María en el cielo y el final de su peregrinación terrenal. El Papa Pío XII expresó la constante creencia de la Iglesia cuando en 1950 definió solemnemente el dogma de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María con estas palabras: “…la Virgen Inmaculada, preservada de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, y exaltada por el Señor como Reina sobre todas las cosas, para ser más plenamente conformada a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte”. (CC#966)

La trayectoria de la vida de María fue siempre “hacia Dios”. Llena de gracia desde el mismo momento de su concepción, María Inmaculada nunca dejó de crecer en gracia ante Dios. Su peregrinación no conoció algunos de los desvíos o incluso giros en U que nosotros los pecadores a menudo tomamos en nuestras propias peregrinaciones. Hoy, en esta era de creciente individualismo y narcisismo, cuando se invoca la idea de la autonomía humana para justificar la matanza de la vida en el útero, el ejemplo de María —y su intercesión— pueden ayudarnos a pasar del egocentrismo a ser más “centrados en Dios”.

Con el Bautismo somos incorporados a Cristo y venimos a compartir su Vida Resucitada. En la peregrinación de los resucitados que Cristo trae consigo al cielo, María va primero, con Cristo y para Cristo. Pero la vocación de María es la vocación de la Iglesia. En la vívida imagen del Libro del Apocalipsis, como la mujer vestida de sol, ella nos representa a todos los seres humanos, y ella nos precede.

La Asunción, por tanto, celebra a María, pero también nos consuela, porque al llevarla en Cuerpo y Alma al Cielo, Dios nos asegura que cumple sus promesas. La afirmación que hacemos en el Credo no es una mera ilusión: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”. Semejante afirmación de fe es creíble; es creíble porque nos la ha prometido alguien digno de confianza. Creemos en la promesa porque es Jesús quien nos la ha prometido; y creemos porque, en María, la promesa ya se ha cumplido.

Esta promesa nos hizo caminar hacia el Santuario de Nuestra Señora de Czestochowa, donde rezamos para que, cuando termine nuestra peregrinación de la vida, María nos muestre en el cielo “el fruto bendito de su vientre: Jesús”.

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